Plan de suscripciones

Suscribirse a la Newsletter de Beckmesser

¡No te pierdas ninguna noticia!

¡No enviamos spam! Lee nuestra política de privacidad para más información.

Busca las entradas de cada mes

calendario operístico 2023

Últimos tuits de Beckmesser

festival-terras-sem-sombraCrítica: Festival Terras sem Sombra
les-arts-florissantsCrítica: ligera, sustanciosa y amena Pasión según San Juan
Por Publicado el: 26/03/2019Categorías: En vivo

Crítica: Iolanta. Por nada en el mundo…

escena-iolanta-les-arts

Escena de Iolanta en Les Arts

IOLANTA (P.CHAIKOVSKI)

YOLANDA. Ópera en un acto de Piotr Chaikovski, con libreto de Modest Chaikovski, basado en el drama La hija del rey René, de Henryk Hertz. Intérpretes: Lianna Harutunian (Yolanda), Vitalij Kowaljow (rey René), Borís Pinkhasovich (Robert), Valentin Ditiuk (Vaudemont), Gevorg Hakobyan (Ibn-Haqia), Andréi Danilov (Almeric) Guennadi Bezzubenkov (Bertrand), Marina Pinchuk (Marta), etcétera. Producción: Teatro Marinski de San Petersburgo. Dirección de escena: Mariusz Treliński. Esceno­gra­fía: Borís Kudlička. Vestuario: Magdalena Musial. Iluminación: Marc Heinz. Orquesta de la Comunitat Valenciana. Direc­ción musi­cal: Henrik Nánási. Lugar­: València, Palau de les Arts. Entrada: Alrededor de 1.000 personas. Fe­cha: Viernes, 22 marzo 2019 (se repite los días  24, 28 y 31 de marzo).

Lástima que en absoluto se llenara el Palau de les Arts en el estreno del que ha sido y probablemente se mantendrá como el éxito artístico de la actual temporada lírica. Ajena a los más taquilleros títulos de la ópera, Yolanda de Chaikovski es, sin embargo, una obra de arte bien representativa del genio creador de Yevgueni Onieguin y Dama de picas. La historia de la invidente Yolanda ha recalado de nuevo en Valencia, en su Palau de les Arts, tras la recordada versión de concierto ofrecida en su Auditori por la Sinfónica de Madrid y el hoy encumbrado Teodor Currentzis el 31 de enero de 2012, en plena época Helga Schmidt y con un reparto vocal netamente superior, encabezado entonces por Ekaterina Scherbachenko y Dmitri Ulianov.

Ahora, siete años después, el esencializado testamento operístico de Chaikovski ha llegado escenificado en una FORMIDABLE producción original del Teatro Marinski de San Petersburgo –donde precisamente se estrenó, en diciembre de 1892- firmada por ese conocido talento del teatro lirico que es el polaco Mariusz Treliński, quien ya escenificó en el Palau de les Arts –siempre de la mano de la intendente Schmidt– producciones tan logradas como las de Yevgueni Onieguin o Madama Butterfly.

Antes de entrar en detalles de lo que ha sido el estreno, hay ya que dar al lector el consejo amigo de que no se pierda por nada en el mundo este espectáculo lírico en un acto pleno de excelencia y sensibilidad. Y no es que hubiera cantantes de campanillas, o que sobre la escena se sucedieran imágenes de asesinatos, celos, luchas por el poder, envenenamientos, amores imposibles o todos esos recursos tan propios de la ópera, sino por la calibrada redondez de un fantástico montaje escénico hecho sobre una ópera cargada de sutilezas musicales y dramáticas, que renuncia a tópicos y lugares comunes para convertirse en un cuento alegórico, que es tratado con mano exquisita y sabia por Mariusz Treliński. Las reminiscencias del Parsifal wagneriano –estrenado diez años- y la proximidad vital con esa otra inminente obra maestra absoluta que es la ópera Kiteg de Rimski-Kórsakov –dada a conocer también en el Marinski, en 1907- enmarcan una fábula en la que la naturaleza se convierte en elemento vital de un universo onírico en el cual las sensibilidades y las relaciones entre sus protagonistas se muestran con descarnada nitidez.

Ya la imagen inicial, con una especia de bambi holografiado que deambula feliz por un bosque que bien podría ser el jardín encantado de Klingsor, constata ya la riqueza de ideas y el dominio de un lenguaje expresivo que destila conocimientos y recursos. El invisible mundo de Yolanda queda así enmarcado en una escenografía ceñida al blanco, negro y gris, con la excepción única y quizá no casual del atuendo del sanador moro que finalmente devolverá la vista a la ciega hija del rey René. El dormitorio volante –que tanto recuerda la casita de Dieter Dorn en su Holandés bayreuthiano-; la etérea, vaga y a un tiempo precisa iluminación de Marc Heinz, el instante en el que inesperadamente todo queda absolutamente  a oscuras, el tratamiento siempre fantasioso de la historia… Son muchas las claves de tal maravilla escénica, culminada con un Happy end en plan musical de Brodway o Folies Bergère cuyo coloreada y chirriante puesta en escena casa, sin embargo, con el final de cuento de hadas por el que apuestan tanto Chaikovski y su hermano libretista Modest como el propio teatro de Hertz: la cieguecita por fin puede ver y todos más felices que unas perdices.

La clave musical de la representación radicó en el foso, y más exactamente en la batuta -digámoslo abiertamente y sin remilgos- de Henrik Nánási, otro invento de Helga Schmidt que insufló el magistral pentagrama de veracidad dramática y de colores y registros sonoros que en su hábil contraste con la escenografía en blanco y negro de Borís Kudlička configuraron un formidable espectáculo de sensaciones. La Orquestra de la Comunitat Valenciana sonó a gloria, como también el Cor de la Generalitat, emplazado primero en el foso, a modo del teatro griego, como luego sobre la escena, implicado en un movimiento sobresalientemente organizado por Treliński.

El bien caracterizado apartado vocal no presentó fisuras. Ni por arriba –ninguno fue excepcional-, ni por abajo. La armenia Lianna Harutunian –que ya triunfó con Tosca en mayo de 2018- compuso una Yolanda impecable y creíble, que siempre se movió en la corrección y en la profesionalidad, aunque tan carente de magia vocal como en Tosca. Similar corrección y buen hacer lució el bajo Vitalij Kowaljow, quien encarnó al protector rey René, el padre de la ciega princesita (que en la obra de Hertz cuenta únicamente 16 años). Con similar decoro y notabilidad se movieron el Robert de Borís Pinkhasovich y el impulsivo conde de Vaudemont, encarnado por el tenor estonio Valentin Dytiuk, quien defendió con soltura y bella voz su dueto de amor con Yolanda, que supuso el momento de mayor efusión lírica de la representación.

El éxito de todos, justo y merecido, fue más allá de la anécdota de cómo cantó de bien o de mal fulanito, menganito o zutanito y corroboró la lograda redondez de una función en la que, por encima de todo, triunfó la ópera y su ineludible poder de seducción cuando se hace como dios manda: más cerca de la emoción que del espectáculo. Insisto: ¡No se lo pierda! aún quedan tres representaciones, la primera de ellas esta misma tarde de domingo. Justo Romero

Publicada en el Diario Levante el domingo 24 de marzo.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

banner-calendario-conciertos