Crítica: Recital de Jonas Kaufmann y Diana Damrau, en el Palau de la Música Catalana
Jonas Kaufmann y Diana Damrau, en el Palau de la Música Catalana
Obras de Strauss y Mahler. Jonas Kaufmann y Diana Damrau. Helmut Deutsch, piano. Palau de la Música Catalana, Barcelona. 8 de abril de 2025.

Helmut Deutsch, Diana Damrau y Jonas Kaufmann en el Palu de la Música Catalana Foto ©IFL
Me provoca tristeza y vergüenza cuando a pesar de los carteles muy visibles en la sala y los anuncios por megafonía interna antes de empezar las representaciones de ópera, conciertos o recitales, como fue el caso del liederabend que presentaba el Palau con la tercera visita en el ciclo Grandes voces del Palau de la Música Catalana, de Diana Damrau y Jonas Kaufmann, los teléfonos, sí, teléfonos, varios con diferentes tonalidades y musiquillas, molesten tanto que el mismo Kaufmann tuvo que pedir que por favor se apagaran o silenciaran para dejarlos cantar.
Pues bien, no fue suficiente la vergonzosa advertencia del tenor alemán que hacía enrojecer incluso a cualquier necio, que en el momento más catártico de “Ich bin der Welt abhanden gekommen” una impertinencia sonora proveniente de un terminal telefónico me removiera los más bajos instintos, para repetirse con insistencia, poco después, cuando era Damrau quién cantaba un delicioso lied de Strauss.
Ya podemos ir culpando a los jóvenes y a la evolución negativa del mundo con esta juventud enganchada a los aparatos, porque estoy seguro que los móviles que incordiaron durante lo liderabend de ayer, provenían de aparatos de personas más que adultas, que me atrevería a decir que lanzan sentencias contra los jóvenes maleducados que no apartan los ojos de las pantallas.
Sin ir más lejos, la señora que tenía a mi lado y a pesar de que ya se habían producido los hechos que acabo de narrar, se sacó el móvil del bolso para hacer un par de fotografías mientras tenor y soprano cantaban, no cuando saludaban al finalizar el recital, no, mientras cantaban. Quizás tenía el móvil en silencio y esto ya le hacía creer que no estaba transgrediendo nada.
Esto es el que nos lleva la modernidad, las redes y la popular ópera en tejanos. Estoy más que indignado, avergonzado de pertenecer a un grupo selecto de incívicos con ínfulas de superioridad. Pido perdón a Diana Damrau, Jonas Kaufmann y Helmut Deutsch en nombre de todos los que queríamos desparecer y escondernos debajo de nuestra localidad.
El liderabend de la pareja Damrau-Kaufmann que pasean por todas partes, estaba formado por obras de Richard Strauss, la mayoría, y también de Gustav Mahler, por lo tanto, exquisitez, distinción y cierta condescendencia al gran público, incluso para aquellos no habituales a un recital de lied, pero que y sobre todo por el reclamo Kaufmann, hagan el “sacrificio” de salir de su zona de confort, quizás con la esperanza que en la tanda de propinas caiga un “Nessum dorma” o uno “O mio babbino caro” y que con Mahler y Strauss quizás sea más llevadero que con Wolf o Brahms.
Es este público inquieto incapaz de respetar los bloques establecidos para aplaudir para hacerlo tan pronto se ha acabado un lied. No hay solución posible, más vale dejar los reproches y olvidar que un liderabend es un acto íntimo de comunión entre artistas y público, gracias a la sensibilidad de texto y música en comunión, poco propenso a los grandes efectismos vocales y a las pirotecnias más deslumbrantes. Batalla perdida.
El primer y único bloque de la primera parte, con una breve pausa de descanso, estaba integrado por diecisiete lieder de Richard Strauss, que se inició curiosamente con Zweignung a cargo de Jonas Kaufmann, un lied que los lideristas acostumbran a cantar como propina al final de sus recitales y acabó con Amor, op 68 a cargo de Diana Damrau, alternándose uno al otro, hecho que motivó que se apreciara una vez más, dos maneras muy diferentes de proyectar el sonido.
