Crítica: Honestidad suiza sin brillo
Honestidad sin brillo
Critica de clásica / Auditorio Nacional
Obras de F. Liszt, H. Berlioz, L. van Beethoven, E. Grieg y E. Elgar. Simon Trpčeski, (piano). Tonhalle-Orchester Zürich. Dirección musical: Lionel Bringuier. Ibermúsica, Series Arriaga y Barbieri. Auditorio Nacional, Sala Sinfónica, Madrid. 18 y 19-IV-2018.
Elegir un par de programas para celebrar el siglo y medio que la Tonhalle-Orchester Zürich lleva funcionando no debe ser sencillo. Por ello, dentro de las dos veladas ofrecidas por la orquesta en Ibermúsica, se entienden las apuestas por el escaparate orquestal de lujo, con la Sinfonía Fantásticade Berlioz o las Variaciones Enigmade Elgar en los atriles. Menos explicable es la inclusión para arrancar la serie del Concierto para piano nº 2de F. Liszt, un maratón técnico que funciona de maravilla como demostración de facultades pianísticas pero bastante peor a nivel de cohesión tímbrica, y más si se compara con el manual de orquestación berliozano de después. Simon Trpčeski demostró dominio y potencia, aunque sus ataques no sedujeron por estatura expresiva. Las cuerdas arroparon dentro de las posibilidades de esta partitura con más resultado sonoro que arquitectura. De propina, una pieza del macedonio de Dragan Shuplevski –acompañado al violín por Julia Becker– puso el acento folclórico. La sinfonía de Berlioz que ocupó la segunda parte jugó al escondite con sus textos programáticos. En lo que parecía una reivindicación del lenguaje musical per sé, Bringuier optó por difuminar el vínculo música-texto para subrayar el privilegiado empaste de su orquesta. El resultado fue más honesto que brillante, tal vez por alguna falta de concreción en el discurso, evanescente y brumoso. El último movimiento sí supo despegarse con la poética necesaria, y la noche finalizó con un lucido Vals del Faustde Gounod.
El segundo de los conciertos arrancó con una Cuarta Sinfoníade Beethoven pasada de peso, con demasiado volumen general en cuerdas y una cierta rigidez romántica en su forma de acercarse a los trasuntos melódicos. Mejoró mucho el resultado con la Suite Peer Gynt. En realidad la obra de Grieg tiene más espacio en el imaginario popular que en las salas de concierto, donde se escucha poco y un punto exagerada. No fue por ahí la Tonhalle, ofreciendo una música acentuada, con matiz y una atmósfera mórbida. También a un gran nivel se desarrollaron las Variaciones Enigma, una partitura que corre el riesgo de pudrirse si no se la permite crecer orgánicamente. Un Nimrod sin ribetes ni almibarados violines marcó el tramo final del concierto, con el director francés sujetando el ritmo y la Tonhalle acogiendo de buena gana la rienda. Faltó algún aroma místico para redondear unos pentagramas que esconden más de lo que dicen, pero la concepción general se mantuvo a buen nivel. Mario Muñoz Carrasco
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