Crítica: Josu de Solaun en el Palau de la Música de Valencia
Josu de Solaun, lacra y categoría
RECITAL DE JOSU DE SOLAUN (piano). Programa: Obras de Brahms, Schumann. Chopin y Prokófiev. Lugar: València, Palau de la Música (Sala Iturbi). Entrada: Alrededor de 1.000 espectadores. Fecha: miércoles, 17 de enero de 2024
Tocó el pianista valenciano Josu de Solaun (1981) en el Palau de la Música armado con su opulenta paleta de colores y registros, que acaso sea su mayor cualidad ante el teclado. Y lo hizo con un programa largo y excesivo, que lo fue aún más por los muy lentos tempi aplicados, que prolongaron la actuación más allá de las dos horas y media. Pasaban ya las diez de la noche, y tras un continuo goteo de espectadores desertores ante tanto exceso, el recital se cerró con lo mejor de la noche: el regalo de un Debussy fragante y cargado de sugestión que supuso lo más sustantivo de tan inacabable programa. También, y paradójicamente, la única obra que tocó de memoria, alejado de la luminosa tablet que lo acompañó toda la noche.
“¡Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala!”. Dice Maese Pedro al Trujamán en el quinto cuadro de la ópera maestra de Manuel de Falla. Y acaso sea la afectación y el exceso la lacra que ensombrece la categoría artística y pianística de Solaun, artista de quilates empeñado en marcar con sello propio sus interpretaciones, como un nuevo Glenn Gould del siglo XXI. Silla incluida. Los ralentizados tempi -más celibidachianos que razonables- que aplicó a muchos de los pasajes del programa descompusieron la lógica musical y restaron carácter y razón. Ocurrió en las Baladas de Brahms que abrieron el programa, o en la apasionada Sonata en fa sostenido menor de Schumann, radiante en sonoridades y fraseo, sí, pero cuyo impulso joven quedó mermado y desmoronado por un inapropiado preciosismo manierista. El primer movimiento se antojó así más un “Allegretto calmo” que el nervioso “Allegro vivace” que marca Schumann.
En el universo extremo y extremado de Solaun, en sus enormes dinámicas, contrastan los más fascinantes pianísimos con fortísimos en ocasiones duros y salidos de contexto, en los que el pedal, tan admirablemente empleado en las gamas más delicadas, se torna excesivo y emborronador. Ocurrió al final de la sonata de Schumann. También en el accidentado final de la Octava sonata de Prokófiev, con un Vivace en todos los sentidos llevado al límite, que llegó precedido por el mágicamente expresado “Andante sognando”.
Antes de este Prokófiev de claroscuros, se disfrutaron sin solución de continuidad pequeñas y lentas páginas de Chopin, marcadas por el preciosismo, las consabidas lentitudes y esos minuciosos pianísimos característicos y cercanos al silencio tan propios del mejor Solaun. Ahí, en este universo confidencial y susurrado, tenue y exquisito, alejado de grandilocuencias, frenesís y afectaciones, es precisamente donde el arte puro y a borbotones del valenciano alcanza su mejor y más genuina condición. Justo Romero
Publicada el 19 de enero en el diario LEVANTE
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