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Por Publicado el: 23/02/2021Categorías: En vivo

Critica: Inmenso Sokolov

Grígori Sokolov

Inmenso Sokolov

RECITAL DE GRÍGORI SOKOLOV (piano). Pro­gra­ma: Obras de Chopin y Rajmáninov. Lu­gar: Valencia, Palau de les Arts (Auditori). ­­Entrada: 700 espectadores. Fecha: domingo, 21 febrero 2021.

Cuatro polonesas y diez preludios. Chopin y Rajmáninov. Mezcla extraña, singular, inédita quizá. Casa mal la forma brillante, de ritmo monocorde, de la danza polaca, con la libertad miniaturesca del preludio, que nunca se sabe qué preludian, como recuerda el poema de Gerardo Diego. Con polonesas de Chopin y preludios de Rajmáninov ha vuelto este año el inmenso Grígori Sokolov (San Petersburgo, 1950) a su cita anual con los abonados del Palau de la Música. Y como siempre, su recital ha supuesto el acontecimiento musical de la temporada. Fascina el reencuentro con el artista íntegro e insobornable, ajeno a la hojarasca petulante y güera que tanto devalúa la vida musical en estos grises tiempos de imagen, mercadotecnia y verborrea.  

Sokolov, del que todos recordamos memorables interpretaciones chopinianas, ha recalado ahora en las polonesas, concretamente en las dos del opus 26, la en fa sostenido menor opus 44 y la más que célebre Polonesa en La bemol, opus 53. Sin miramientos historicistas, se olvida de plano del repelús que sentía Chopin por las sonoridades fuertes y fortísimas. Enfatiza los sincopados ritmos punteados, extrema las dinámicas y genera registros, timbres y colores que jamás hubiera soñado Chopin de sus viejos pianos Pleyel y Érard.

Se sumergió en las cuatro polonesas a tumba abierta. Con la entrega, pasión y precisión de siempre. La nitidez es absoluta, máxima, lo que posibilita que se aprecie todo-todo, incluidas rozaduras y notas falsas, que, aunque contadas, resultan casi inéditas en un virtuoso extremo que raya la perfección de un Benedetti Michelangeli, de quien Harold Schonberg llegó a escribir que “es tan difícil que los dedos de Michelangeli yerren una nota como que una bala pueda cambiar su dirección”.

Minucias en un océano de sonidos maravillosamente fraseados y calibrados. El canto brillante y punteado de la primera de las dos polonesas opus 26 (dicha con un aliento romántico que recordó las inolvidables interpretaciones del inmenso chopiniano que también fue Esteban Sánchez); el misterio indagador primero y luego risueño de la segunda; la poderosa afirmación dramática de la Opus 44, y la brillantez reivindicativa de la vehemente y mal llamada “Polonesa Heroica”, de la que Chopin quería que se tocara “ni demasiado rápido ni demasiado fuerte”, aunque quizá hubiera cambiado de opinión después de escuchar la versión extremada de Sokolov.

  Aunque como escribe Liszt las polonesas “llevan lo mejor de la inspiración de Chopin”, cuatro polonesas seguidas son inevitablemente un empacho, incluso en manos de un artista tan estratosférico como Sokolov. Como digestivo contraste y contrapunto, llegaron los diez Preludios opus 23 de Rajmáninov. Versión singularísima y absolutamente novedosa. Nuevos tempi para este tiempo nuevo. También nuevas armonías y registros. Sokolov acentúa lentitudes y extremas velocidades, dentro siempre de una aplastante lógica musical que da sentido a todo. Arrollador e hipnóticamente lírico, extrayendo colores infinitos, generando atmósferas a través de un fraseo ligado y de armonías enriquecidas por un efectivo empleo del pedal, no solo del de resonancia, sino también de los pedales sordina y tonal. Todo hizo que, a diferencia de lo ocurrido en las polonesas, cada nuevo preludio, cada nueva miniatura, supusiera un mundo inédito de sensaciones, sugestiones y emociones. Versión de referencia.

Una vez más, el éxito fue clamoroso y merecido. Llovieron bravos y se sintió el entusiasmo inconfundible que incita el verdadero arte. Sokolov, imperturbable, repitió el conocido ritual de entradas y salidas. Pero esta vez no fueron las seis propinas de siempre. Alguien le dijo que por el toque de queda y lo avanzado de la hora, solo podía hacer una propina. Tocó dos, ambas de Chopin, ambas ya regaladas en València en anteriores ocasiones: la Mazurca opus 68 número 2 de Chopin, que en sus manos es un milagro, y el Preludio número 20, en do menor, con cuyos dramáticos acordes en forma de coral casi rompe las cuerdas del gran cola estupendamente preparado y afinado por el también artista Javier Clemente. Justo Romero 

Publicado en el diario Levante el 22 de febrero de 2021

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