Crítica: Ivor Bolton dirige Sibelius, Mozart y Elgar con la Sinfónica de Madrid
Solidez
Obras de Sibelius, Mozart y Elgar. Jorge Monte (trompa). Orquesta Sinfónica de Madrid. Dirección musical: Ivor Bolton. Ciclos Musicales de la OSM. Auditorio Nacional, 2 de marzo
Buenas sensaciones en el sexto concierto del ciclo de la Orquesta Sinfónica de Madrid, donde Bolton pudo demostrar una vez más esa versatilidad que tanto se ha celebrado en el foso del Teatro Real, acostumbrado a encontrarlo en Handels, Mozarts y Brittens indistintamente. Uno de los puntos fuertes de Bolton es el análisis estilístico de la partitura, una labor previa que se extingue en tiempos de agendas apretadas. Ese trabajo permite localizar los lugares de tensión en las obras, los espacios donde se localizan los conflictos y la resolución del color orquestal entre los cromatismos y las modulaciones. En esa línea de búsqueda de las esencias sonó El cisne de Tuonela, N. 2, op. 22 de Sibelius, obra que abría el programa y donde el compositor mezcla la naturaleza real con la mítica, el mundo de la naturaleza con la niebla de lo legendario. Es una pieza donde la suntuosidad orquestal tiene su sentido para proporcionar el espacio idóneo para el canto del cisne. Gran labor de construcción de sonido alrededor del vieno madera que consiguió buenas dosis de lirismo.
Para el Concierto para trompa y orquesta n.º 4 en Mi bemol, K495 de Mozart el director inglés redujo los efectivos con la idea de adecuarse más a ese sonido cristalino y con menos peso propio del Clasicismo. Supuso algún desequilibrio durante el arranque del primer movimiento (las trompas tapando a la cuerda), pero a medida que avanzó la obra y la articulación se hizo más clara, el balance acabó por normalizarse. Cuidada lectura de Jorge Monte a la trompa, con ataques muy precisos, un sonido pleno y tanta expresividad en las frases largas como delicadeza en las transiciones. Su punto álgido llegó en el Romance y en la cadencia final, recibidas con justos aplausos.
En la segunda parte el protagonismo viraba hacia otro compositor cuyo vínculo con la naturaleza organiza su discurso musical de forma íntima: Edward Elgar. Tenía más de 50 años cuando compuso su primera sinfonía, pero para la su Segunda Sinfonía, op. 63 esperó muy poco más, pasando de la adolescencia orquestal a la madurez en un par de años. La obra está organizada casi como escenas independientes cosidas armónicamente y con el aliento poético de los versos de Percy Bysshe Shelley (“Rara vez vienes, / Espíritu del deleite”). Bolton construyó un sonido sólido, no demasiado onírico, dejando de lado lo meditativo para centrarse en el impuso heroico que sin duda tiene la partitura. La OSM se centró en subrayar las emociones extremas en un gran primer moviemiento y a mantener el nivel en adelante. El resto de la lectura pudo haberse matizado a nivel dinámico algo más, pero la propia partitura pide continuo volumen y exceso. Respuesta algo fría del público, no tanto por la interpretación sino por el final anticlimático de la sinfonía. Mario Muñoz Carrasco
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