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Por Publicado el: 25/01/2020Categorías: En vivo

Crítica: Jennifer Johnston y Corby Welch con la Sinfónica de Euskadi. Gran Mahler con inadecuada propina

JENNIFER JOHNSTON Y CORBY WELCH CON LA OSE

Gran Mahler con inadecuada propina

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Corby Welch, Jennifer Johnston y Robert Treviño

Fecha: 22-I-2020. Lugar: Auditorio Kursaal, San Sebastián. Programa: Une barque sur l’ocèan y La Valse, de Maurice Ravel; Das Lied von der Erde, de Gustav Mahler, Voces solistas: Jennifer Johnston y Corby Welch. Orquesta: Sinfónica de Euskadi. Director: Robert Treviño.

En un concierto de música clásica, se concitan muchas especificidades artísticas tendentes a buscar el efecto de arrebolar al respetable en la magia de los sonidos armónicos y melódicos. Tales son el arte que desarrollan tanto intérpretes en el uso de la voz como los instrumentales; el arte que emana de la batuta concertadora; y el arte -en modo muy importante- de saber programar. Si la disposición de las obras a interpretar está inadecuadamente ordenada, se produce el lógico desencanto en la audición, pues las interacciones neuronales que incitan los sentimientos humanos quedarán siempre descompensadas o -incluso- maltratadas. Viene este previo exordio a razón dado que en el concierto que aquí se valora no es de recibo colocar, como propina del mismo una obra musical correspondiente al compositor interpretado en la primera parte, habiendo conseguido una espacial catarsis final con el cierre de la obra programada para ejecutar en último lugar.

Dejada en su sitio esta valoración, sí ha de decirse que en este concierto se ha constatado el muy alto nivel que está adquiriendo la Orquesta Sinfónica de Euskadi (OSE) bajo la rectoría del maestro Treviño. En la iniciática obra musical programada, Une barque sur l’ocèaan, integrada en la suite, inicialmente para piano, de cinco piezas titulada Miroirs (Espejos), se pudo apreciar que todo el ensemble musical tenía un marchamo de elegante color y sobre todo un consistente poder en la manera de tratar al francés Ravel, consolidándose tales valores en la interpretación de su famosa composición La Valse, ejecutada en esta ocasión con una limpieza en los planos sonoros digna de todo elogio, mostrando al compositor más nítido de cuantas veces he escuchado esta obra, muy recurrida por la OSE en su programación. Treviño fue el experto cirujano que iba pautando toda la operación concertante con un bisturí de mando preciso y ajeno a toda contaminación sonora que no fuera la limpieza existente en el pentagrama.

La segunda parte estuvo diseñada -sobre el papel- tan solo por la hermosura que es en sí ‘La Canción de la Tierra’ (Das Lied von der Erde) de Gustav Mahler. Analizando, prima facie, la voces de los solistas bien puede significarse su alto nivel, tanto en el tenor Welch, pese a estar un poco apagado en la emisión de su tesitura al inicio del primer movimiento Das Trinklied von Jammer der Erde, como la mezzosoprano Johnston cuajada en emotividad expositiva de los textos de los poemas chinos, siendo un dechado de delicadeza en el postrero Der Abschied (‘La Despedida’), en el que el propio Mahler hace su pequeña aportación poética a los textos de Mong Kao-Yen y Wang Wei; hubo un momento en que la música y su voz estaban transmitiendo vivencias de la existencia mahleriana de sublime intensidad y que traían recuerdos del fondo filosófico que se encierra en El Sentimiento trágico de la vida del inconmensurable Miguel de Unamuno. ¡Qué belleza! En éstas estábamos, con la OSE sumergida en la profundidad sonora con emisiones de luces camerísticas, la batuta de Treviño pletórica de exposición tímbrica, dejando caer su mano derecha en el final postrero ante un silencio expectante y con algunos ojos que tenía cerca cuajados en lágrimas. ¡Precioso! Y cuando los ánimos estaban relajados, saboreando el regusto de tanta dulzura espiritual que se encuentra los versos “¡La tierra florece por todas partes en primavera y se llena de verdor nuevamente! // ¡Por todas las partes y eternamente resplandece de azul la lejanía!”, se rompe el encantamiento y, de inadecuado regalo, se disloca la magia con la interpretación de los movimientos de la Rapsodia española de Ravel, preñada de ritmos de jotas y de sones ajenos al recogimiento. ¡Eso no se hace! Esta propina hubiese estado encajada, perfectamente, al finalizar la primera parte, no trastocando el gozo de la intimidad mahleriana. Manuel Cabrera.

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