Crítica: El poso del buen vino, Igor Levit, Alan Gilbert y la NDR ElbPhilharmonie en Ibermúsica
EL POSO DEL BUEN VINO
Obras de Bartók y Brahms. NDR Elbphilharmonie Orchester. Igor Levit, piano. Director: Alan Gilbert. Ibermúsica, serie Barbieri. Madrid, Auditorio Nacional, 13 de febrero de 2024
La orquesta hamburguesa, hasta 2016 Orquesta Sinfónica de la NDR, mantiene sus cualidades: sonido amplio y bien ensamblado, de espectro oscuro, equilibrio entre familias, flexibilidad, justeza de ataques y afinación irreprochable. Aquellas que desde el año de su fundación, 1945, la caracterizaron y que fueron perfeccionadas por sus sucesivos titulares: Schmidt-Isserstedt, Wand, Eschenbach, Von Dohnanyi, Hengelbrock y ahora, desde 2019, Gilbert.
El maestro neoyorkino mantiene al conjunto en excelente forma, algo que se pudo apreciar especialmente en la interpretación de la Sinfonía nº 1 de Brahms, que nació tras una bien planificada introducción, presidida por la famosa intervención del timbalero. Todo fue bien fraseado y estructurado, aunque hasta alcanzar el clímax pudiéramos denotar ciertas borrosidades. Bien cantado el Andante sostenuto, en donde habríamos deseado un mayor relieve de las frases del violín solista. En su punto el tercer movimiento, Un poco Allegretto e grazioso, aunque este tinte fuera menos perceptible, y estupendamente construido el Finale, en el que los distintos episodios fueron perfectamente expuestos, con sus prescritas gradaciones.
Algunos compases confusos, ciertas faltas de delicadeza en busca del toque más apasionado en un torrente bien calibrado y con momentos especialmente afortunados, como los de preparación del gran y triunfal tema del Allegro non troppo ma con brio, conformaron a la postre un arrollador cuarto movimiento. Gilbert no se arredró lo más mínimo y dejó que todo fluyera de forma natural. Como en la propina, la habitual Danza húngara nº 5 del propio Brahms, que el director propuso con curiosos rallentandi, un aspecto a destacar de sus características directorales. Se erige en el podio con especial prestancia y agilidad. Maneja estupendamente las grandes líneas y establece un riguroso control de las progresiones.
Esos modos los apreciamos asimismo en su colaboración con el pianista Igor Levit, una de las grandes figuras actuales del teclado, fácil en el ataque, virtuoso en la digitación, delicado, a veces demasiado, en la expresión, dotado de un magistral juego dinámico, características que pudimos apreciar nada más iniciarse el Concierto nº 3 de Bartók, junto a la precisión del apoyo. Exquisito y suave cierre del Allegretto inicial, en el que la orquesta y Gilbert lo bordaron. Los lentos acordes del Adagio religioso (curioso apelativo aplicado por un músico ateo, como señala oportunamente Manuel Muñoz en sus notas al programa) fueron adecuadamente dibujados y los prescritos silencios perfectamente servidos hasta crear un clima de curioso recogimiento.
Los pasajes fugados del Allegro vivace fueron bien trabajados y expuestos y Levit puso de manifiesto su destreza en las octavas y en el esbozo del extraño vals popular. Tema cantable casi amable y repetición con aristas reconocibles muy propias del compositor, cuya imagen rompedora y sus planteamientos nacidos muchas veces del folklore popular no quedaron muy presentes en la límpida versión, ayuna casi siempre de fierezza, de sabor agreste y virulento. El refinamiento con el que se nos ofreció la obra disfraza no poco su auténtica entraña. Aquella que acertaban a otorgar un Giorgy Sandor (su creador), un Dinu Lipati o un Zoltan Kocsis.
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