Crítica: Despedidas míticas, Julia Hagen y Giovanni Antonini con la ONE
DESPEDIDAS MÍTICAS
Obras de Gluck, Boccherini y Mozart. Julia Hagen (violonchelo). Orquesta Nacional de España. Dirección musical: Giovanni Antonini. OCNE 23/24. Auditorio Nacional, Madrid. 11 de febrero
No es algo que se pueda defender fácilmente, y de entrada parece una idea bañada en el aura mítica del Romanticismo, pero lo cierto es que en ese último movimiento de la Sinfonía n.º 41 en Do Mayor da la sensación de que Mozart se está despidiendo de muchas cosas. Es su último arrebato sinfónico, aunque le quedan años de maravillas, pero hay un uso de la oscuridad, una disonancia mantenida, un crecimiento de la rabia que se le transparentaron al compositor sin querer. No era propio de la época. Mozart parece estar sujetando continuamente a los caballos de su conciencia, reconviniendo el exceso emotivo y llamando a las puertas del siglo siguiente. Denis Diderot y Antoine Bemetzrieder recomendaban en sus Leçons de clavecín et principes d’harmonie de 1771 que la composición musical fuera “una ley de extravíos y regresos sucesivos”. Pareciera que en ese telúrico “Molto Allegro” final ganó el extravío.
La sinfonía le iba muy bien al perfil actual de Giovanni Antonini, un director que revolucionó a toda una generación con su Giardino Armonico, que nos empapó con unas Cuatro Estaciones portentosas y que le puso alfombra roja musical a Bartoli hace ya años. Pero hoy dedica buena parte de sus esfuerzos a una integral sinfónica de Haydn (Haydn2032) con resultados magníficos, lo que le permite hablar de la retórica musical clasicista con bastante autoridad. Arrancó el concierto con la Suite de Don Juan, un semillero de donde Gluck sacó un poco de todo para furias, Elíseos y óperas varias. Aquí lo importante es no perder la cara a una música que viene sobrada de drama y de conexión con el público, pero que fácilmente pierde empaste y balance. Antonini estuvo donde se le esperaba, con vibrato controlado y una visión polarizada en cuanto a los acentos que fue entrando en combustión hasta la “Danza de las furias” final. Fantástica intervención de Robert Silla, solista de oboe. La primera parte se completaba con el Concierto para violonchelo en Si bemol mayor de Boccherini, mucho menos amable para el solista que para el público. Julia Hagen se entregó a la obra con desparpajo y se lanzó a los continuos sobreagudos al límite del diapasón con resolución digna de elogio. Gran línea de fraseo en el “Andantino grazioso” y Sarabanda de la Primera Suite bachiana como propina.
Y volvemos al principio. La segunda parte era la Sinfonía n.º 41 en Do Mayor, un monumento inabarcable que fue tratado con la mejor de las realidades tímbricas que puede ofrecer la ONE, que es mucha, a la que sumaron trompas y trompetas naturales. La flexibilidad que muestra la orquesta es admirable. Antonini propuso energía, expresividad y aristas, no por falta de cuidado en el sonido sino por no huir de los contrastes prescritos y sin atenuar el empuje en una sola repetición. Refinamiento en el “Andante cantabile”, luminosidad en el “Menuetto” y, tal y como comentábamos al empezar, toda la rabia precisa para encarar un último movimiento donde lo estructural (la fuga a 5), lo melódico y lo emocional se dan la mano. Conmoción y entusiasmo final para despedir un concierto magnífico con un repertorio brillante. Y también oscuro.
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