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Por Publicado el: 26/04/2025Categorías: En vivo

Crítica: ‘Khovanshchina’ en Salzburgo: En la piel del drama

Khovanshchina en Salzburgo: En la piel del drama

Mussorgski, Khovanshchina. V. Kowaljow, Th. Atkins, M. White, D. Okulitch, A. Anger, N. Karyazina, W. Ablinger-Sperrhacke, N. Tanasii, R. Grössinger, A. Cook, Th. Lebow. Coro Filarmónico Eslovaco (J. Rozehnal). Bachchor Salzburg (M. Schneider). Coro de niños del Festival y el Teatro de Salzburgo (W. Götz y R. Sgier). Orquesta Sinfónica de la Radio de Finlandia. Dirección de escena: S. McBurney. Dirección musical: E-P. Salonen. Salzburgo, Gosses Festspielhaus, 21 de abril de 2025

Khovanshchina en Salzburgo: En la piel del dramaMussorgski, Khovanshchina. V. Kowaljow, Th. Atkins, M. White, D. Okulitch, A. Anger, N. Karyazina, W. Ablinger-Sperrhacke, N. Tanasii, R. Grössinger, A. Cook, Th. Lebow. Coro Filarmónico Eslovaco (J. Rozehnal). Bachchor Salzburg (M. Schneider). Coro de niños del Festival y el Teatro de Salzburgo (W. Götz y R. Sgier). Orquesta Sinfónica de la Radio de Finlandia. Dirección de escena: S. McBurney. Dirección musical: E-P. Salonen. Salzburgo, Gosses Festspielhaus, 21 de abril de 2025

Khovanshchina en el Festival de Pascua de Salzburgo

La presente edición del Festival de Pascua de Salzburgo tuvo como plato fuerte la nueva producción de Khovanshchina a cargo de Esa-Pekka Salonen y Simon McBurney, propuesta que constituyó una de las más interesantes ofertas dentro de las programaciones de los distintos festivales de Pascua europeos.

Es bien sabido que Mussorgski no terminó la partitura, lo que supone el punto de partida de todo un laberíntico proceso antes de llegar a la Khovanshchina que hoy conocemos y que forma parte del repertorio operístico ruso. Rimski-Korsakov terminó la partitura y la orquestó. Ravel y Stravinski la reorquestaron y Stravinski reescribió el final que había compuesto Rimski-Korsakov y que aquí se sigue.

Más tarde, Shostakóvich revisó la orquestación de la obra y con esa última versión, que incluye las aportaciones de sus predecesores, terminaría el periplo de la obra, al menos hasta esta versión salzburguesa en la que el compositor Gerard McBurney quien ha añadido algunos efectos sonoros al inicio y final de algunos actos o intercalados entre escenas.

Ese recurso sonoro resulta bastante evocador, aunque tampoco aporta demasiado, eso sí, nos conduce a un universo sonoro del siglo XXI en lugar del siglo XIX y XX de donde proviene la obra y sus revisiones. No nos parece ningún tipo de sacrilegio en una obra en la que es imposible establecer una versión musical que sirva de canon.

Por otra parte, la idea de introducir esos efectos sonoros cobra sentido dentro de la puesta en escena que propone Simon McBurney. El director de escena británico es una de las figuras más interesantes del panorama internacional. Sus propuestas destacan, principalmente, por un sentido extraordinario del ritmo escénico y una originalidad en el uso de todo tipo de recursos plásticos, incorporando nuevas tecnología, pero también elementos de arte urbano.

Todo ello está presente en su propuesta para esta Khovanshchina que traslada la trama a una contemporaneidad desubicada. Hay ciertas referencias a Rusia, pero también al panorama internacional. Por ejemplo, se puede ver un personaje que recuerda al individuo aquel de los cuernos que asaltó el Capitolio estadounidense y al que, tal y como van las cosas, cualquier día le dedican una estatua en Washingtong. Así pues, Simon McBurney pretende actualizar la trama y dotarle de cierta universalidad. Al respecto, es cierto que esta ópera en concreto tiene la virtud de llevar a escena el corazón de las tensiones seculares de Rusia, hoy tan presentes: la lucha entre tradición y modernidad tanto en lo político como en lo religioso.

Pero también es cierto que esos mismos temas pueden adquirir una dimensión internacional; así que la propuesta de McBurney tiene cierto sentido como punto de partida. Sin embargo, en conjunto resulta desigual y no consigue la fluidez escénica que logra en otras óperas. Además, en su intento por actualizar la historia se cae en la caricatura y pocas veces se logra una inteligente parodia (la entrada del emisario de Pedro el Grande sería la excepción). No se profundiza en la psicología de los roles, pese a contar con roles complejos, llenos de claroscuros: Marfa, Jovantski, Dosifei, Shakloviti, Andrei… pues bien, no se llega más que a la piel de los mismo, con excepción, tal vez, de Marfa.

En definitiva, personajes planos y una escena que no es sino una sucesión de efectos con una estética poco estimulante, cuando no molesta. Sin duda hay que reconocer en Simon McBurney su maestría en la conducción escénica con un trabajo con cantantes y coro de primera factura, pero todo eso sin un concepto no sirve de mucho. Eso sí, la escena final es de un gran impacto visual: el único momento en que McBurney te mete en la historia.

En el resto de la ópera, el director da la sensación de disparar sin tener claro el objetivo. El que sí parecía tener todo claro es Esa-Pekka Salonen. Su dirección se caracterizó por la precisión y el sentido dramático. El director condujo con mano precisa y sensibilidad tanto lírica como narrativa en una versión que no se entretiene en recrear los colores folclóricos, antes bien, parece que en esos pasajes es la orquestación de Shostakóvich la que despierta mayor interés al intérprete destacando los timbres.

Desde el punto de vista vocal la triunfadora absoluta fue Nadezhda Karyazina como Marfa. De hecho ha sido reconocida con el premio Herbert von Karajan. La mezzo deleitó con una voz de clara escuela rusa, pero emisión clara y homogénea en todo el registro; proyecta con claridad y tiene flexibilidad para todo tipo de detalles líricos. En escena se mostró carismática y reflejó todos los matices del complejo personaje. En definitiva, firmó una versión magistral que obliga a estar pendiente de la carrera de esta cantante. Vitalij Kowaljow impresionó como Jovanschi por su contundente voz de bajo en una interpretación más dramática que lírica, ofreciendo un retrato del personaje frío y algo despótico.

El Dosifej de Ain Anger fue un auténtico lujo por la humanidad y la pluralidad de matices que imprimió al rol. Thomas Atkins fue un Andrei de gran efectividad y Matthew White fue un Vasili de emisión incisiva y toques algo siniestros en el retrato del rol. Daniel Okulitich fue un Shakloviti de voz redonda y bien proyectada. Para esta producción se recurrió a dos coros que lograron un extraorinario y merecido éxito tanto por su rendimiento vocal como escénico: el Coro Filarmónico Eslovaco y el Bachchor de Salzburgo.

La parte del coro de niños fue interpretada por el Coro de niños del propio festival. Eso sí, el elegido para interpretar al emisario de Pedro el Grande no fue lo mejor de la noche. Por útlimo, la Orquesta de la Radio de Finlandia mostró su enorme calidad de base, pero, además, a las órdenes de Salonen alcanza un extraordinario nivel de excelencia.

César Rus

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