Crítica: Jordi Savall rinde homenaje a la Tierra con el CNDM
Savall el Incombustible
Homenaje a la Tierra. Obras de Rebel, Marais, Telemann y Rameau. Le Concert des Nations. Dirección musical: Jordi Savall. Ciclo “Universo Barroco” del CNDM. Auditorio Nacional, Sala Sinfónica. 7 de mayo
No haremos más referencia que en el título a aquello que ya hemos normalizado a pesar de ser extraordinario: ver a Jordi Savall con más de ochenta años con una actividad frenética, ya sea como intérprete o como director. La reflexión aquí no es por lo bien que parece estar físicamente sino por lo complejo que resulta estar tantos años en la cresta de la ola y ofrecer un nivel determinado de calidad. El concierto llevaba por título Homenaje a la Tierra, e intentaba plasmar cómo los compositores barrocos se han acercado desde una cierta retótica musical —“pintando en música”— a los elementos terrestres y a la forma de organizarlos (es decir, del caos al orden). El programa se acerca a lo escuchado en un disco de Savall de hace algunos años, ‘Les Éléments. Tempêtes, Orages & Fêtes Marines’, que mantiene ese modelo de publicación de los últimos años del intérprete de Igualada que agrupa las obras bajo un evocador eje temático.
Sigue sorprendiendo el nivel de ruptura de algunas de estas composiciones, donde el uso de ciertas disonancias extremas, como en el principio de Les Éléments de Rebel, debieron suponer una auténtica conmoción. La representación del caos siempre ha dado mucho juego. Savall optó por una confusión comedida, más elaborada en la tímbrica y que creaba un discurso hedonista, gracias en parte a una orquesta fantástica, moderada en tamaño pero de potencia más que suficiente. Las sucesivas partes de la suite de danza se leyeron con solvencia, en particular “Le Feu”.
Los fragmentos escogidos del Alcione de Marin Marais fueron lo mejor de la velada. Hay que reivindicar la figura del Marais operístico, que no tiene el entramado sentimental, casi pictórico, de sus libros de viola da gamba pero que atesora un color y un pulso privilegiados, capaces de mantener espacios dramáticos complejos, como ocurrió con el “Tambourin”. Los efectos especiales (máquina de viento y percusión) amenazaron con tapar algunos fragmentos, pero Savall no permitió en ningún caso el desbordamiento. Emocionantes las flautas en el “Ritournelle”, tan pastoral como añorante.
También en el mismo eje de coordenadas (la elegancia y la tímbrica) fue la lectura de la Wassermusik de Telemann, la más reconocida de las piezas y que también se beneficia de ese cierto aroma francés del tejido musical de la suite. Manfredo Kraemer es un gran violinista, pero es mejor concertino y en Telemann inició, marcó e impulsó de la mejor manera posible, como en la “Bourée” y la “Harlequinade”. Para finalizar, la especialidad de la casa, un Rameau delectado, construido antes en la paleta orquestal que en la sucesión de pulsos, y que tuvo su gran momento en el “Air pour Zéphire”. Júbilo, aplausos y ovaciones en los dos bises, la “Contredanse très vive” de Zoroastre y un arreglo de una pieza de las nupcias de Luis XIII, la muy libremente adaptada Bourrèe d’Avignonez. Un placer. Mario Muñoz Carrasco
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