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Por Publicado el: 23/12/2020Categorías: En vivo

Crítica: Impacto sensitivo. Gustavo Gimeno y Javier Perianes con la Orquestra de la Comunitat Valenciana

CONCIERTO ORQUESTRA DE LA COMUNITAT VALENCIANA.

Impacto sensitivo

Javier Perianes (piano). Gustavo Gimeno (director). Programa: Obras de Beethoven (Cuarto concierto para piano y orquesta), y Bruckner (Séptima sinfonía). Lu­gar: Palau de les Arts (Auditori). Entrada: Alrededor de 1000 personas (lleno sobre aforo permitido). Fecha: sábado, 19 diciembre 2020.

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Concierto Gustavo Gimeno y Javier Perianes con OCV©Miguel Lorenzo

Fue una velada musical inolvidable. La confluencia el sábado de tres glorias musicales como Javier Perianes (1978), Gustavo Gimeno (1976) y la Orquestra de la Comunitat Valenciana (2006) sustentó que en la poco propicia acústica del Auditori del Palau de les Arts se escucharan versiones del Cuarto concierto para piano de Beethoven y de la Séptima de Bruckner inimaginables hasta hace nada en España. “De otra galaxia”, como certeramente dijo un conocido director de orquesta estadounidense que asistió primero sorprendido y luego entusiasmado al acontecimiento. El pianista onubense Javier Perianes, el director de orquesta valenciano Gustavo Gimeno y la orquesta titular del Palau de les Arts marca un punto y aparte en el universo musical español.

Desde los primeros instantes del concierto se sintió la certeza de la magnitud artística y calidad instrumental que iba a alcanzar la inolvidable noche. Momentos tan sublimes como el inicio en solitario del Cuarto de Beethoven o la memorable entrada de los violonchelos que portica la Séptima de Bruckner pusieron el listón en lo más alto. El sólido monumento sinfónico bruckneriano comenzó surgido de la nada, sin espacio entre el silencio y el sonido. Un inicio que hubiera dejado “ojiplático” al mismísimo Celibidache y su conocida idea de “comenzar sin comenzar”. De la mano de Gimeno, el Auditori del Palau de les Arts y su diezmada orquesta recuperaron los días de esplendor en los que Mehta y Maazel andaban por la ópera valenciana como Mateo por su casa. Así lo entendió el crítico y, sobre todo, el público, coprotagonista silencioso pero activo en el ambiente de un concierto como los “de antes” –intermedio incluido-, en el que más allá de la parafernalia del éxito, de la belleza o de la admiración sin reservas por la sobresaliente calidad con que se cuidó la música, queda el impacto sensitivo que la obra de arte genera en el ser sensible que habita en todos.

El refinamiento, la elegancia y la naturalidad comunes de Gimeno y Perianes, de Perianes y Gimeno, amalgamaron un programa de alto calado expresivo. Los tenues acordes del piano en solitario que abren el Cuarto concierto para piano de Beethoven, establecieron la dimensión sensitiva de cuanto iba a ocurrir. Instantes después, la pulida entrada en pianísimo de la cuerda corroboró la certeza. Solista, orquesta y director se fundieron en una versión de referencia cargada de natural intensidad. Por la calidad instrumental y por la excelencia de una visión dramática plena de lirismo, hondura y riqueza instrumental. También risueña y luminosa. En el Andante como moto se alcanzaron niveles de emoción, belleza y conjunción indescriptibles ya desde las fuertes notas iniciales de la cuerda marcadas “sempre staccato”.

Momentos de otra galaxia, cuya elevación se retroalimentó de la imagen congelada y muda de un público impregnado y contagiado del prodigio. La transición del segundo al tercer movimiento supuso otro momento inolvidable de una interpretación toda ella excepcional, en la que Perianes, artista en plenitud fiel a sí mismo, pero más aún a la partitura, desveló registros, sonidos y colores a través de esa capacidad de hacer cantar al piano gracias a un fraseo y legato que en él son inconfundibles. El tercer movimiento, afirmación romántica y futurista, fue colofón ideal de una versión ya asentada en los anales de la memoria sonora.

Un Beethoven surgido más del alma de artista que del cerebro de intérprete. Casi sin elucubración ni indagación. Natural, transparente, feliz, anclado en la radicalidad siempre novedosa del genio. De hoy, de hace 250 años y de siempre. Arraigado en el clasicismo tanto como afirmador del nuevo movimiento romántico. Es fácil imaginar al viejo y joven Beethoven, al eterno rompedor y luminoso hijo del Siglo de las Luces, entusiasmado con lo que sus herederos hicieron el sábado con su música sin tiempo; sobre modernos instrumentos –excepcional y excepcionalmente preparado el piano Steinway de Clemente Hermanos-, y en un contaminado entorno acústico y cultural tan rotundamente distinto al suyo. El público premió a todos con una ovación que más que “escandalosa”, fue delatora de la íntima emoción compartida y fraternizada sobre el escenario y la platea. Perianes, genio vibrante del piano español y universal, aún tuvo tiempo, valor y energía para restablecer el silencio de la emoción y regalar, ya sin el acompañamiento meticuloso, cómplice y magistral de Gimeno y los profesores valencianos, su quieta, susurrada, confidencializada casi, visión del Nocturno póstumo en do sostenido menor de Chopin. Sin palabras.

Luego, tras el recuperado paréntesis de la pausa, arrancó la Séptima sinfonía de Bruckner sin que existiera escalón entre el silencio absoluto y un pianismo casi también absoluto. La calidad sin precedentes de la cuerda de la OCV brilló con ese sonido único, empastado, fruto de una única afinación, de un único fraseo, de un solo palpitar. A partir de esta base y mimbres, Gimeno arquitectonizó con mano verdaderamente precisa y magistral las largas progresiones y desarrollos. Sin lentitudes celibidachianas, pero sí con la escrupulosa atención al detalle y al todo tan característica del legendario bruckneriano, propuso una lectura en la que dinámicas, fraseos y sonoridades adquirieron rango protagonista, animadas por un fraseo ancho y director que Gimeno induce apoyado en una gestualidad expansiva que siempre es precisa y elegante. 

Ninguno de los cuatro movimientos del colosal monumento sinfónico se sintió rápido o lento. FUERON. El segundo alcanzó momentos de particular belleza y emoción. El modo contenido en que Gimeno y sus paisanos sinfónicos encauzaron y materializaron la grandiosa progresión que culmina en el famoso platillazo rubricó una versión con firma solo parangonable a los más grandes testimonios fonográficos. Gimeno, desde su propio y poderoso yo, abrazó muchas memorias. Desde Furtwängler y Celibidache, a Jochum, Wand, Barenboim, Thielemann o su querido maestro Abbado. El movimiento final, con un metal que parecía más el órgano de San Florian que el de una orquesta española, fue colofón del mejor Bruckner que hoy se puede soñar. En València y en la Conchinchina. Inolvidable. Justo Romero

Publicada el 22 de diciembre en el Diario Levante

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