Crítica: Joyce DiDonato presenta ‘Eden’ en el Teatro Real
Bienintencionado canto a la naturaleza
“Edén”. Joyce DiDonato, mezzo. Il Pomo d’oro. Director: Maxim Emelyanychev. Pequeños cantores de la JORCAM. Teatro Real, 5 de junio de 2023
La mezzosoprano norteamericana Joyce DiDonato, que en el pasado nos ha proporcionado algunas brillantes noches operísticas en el Real (“Cenerentola”, “Ariadne auf Naxos”, “Idomeneo”, “Der Rosenkavalier”, “Dead Man Walking”, “Agrippina”…), se ha montado un espectáculo (del que ha salido ya un CD) a su medida, bautizado como “Eden”, que viaja a través de cuatro siglos de música en busca de una identificación y de un canto entusiasta a la naturaleza. Un canto optimista y bienintencionado; un canto de esperanza en el que se aglutinan una serie de músicas líricas conectadas de uno u otro modo con un mundo solidario, caluroso, virginal y bienhechor.
Una pretensión loable que tiene una plasmación sonora y escénica un tanto discutible con luces indirectas o cenitales, instaladas en un escenario casi a oscuras, con una plataforma central circular, separadora de los dos grupos orquestales (unos 20 músicos cada uno), en la que se mueve la solista con dos grandes aros que marcan su territorio incontaminado. Se suceden músicas de distinto tipo, de hasta veinte autores distintos, definitorias de ese imposible pero deseado Edén. Músicas que van siendo desgranadas con suma delicadeza y cuidado por el sensible Emylyanychev y su grupo y la voz de DiDonato.
El timbre de la cantante se ha oscurecido no poco: es más ancha la emisión y más audible el grave, que resulta en ocasiones agreste al producirse un salto, un cambio de posición emisora, que hace difícil la igualdad y la homogeneidad tímbrica. Pero lo cierto es que con todo ello alumbró algunas interpretaciones muy meritorias e incluso magistrales, como la de dos lieder mahlerianos pertenecientes al cuaderno de los “Rückert”: “Ich atmet’ einen linden Duft” y “Ich bin del Welt abhanden gekommen”. La voz sonó aquí suave, bien modulada, con una expresión limpia y nostálgica.
Destacamos entre las numerosas páginas, cada una con su llamémosle coreografía en penumbra, el aria de bravura de “Adamo ed Eva” de Myslivecek, “Toglierò le sponde al mare”, magníficamente entonada a falta de una mayor relevancia y precisión en los trinos. Gran momento asimismo el aria de “La Calisto” de Cavalli “Piante ombrose”. Bien delineada la de “Ezio” de Gluck “Misera Dove son”. Escuchamos también páginas de Marco Ucellini, Giovanni Valentini, Haendel y Charles Ives (“La pregunta sin respuesta”, con la voz de la mezzo en lugar de la trompeta).
El espectáculo, tan ecológico y bien planteado e intencionado, acaba por hacerse algo farragoso. Hasta que aparecen los gozosos niños que integran el coro de Pequeños Cantores de la JORCAM, que dirige tan sabia y eficazmente Ana González, y cantaron dos hermosas piezas de aire popular, con la intervención de DiDonato, que cerró con una soñadora recreación, quizás demasiado, de “Ombra mai fu” del “Serse” de Haendel. Todo terminó entre grandes aplausos y bravos sin que en ningún momento apareciera el anunciado actor Manuel Palazzo.
Las luces, los claroscuros, los incómodos focos para el ojo del espectador fueron cosa de John Torres, mientras la dirección de escena, centrada en las posturas y suaves y lentos movimientos de DiDonato, corrió a cargo de Marie Lambert-Le Bihan. Ninguno de ellos apareció al final. Arturo Reverter
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