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Por Publicado el: 01/08/2024Categorías: En vivo

Crítica: Juegos operísticos. ‘Li furbi! de Giacomo Tritto/’El gigante egoista’ de Liza Lehmann, en el Festival Little Opera 2024

Juegos operísticos

Giacomo Tritto: Li furbi (Los listos). Liza Lehmann: El gigante egoísta. Mar Morán, César San Martín, Vicenç Esteve, Lola Casariego, Emilio Gavira. Sonor Ensemble. Director de escena: Ignacio García. Director musical: Luis Aguirre. Teatro Principal. Dos miniaturas operísticas debidas a Juan Durán y a José Luis Greco. Palacio de la Encarnación, Biblioteca Pública. 28 de julio de 2024. Festival Little Opera de Zamora.

Juegos operísticosGiacomo Tritto: Li furbi (Los listos). Liza Lehmann: El gigante egoísta. Solistas. Vocales. Sonor Ensemble. Director de escena: Ignacio García. Director musical: Luis Aguirre. Teatro Principal. Dos miniaturas operísticas debidas a Juan Durán y a José Luis Greco. Palacio de la Encarnación, Biblioteca Pública. 28 de julio de 2024. Festival Little Opera de Zamora.

Imagen de la representación de Li furbi en el Festival Little Opera de Zamora

Este Festival, dedicado al conocimiento y difusión de óperas de cámara hoy olvidadas y al alumbramiento de nuevos títulos, dirigido por la soprano Conchi Moyano, ha cerrado su novena edición con un doblete muy curioso, el constituido por el melólogo El gigante egoísta de la inglesa Liza Lehmann (1862-1918) sobre texto de Oscar Wilde y Li Furbi (Los listos) del napolitano Giacomo Tritto (1733-1824). La recuperación y puesta al día de esta última partitura se debe al director Alberto Cubero, que ha realizado una meritoria labor y corregido numerosas erratas, con transcripciones y añadidos necesarios.

El resultante es una amena y chispeante narración en el típico estilo de los intermezzi de la época, aunque la duración en este caso sea mayor de la que usualmente tenían las obras de este tipo (pensemos en La serva padrona de Pergolesi). El argumento -una pareja de listos, hombre y mujer, penetran en una casa honorable con intención de apropiarse de lo ajeno y digiriendo ricas viandas. La narración, pese al trabajo de Cubero, es a veces premiosa, aburrida e ininteligible, sobre todo en su segunda mitad, donde manda el confusionismo y nada de lo que ocurre parece tener sentido.

La música, en este estilo bufo de la época (años sesenta del siglo XVIII), es agradable pero repetitiva, no demasiado original, aunque hay en ellas algunos rasgos de genio y de ingenio, como la utilización esporádica de temas alusivos. Las arias son de un sencillo melodismo, con el empleo de armonías previsibles. Las más importantes y extensas son las tres destinadas al personaje de Don Camilo, previsto seguramente para un castrado -y que aquí canta con donosura la soprano Mar Morán-, que siguen el esquema “dacapo” (A-B-A) y que incluyen florituras diversas y algún que otro sobreagudo, no siempre escrito.

El movimiento, bien programado y ordenado por el director de escena, el siempre imaginativo Ignacio García, es continuo y animado sobre una escenografía de Ana Cris, con sus idas y venidas, sus sorpresas y confusiones. Unos barriles, botellas (muchas de ellas colgadas en el techo) presiden el ámbito escénico. Todo se confunde y se precipita al final. Un adecuado equipo vocal se encargó de salvar la función con animada disposición.

Hay que citar en primer término y de nuevo a Mar Morán, ataviada como una mujer apantalonada, aunque sabemos que es un hombre. El dueño de la casa. Voz espejeante de lírico-ligera con carne y metal muy pulido y buen arte de canto. Expuso y dijo con garbo su nada fácil parte.

Hay que citar a su lado a César San Martín, un barítono en constante crecimiento, de un lirismo pleno y caluroso y de un timbre acogedor. Siempre expansivo y natural. El tenor cómico Vicenç Esteve volvió a mostrar su voz leve y bien puesta y sus dotes actorales mientras que la veterana mezzo Lola Casariego sentó cátedra de bien decir y actuar con ligeras desigualdades emisoras. La stretta final fue demostrativa de buen hacer. Aunque no siempre hubo encaje preciso y equilibrio entre las voces y el Sonor Ensemble (unos diez instrumentistas), diligente y calurosamente dirigido por Luis Aguirre.

Entre la primera y segunda parte de Li Furbi se colocó El gigante egoísta de Lehmann. No pareció muy buena idea, ya con ello se cambió inopinadamente de estilo y de mundo musical. Quizá habría sido mejor situarla el principio de la función. En este caso el gigante era un enano -el expresivo y dúctil Emilio Gavira -que hace bulto en el intermezzo-, que es quien lee la fábula a los niños. No acabó de funcionar del todo. Buen trabajo al piano de Sebastián Mariné. Y éxito final.

Un éxito que envolvió a una de las nuevas iniciativas de Moyano: la de encargar dos óperas miniatura de cuatro minutos a dos excelentes músicos: Juan Durán y José Luis Greco. Del primero escuchamos y vimos Tiramisú, una graciosa y delicada experiencia a lo Rossini, con stretta final. Del segundo, de trazo más ecléctico y severo, se nos ofreció El paseo, que narra las idas y venidas líricas de una parejita.

Degustamos, de dos en dos espectadores, esta suerte de aperitivos -que se ven a través de las diminutas marionetas manejadas por el equipo de MorsaPolar– escuchando las voces de la soprano lírica Solange Aroca y el barítono lírico Pablo Rossi-Rodino por un lado y la soprano Belén López León y el tenor Francisco J. Sánchez, ambos lírico-ligeros. Y dos hábiles pianistas: Alexandre Alcántara y Krzysztof Stypulkowski.

Arturo Reverter

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