Crítica: Juvenil y expresiva ‘Bohème’ en Garaje Lola
JUVENIL Y EXPRESIVA BOHÈME
Puccini: La Bohème. Eduardo Pomares, Nerea González, Enrique Torres, Raquel del Pino, Igor Voidevodin, David Cervera, José Ángel Treviño. Piano y dirección Musical: Miquel Ortega. Dirección de escena: Emiliano Suárez.
Siempre es de alabar el impulso dado a las jóvenes voces, aquellas que pueden cimentar en un futuro cercano la sana interpretación de las mejores páginas líricas. En este camino se destaca la labor que viene realizando desde hace unos años, con medios modestos, el Garaje Lola. Algo que hemos comentado en estas páginas en más de una ocasión. Con el célebre título de Puccini, uno de los más famosos y queridos del repertorio, se ha abierto la temporada en el recóndito espacio del barrio de Tetúan.
Sobre la base de una sencilla producción ya conocida y exhibida en años precedentes en distintos puntos de España, que no modifica la raíz y circunstancias argumentales básicas de la narración, hemos podido seguir las evoluciones de unas jóvenes y prometedoras voces, las principales salidas de un taller presidido por el tenor canario Francisco Corujo. Hay buena encarnadura, entusiasmo, maneras, rasgos de calidad vocal e interpretativa ciertos en ellas.
Si empezamos por Nerea González, apasionada Mimì, hemos de alabar su consistencia lírica, su brillo tímbrico -de un metal un tanto agresivo que habrá que dulcificar- su presteza en el ataque, su adecuada extensión. Ha de ganar en la aplicación de reguladores y en la búsqueda de matices que le permitan, por ejemplo, expresar con un mayor lirismo interior la maravillosa “Donde lieta uscì”.
Rodolfo fue el tenor lírico-ligero, más esto que aquello, Eduardo Pomares, cantante efusivo, buen fraseador, de aceptable extensión -hasta un más bien alicorto Do sobreagudo-, de indiscutible musicalidad y honradez emisora. Sucede que a la voz le faltan armónicos, brillo, enjundia, mayor enjundia lírica. No parece Rodolfo un papel del todo adecuado para sus indiscutibles méritos. Los tiene también el joven barítono Enrique Torres, de agradable tinte lírico, de centro cálido a falta de un mayor relieve tímbrico. Ha de ganar en graves y amplitud. En todo caso, frasea con limpieza y sinceridad.
La cuarta voz joven en concurrencia fue la de la soprano ligera Raquel del Pino, timbre líquido, de buen cristal, dotada de un acusado vibrato y no mucha sustancia que sabe controlar. Vivaracha y efusiva en su aria “Quando m’en vo”, único número del segundo acto de la obra que se pudo escuchar teniendo en cuenta que el auténtico protagonista del episodio es el coro, aquí lógicamente ausente.
Al lado de ella y de los demás alevines se situaron las voces de cantantes ya hechos y hasta cierto punto veteranos: el bajo David Cervera, tonante, redondo, un tanto engoladillo, que, como Colline, fraseó estupendamente la “Vecchia zimarra”; el barítono Igor Voidevodin, de metal cierto, rotundo, vibrante, pasajeramente nasal, que dibujó un buen Schaunard, y el bien timbrado tenor José Ángel Treviño, que hizo un adecuado Benoit.
Desde el piano sentó sus reales Miquel Ortega, que se las sabe todas en estas lides desde su autoridad musical reconocida en tantos terrenos. Acompañó, dialogó, adaptó, a veces sobre la marcha a fin de encajar tiempos, salidas y entradas de tal manera que la función discurrió sobre pautas musicales y expresivas lógicas, sin desajustes muy apreciables.
Contribuyó al éxito general; que tuvo también la espartana dirección escénica de Suárez. En ella Rodolfo es un poeta pero Marcello no es un pintor, sino un mecánico. Un antiguo coche descapotable preside el pequeño espacio en el que hay también un enorme cajón, unos barriles y una escalera. Elementos suficientes pare centrar la económica narración en la que el público ha de poner bastante de su parte.
Para terminar apuntemos los nombres de los demás artífices del espectáculo: Carola Baleztena (vestuario), Carlos Alzueta (iluminación), Marcos Magoa (regiduría), Macarena Bergareche (Producción ejecutiva) y María Serrano (Asistente).
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