Crítica: Inauguración de temporada del Palau de la Música de Valencia
Perianes, quizá el mejor “jardinero”
Inauguración temporada 23/24 del Palau de la Música de Valencia. Orquestra de València. Alexander Liebreich (director). Javier Perianes (piano). Programa: Obras de Palau, Falla y Strauss. Lugar: Palau de la Música (Sala Iturbi). Entrada: 1700 personas (casi lleno). Fecha: miércoles, 18 octubre 2023.
Nuevos tiempos. El Palau de la Música ha querido comenzar su temporada de abono con un programa heterogéneo centrado en Noches en los jardines de España, de Falla, obra cumbre del repertorio concertante español para piano, que contó con el concurso solista de Javier Perianes (1978), quizá el mejor “jardinero” de nuestros días, y la dirección musical de un Alexander Liebreich (1968) que se confesó fascinado por una obra que dirigía por primera vez y cuya visión aún crecerá en el entendimiento del nocturnal secreto y “duende” que atesora la obra fallesca. Antes, como preludio y pleitesía local en estos tiempos de cambio, se escuchó una versión ciertamente sobresaliente de la Marcha burlesca de Manuel Palau (la primera obra que se interpretó en la inauguración del ahora rehabilitado Palau de la Música, el 25 de abril 1987). El programa se cerró con el colofón metido con calzador del magistral Una vida de héroe, poema cargado de trampas y retos, quizá excesivo para una orquesta que dejó entrever limitaciones, pese al dispuesto trabajo de profesores y la maestría straussiana a prueba de bomba del propio Liebreich.
La magia de Perianes cargó de perfumes, aromas y sugestiones los tres nocturnos que componen las Noches fallescas; de evocar “lugares, sensaciones y sentimientos” sin dejar de atender la observación del compositor de que la obra “no pretende ser descriptiva, sino simplemente expresiva”, como recuerda Ramón Puchades en las admirables notas al programa. Fue una versión con marchamo propio, pero que escucha y abraza la tradición de otros grandes jardineros que fueron, son y serán, como Colom, Cubiles, Larrocha, Orozco, Rubinstein, Esteban Sánchez o Gonzalo Soriano. Perianes, que ya inauguró el Auditori del Palau de Les Arts con esta misma obra (22 diciembre 2007, con Lorin Maazel y la entonces recién nacida Orquesta de la Comunitat Valenciana), cantó y se explayó en la sugestión y expresión popular de evocaciones sonoras en las que, como escribió el propio Falla, “el dolor y el misterio tienen su parte”.
Acaso Liebreich se quedó en la tarjeta postal del Generalife, en los ecos de la danza lejana y en la magia de los jardines de la Sierra de Córdoba. Una visión epidérmica que no se contagió del magnetismo y refinamiento del piano perianesco. Tampoco de la escritura evanescente pero precisa de Falla. Faltaron sutilezas y sobraron -casi siempre- decibelios y pintoresquismo. También temple y mesura métrica en una dirección que por momentos perdía rigor métrico, se precipitaba y dejaba llevar por las caras más ingenuas del impulso y el arrebato. El éxito de Perianes fue, como siempre, mayúsculo. Cerró la actuación con la propina en forma de contraste de la Danza del fuego, de El amor brujo. ¡La locura!
El “héroe” straussiano sí encontró lenguaje, temperamento y sentido en un Liebreich a todas luces más cercano a la letra y al “espíritu” universales de su paisano muniqués. El maestro de Ratisbona navegó por el océano de la partitura, por el variopinto poema sinfónico en seis partes que recoge la lucha del héroe contra sus enemigos, “inmerso en la batalla interior de la vida, que aspira mediante el esfuerzo y la renuncia a la elevación del alma”. Cuidó detalles y subrayó matices, acentos y frases más allá de la letra y la solfa, en una arquitectura estructurada con solventes cimientos. Algo que no quedó empañado por el hecho de que la masa sinfónica (no siempre empastada) y los continuos y comprometidos solos instrumentales en ocasiones no encontraran el tono y las claridades deseables. Muchos aplausos al final de la obra maestra, durante los que Liebreich saludó detenidamente a los diversos solistas de la orquesta, con especial énfasis a la concertino Anabel García del Castillo, que acababa de cumplir uno de los mayores retos a los que puede enfrentarse un concertino en su vida artística: ser el héroe straussiano. Justo Romero
Publicada el 20 de octubre en el Diario Levante.
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