Crítica: Isabel Rubio debuta con la Orquesta Nacional
Brío, brillo y virtuosismo
Obras de Prokofiev y Gershwin. Josu de Solaun, piano. Isabel Rubio, directora. Orquesta Nacional. Presentación: Sofía Martínez Villar. Ciclo Descubre… Conozcamos los nombres 02. Auditorio Nacional, 15 de enero de 2023.
Actuaban por primera vez con la Orquesta Nacional el pianista y la directora. Y lo han hecho en un ameno e ilustrativo concierto aderezado con las didácticas explicaciones y proyección de videos de Sofía Martínez Villar, “Especialista en entrenamiento auditivo”. Sus exposiciones situaron estupendamente al respetable acerca de las obras y su significado. Y ello pese a la oscura y poco diáfana amplificación del Auditorio.
El “Concierto nº 2” de Prokofiev es un hueso muy duro de roer. Obra agresiva, centelleante, agreste, variada, que mantiene a veces una tensión insoportable; de dificilísima ejecución. Partitura “llena de drama, de un pathos grandioso y trágico, de disonancias, de lo grotesco, de sarcasmo, ironía, ferocidad, un virtuosismo casi diábolico-acrobático, un estilo atrevido y moderno, en el contexto de un festival burgués de verano de “música clásica”, algo casi esperpéntico”.
Son palabras de De Solaun (1981), que además de pianista es un magnífico escritor, un estupendo poeta y un analista musical de primera. Y que se las ha tenido tiesas con la virulenta escritura de la obra para acabar venciendo sus innúmeras dificultades abordando con pasmosa seguridad los saltos interválicos, las demoledoras octavas, los furibundos ataques y recreándose en los episódicos remansos líricos. Todo empezó con buen pie, en un productivo tacto de codos con un tutti, bien adiestrado por la batuta, en consonancia. Estupendo crecimiento sobre el primer gran tema.
Solaun se empleó a fondo en la diabólica y extensa cadencia luchando bravamente con un piano que exige lo indecible, que marca y establece recorridos verdaderamente diabólicos y jupiterinos. Y salió con bien de su lucha entre cromatismos, disonancias y registros extremos. En una interpretación fulgurante de alto virtuosismo de lo que en realidad es la segunda redacción del “Concierto”: la partitura, de 1914, se perdió en un incendio y el compositor suavizó un tanto los perfile en 1923. Una demostración que nos recordó a la que años ha puso de manifiesto, con la ONE también, su maestro Horacio Gutiérrez en una interpretación del “Concierto nº 1” de Liszt. Tras el último tiempo de Prokofiev, en el que recreó sabiamente la sorprendente canción de cuna en la que se basa, Solaun regaló una exquisita página de Debussy tocada también exquisitamente. Fue muy aplaudido.
Como lo fue la directora murciana Isabel Rubio (1990), joven y muy premiada en distintos concursos, y ya experimentada en muy variados podios de aquí y de fuera. Reveló, además de apostura y elegancia, un destacable sentido del ritmo, un dominio de la forma y una apreciable capacidad de comunicación con el pianista y con el conjunto. Su gesto es claro, de diáfano dibujo, su técnica muy suelta y ortodoxa y su sentido musical muy lógico. No pareció tener problemas y se mostró siempre resuelta y firme.
Características que se reprodujeron en la versión de “Un americano en París” de Gershwin, que sonó con brío y con brillo, con empaque y adecuados vaivenes rítmicos, aunque a veces lastrada por una excesiva espesura tímbrica, con escasa diferenciación de voces. Pero interpretación animada, vitalista y airosa. Y en la que la Orquesta respondió muy bien. Arturo Reverter
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