Yo diría que, con algunas excepciones, los lieder de Strauss no se adecuan a la voz de Damrau, que tardó bastante más de media hora en mostrar cierta calidez vocal. Su Strauss, en la primera parte me ha parecido excesivamente agudo, carente de centro y obviamente de graves, pero sobre todo le faltó la seducción de una voz carnosa y cálida que se ciñera a la zona vocal en la que Strauss coloca la voz del solista.
No es una cuestión de tesitura, casi siempre capaz para todas las vocalidades, es una cuestión de posicionamiento de la voz, que nunca tendría que sonar hiriente, ni irritante, cosa que sucedió varias veces durante la primera parte cuando era la soprano alemana quién las interpretaba y el contraste con la voz oscura de Kaufmann creaba un distanciamiento que difícilmente llegaba a establecer un diálogo homogéneo, coherente y diría que incluso placiente, al menos para mí.
El caso de Kaufmann es suficiente conocido y con los años se acentúan sus sonidos engolados, con sus pérdidas momentáneas de fluidez de emisión, por el hecho que la voz no corre bastante, pero, por el contrario, tiene una evidente seducción sonora, con una voz muy baritonal, sin dejar de ser nunca un tenor, de tonos cálidos y emisión que cuando se libera con naturalidad, es abrumadora.
El abuso de medias voces, sonidos apianados, no siempre con acierto y afinación perfecta, le restan valor, pero faltaría a mi verdad, cuando menos, si no os dijera que cuando fluye, seduce, porque se adecua con más naturalidad al mundo straussiano que no ella, a pesar que ha terminado con el mencionado Amor, un lied con reminiscencias “zerbinettianas”, que fue lo más redondo de su primera parte, no tan satisfactoria para mí como la reacción del público podía hacer creer.
En la segunda parte los cantantes también se alternaron, pero por bloques, lo que equilibró más la sensación de comunión interpretativa, y también hay que decir que los lieder escogidos por Damrau de Gustav Mahler, se adecuaban más a sus características vocales. Mahler deja más libertad interpretativa al cantante que Strauss, pienso yo.
Kaufmann siguió fiel a sí mismo, con las virtudes que son muchas y también sus defectos. La capacidad de comunicar con el público es innegable y la atmósfera que crea a su alrededor es mágica a pesar del atentado telefónico. A mí esto me admira y he añorado mucho que el Lohengrin del Liceu no lo cantara él.
En el tercer bloque del programa y tercer cambio de traje de la señora Damrau, volvió Richard Strauss y seguramente porque las voces ya estaban suficientemente calentadas y las complicidades con el público ya habían llegado a su cenit, nos ofrecieron momentos exquisitos, culminando de manera seductora por un “Morgen” precioso a cargo de Damrau y un “Cäcilie” de Kaufmann de impacto, buscando quizás el estallido del público, que es precisamente lo que se produjo.
Helmut Deutsch no lo descubriremos ahora, forma parte de aquellos pianistas míticos, y por eso acostumbra a acompañar a los mejores. A pesar de que los Mahler con orquesta son una auténtica maravilla, él hace que casi nos olvidamos. Acompaña con aparente discreción, nunca quiere mostrarse protagonista y siempre resulta fundamental, por sonido, expresividad y sentido poético y dramático del fraseo. Es una auténtica gozada.
Ya que las muestras de euforia fueron muy notables, nos ofrecieron dos propinas. La primera creo que era, después de investigar, Spring Wind del compositor Eric Harding Thiman, poquita cosa, pero simpática, con un juego aparentemente espontáneo de un presunto espectador que les regaló tres ramos de flores al terminar el recital y que ha dio pie a una pequeña trifulca canora, mientras que la segunda fue “Das eine kann ich nicht verzeihen”, un dúo de la opereta de Johann Strauss hijo, Wiener Blut, obra que él nunca escribió, pero que es un “pasticcio” de obras suyas.
La euforia desatada por el auditorio después de ver bailar la pareja en el hemiciclo del Palau, poco tenía que ver con el mundo de los lieder de Richard Strauss y Gustav Mahler que acabábamos de escuchar, pero aferrándonos al mal menor, mejor esto que un “Nessum dorma”, el “Babbino caro”, o el más que probable “Libiamo” acompañado por el público con palmadas rítmicas en estado de catarsis colectiva.
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