Crítica: Eliahu Inbal y la JONDE en el Festival de Granada
Brillos y oscuridades con la JONDE
Obras de Wagner, Bruckner y Verdi. Joven Orquesta Nacional de España. JONDE. Director: Eliahu Inbal. Auditorio Manuel de Falla. 72 Festival de Granada. 24 de junio de 2023.
Hacía años que no veíamos al maestro israelí Eliahu Inbal, asiduo visitante en tiempos. A su provecta edad (nació en 1936) demuestra encontrarse en plena forma física y mental. Se le ve ágil, movedizo, atento, rotundo y seguro. Su batuta actúa en todos los planos y mantiene ese gesto tan suyo de elevar y bajar los brazos en paralelo en busca de ataques conminativos o de remates en seco.
Los jóvenes instrumentistas de la JONDE pusieron de manifiesto su disciplina, su maleabilidad, su entusiasmo y dibujaron, de la mano del director, una sonoridad potente, bien coloreada, un tanto agreste y cruda; algo que aprovechó el maestro para buscar plenitudes sin cuento y frases amplias y robustas. Ahí se plantearon los problemas: la acústica del Manuel de Falla es muy brillante y posee desde siempre una proyección de rara intensidad. Necesita de un especial control de dinámicas para evitar cacofonías o borrosidades; que las hubo en abundancia.
Se pudio advertir el problema a partir del primer crescendo del “Preludio” de “Trisán e Isolda” de Wagner, tras la suave introducción y la escucha del célebre acorde. Inbal y sus músicos fueron construyendo poco a poco la pieza y elevando paulatinamente su intensidad. Faltó mano para marcar el crecimiento de forma más sutil y proporcionar una escucha más nítida del entreverado sinfónico. Clima adecuado en el cierre del “Preludio” y elevación paulatina del tema de la muerte hasta los magnificientes compases en los que el amor transustanciado se eleva hasta el infinito. Los vientos se comieron ahí a las iridiscentes cuerdas. El balance brilló por su ausencia. Ajustado y bien medido cierre.
Los mismos problemas se advirtieron en el desarrollo de la “Sinfonía nº 7” de Bruckner, de polifonía compleja y trabajo temático minucioso y variado. Ya desde el principio nos pareció que el sigiloso comienzo sonaba muy fuerte. Se accedió al primer fortísimo de manera un tanto desabrida y confusa. Pese a la intensidad expresiva, al ajuste general, al buen sonar de la Orquesta, la claridad expositiva solamente se consiguió en los pasajes más líricos. Incluso denotamos cierta falta de proporción en la realización de la hermosísima frase de la cuerda comentando, sobre la base rítmica de los timbales, el tema inicial de la sinfonía. Coda virulenta y poderosa.
Muy bien dibujada la gran frase que abre el Adagio, en el que las brumas wagnerianas (por la muerte del maestro) hacen su aparición, como bien comenta en sus notas Pablo L. Rodríguez. Y la aún la más sublime que le sigue. No tan afortunado fue el desarrollo posterior, aunque se alcanzó con desahogo el clímax (con los platos ideados por Schalk). Aunque el fortísimo y sus consecuencias quedaran un tanto emborronados. Algo que pese al buen aire rítmico perjudicó al cinegético “Scherzo”. Parecidos rasgos definieron el discurrir del “Finale”: poderosa sonoridad, falta de adecuada planificación, fraseo tumultuoso y aisladas frases de buen lirismo. Coda monumental a toda mecha.
Lo mejor en cuanto a realización, diseño, organización tímbrica, construcción fue a la postre el bis: Obertura de “La forza del destino” de Verdi. Es evidente una página de menor dificultad expositiva. Interpretación brillante pero proporcionada. Gran éxito. Hay que reconocer la excelente labor de los jóvenes músicos. Y también, con las motas apuntadas, la de su director ocasional. Arturo Reverter
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