Crítica: Jerusalem, un impacto en el Euskalduna
JERUSALEM (VERDI)
Un impacto en el Euskalduna
Fecha: 25-XI-2019. Lugar: Palacio Euskalduna, Bilbao. Programa: ‘Jérusalem’, grand opéra en cuatro actos de Giuseppe Verdi (estreno absoluto en España). Intérpretes: Rocío Ignacio (Héléne), Jorge de León (Gaston), Michele Pertusi (Roger), Pablo Gálvez (Le Comte de Toulouse), Fernando Latorre (Adhemar de Montheil), Moisés Marín (Raymond), Deyan Vatchkov (Emir de Ramla), David Lagáres (un soldado/un heraldo), Alba Chantar (Isaure), Gerardo López (un oficial. Coro: Opera de Bilbao. Orquesta: Sinfónica de Bilbao. Director de escena: Francisco Negrín. Director musical: Francesco Ivan Ciampa. Coproducción: ABAO Bilbao Ópera y Theater Bonn.
La valoración critica que se hace de esta cuarta representación del ‘Jérusalem’ verdiano, han de constatarse , prima facie, las diversas lenguas extranjeras que se escucharon en el foyer del Euskalduna antes de iniciar la representación, amén de un numero apreciable de facciones asiáticas, lo que denota el interés que esta ópera ha supuesto para melómanos, allende nuestra fronteras, tanto por su estreno absoluto en España, como por su apenas representación en Europa y no digamos al otro lado de la mar océana o en, para nosotros, oriente. En ese terreno ha causado un serio impacto. Posiblemente sea la duración total de la obra, que excede las tres horas sin descansos y eso que en Bilbao se suprimió por tal motivo el ballet que va inmerso en el acto III, como el costo que supone una producción escénica recreando los ambientes que el libreto significa. Tal vez por esta causa sea que la escenografía de Paco Azorín (quien no apareció por Bilbao) sea un tanto confusa, aunque funcione sin mayores problemas para cantantes y coro. Donde no hubo acierto, como se evidenció de forma patente, fue en el vestuario de Domenico Franchi, que constituyó la única mácula. Cantar esa ópera, absolutamente inhabitual y por ende, novedosa, con posibilidades de no volver a interpretarla, supone, de por sí, un verdadero merito, máxime cuando estamos ante una partitura muy exigente, en la que Verdi fuerza la máquina del juego melódico con abundancia de bruscas dinámicas y sorpresivos cambios de tonalidades. Por ello los cantantes partícipes merecen un grato reconocimiento, especialmente las tres voces principales; y, a todos, la gratitud por su especial entrega en el duro trabajo escénico que les impuso la greca Angela Saroglou, colocándoles, en muchas ocasiones, en el suelo, medio a rastras, cuando ello no obedecía a razón alguna.
La jerezana Rocío Ignacio fue una Hèlène pletórica en generosidad vocal, entregada al máximo, resolviendo con poderío los rocosos dúos con el tenor tal así la belleza canora de ambos en ‘Non ce bruit ce n’est rien … adieu mon bien aimé’; los tensos recitativos, como fue el caso de ‘Loin des croisés, damade’; y la sorpresa que nos deparó con su dominio sobre las notas de paso para presentar un registro grave -en su tesitura de soprano spinto- ancho, generoso y bien amarrado. Fue la triunfadora de la velada como generosamente se lo reconoció ese juez supremo que es el público. El lagunero Jorge de León, debutante en Bilbao, estuvo hecho un ídem. Generoso en extremo sin guardarse nada, rotundo en ataques, brillante en agudos, cual fue el caso del Do (no escrito) en el recitativo y aria de Gaston ‘L’Emir auprès de lui m’appelle … je veux encor entendre’ empleando el uso de la emisión en exquisito cuaje de esmalte equilibrado y seguro. Completó el trío victorioso en esta función el parmesano Michele Pertusi, con un Roger preñado en expresividad, pleno en la zona aguda y granítico en el registro grabe. Fue pieza muy importante de este estreno, como lo dejó patente en el aria ‘Du securs! Ô mon Dieu!’. Un tanto deslucido quedó el barítono granadino Gálvez, siendo meritorios los trabajos de bilbaíno Latorre y del nazarí Marín, con una voz muy bella pero falta de técnica. Cumplieron las voces del resto del elenco. El coro, a quien Verdi le reserva una participación extensa y comprometida, lució para la ocasión unas galas de empaste, sonoridad y equilibrio de muchos kilates. La lectura que de la partitura hizo la batuta y la mano izquierda de Ciampa resultó muy efectista para la emisión de las voces y muy segura, llena de matices de colores tímbricos para la orquesta de Bilbao. Dieciséis minutos de aplausos finales, amén de los muchos habidos durante la función, fue buena muestra de agradecimiento del público. Manuel Cabrera
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