Crítica: Jukka-Pekka Saraste dirige la Orquesta Nacional
Paisajes agrestes y líricos
Obras de Wennaköski y Sibelius. Orquesta Nacional. Director: Jukka-Pekka Saraste. Auditorio Nacional. Madrid, 23 de abril de 2022.
Inmersión en la música de Sibelius con el aperitivo de la muy breve obra de otra finlandesa, Lotte Wennaköski (1970), una compositora que va por derecho, certera, hábil en el manejo de los timbres y de la frase prieta y concisa. Juan Manuel Viana recoge en sus notas al programa este declaración de la propia creadora acerca de sus pentagramas: “Hago música tímbrica, al tiempo que persigo una forma dinámica (en lugar de estática). A menudo opto por incluir algunos elementos convencionales, pero mis texturas están coloreadas por técnicas de interpretación inusuales y sonidos no tradicionales”.
Unas palabras que describen bien el espectro sonoro de “Flounce”, breve página de cinco minutos con la que se abría el concierto: ligeros chispazos stravinskianos, trémolos, ondulaciones, polifonías varias, intensidad lumínica, prieta instrumentación. Acumulación, concisión y breves y fulmíneas frases. Se pasa en un pis pas y deja un agradable sabor. Buen pórtico en todo caso para la inmediata escucha de dos obras de Sibelius. Primero los nueve números de la suite “Pelléas y Mélisande op 46” ejemplo de finura orquestal, de proporción, de efusión. Una agradable pintura al óleo. Nada que ver, por supuesto, con la ópera de Debussy estrenada tres años antes.
Aquí el pincel lo llevaba el finlandés Jukka-Pekka Saraste nacido en 1956 en Lathi, que porta una batuta, segura, manejada con criterio, adecuadamente desentrañadora. Hombre menudo, ágil, fácil y desenvuelto, un tanto alicorto de expresión, siempre serio y circunspecto, preciso y elegante, de gestos económicos y certeros, de armonioso manejo de batuta. Hizo sonar bien a la Nacional, que mostró la adecuada densidad sonora en las amplias frases de la cuerda de el número 1, “En la puerta del Castillo”. En “Mélisande” se lució José María Ferrer de la Asunción con su corno inglés.
Muy bien los arcos graves en el vals de “Una fuente en el parque”, “nº 4”, y los clarinetes en la “Pastoral”, “nº 6”. “La muerte de Mélisande”, “nº 9”, tuvo el necesario reposo. Buen pórtico para que después del descanso pudiéramos escuchar la “Sinfonía nº 1 en Mi bemol menor op. 39” del propio Sibelius, la más conocida de las del compositor después de las más frecuentadas “nº 2” y “nº 5”. Obra recia, de belleza agreste, entreverada de lirismos calurosos, que se nos ofreció en una versión diríamos que naturalista, plena de fuerza, de fraseos amplios y rotundos. Una recreación en la que el detalle fino fue en buena parte orillado. Pero con un potente sentido descriptivo y atento al aspecto folklórico.
La introducción “Andante ma non troppo” estuvo bien matizada en busca del posterior desbordamiento, un trazo creciente hasta la explosión ecológica del inmediato “Allegro energico”, que brilló con mil luces. El segundo tema, de perfil más largo y melódico, fue excelentemente dibujado. Los abruptos contrastes del “Andante” fueron bien observados desde una óptica de lente ancha, sin contemplaciones, mientras que en el “Scherzo” se optó por un tempo muy ligero y una puntuación rítmica muy precisa.
Sonó estupendamente el unísono de los violines al comienzo del “Finale” en su primer tramo, “Andante”. Los cambios de tempo fueron acertadamente vistos. La elástica batuta desentrañó con habilidad, aprovechando la flexibilidad de la Orquesta, los pasajes fugados. No todo tuvo el equilibrio deseado y el ajuste no fue perfecto –por ejemplo, en los pizzicati de cierre-, pero la versión fue de altura, imperiosa, con las adecuadas gotas paisajísticas. Arturo Reverter
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