Crítica: ‘La Bohème’ en el Euskalduna de Bilbao
ESPERANZA INCOMPLETA
Fecha: 20-V-2024. Lugar: Auditorio Euskalduna. Programa: La Bohème, ópera en cuatro actos con música de Giacomo Puccini sobre libreto de Luigi Illica y Temistocle Solera. Cantantes: Miren Urbieta-Vega (soprano, Mimi), Celso Albelo (tenor, Rodolfo), Manel Esteve (barítono, Marcello), Marina Monzó (soprano, Musetta), José Manuel Díaz (barítono, Schaunard), David Lagares (bajo, Colline), Fernando Latorre (bajo-barítono, Benoît y Alcindoro), Aitor Garitano (tenor, Parpignol). Coros: Ópera de Bilbao (Boris Dujin, director) y Coral Leioa Kantika (Basilio Astulez, director). Dirección musical: Pedro Halffter Caro. Dirección escénica: Leo Nucci, en reposición de Salvo Piro. Coproducción: Teatro Comunale di Modena y Fundaziones Teatro di Piacenza.
Cuando es patente que en una representación de ópera hay algo que no funciona e impide que todo discurra sin aristas, la causa de ello puede imputarse bien a la escena, o a las voces o al foso. En el caso que aquí se valora fueron la escena y el foso, los causantes de la arenisca que se instaló en el engranaje de la función lírica. El cierre de la temporada 2023-2024 de ABAO Bilbao/Ópera llegó con el embrujo subsistente en la inmensa emotividad que encierra La Bohème, ese dechado de romanticismo juvenil intenso que El Genio de Lucca dejó para la posteridad. Así que, despacito y con buena letra, es justo y necesario ir desgranando las causas del desencaje antedicho.
Cierto es que interesante parece, de entrada, la concepción escénica de Leo Nucci para esta producción, pero hasta ahí, pues del hecho al trecho hubo una notoria distancia. Así tenemos que: a) ni en el acto I ni en el IV, en los que está especificada la intimidad ambiental de la buhardilla en la que residen los cuatro bohemios, por indicaciones del propio Puccini, puede haber tales cambios bruscos de iluminación mediante una claraboya cenital de la que manó luz a borbotones, mientras que en la escenografía periférica aparece la noche parisina; b) en el Barrio Latino de París de mediados del siglo XIX donde se desarrolla en el acto II la Nochebuena el alumbrado publico era a base de farolas con luz de gas, por lo que no cabe un árbol de Navidad con lucecitas eléctricas; c) en el acto III el fielato de la parisina calle D’Infer está amaneciendo y ese amanecer no existe en esta producción; d) finalmente es pobre la dirección actoral que realiza Salvo Piro con los cantantes haciéndoles adoptar en varias ocasiones movimientos y posiciones muy alejadas al contexto de cada personaje y momento concreto. ¡Distorsionar la verdad nunca es bueno!
Se vivió desde el foso, a juicio del autor de esta líneas, una representación musical muy lenta, desleída, en la que los tiempos pautados en el pentagrama pecaron de una parsimonia incomoda. La lectura de Pedro Halffter resultó tediosa, con una parsimonia indebida allí donde se requiere viveza y explosión expositiva para acompasar los momentos del drama que se vive en la escena.
El maravilloso dúo de amor del acto I discurrió por canales de expresividad gaseosa, como de igual se notó en los compases finales de la obra donde el desgarro del tenor ante la muerte de su amada no fue acompañado por el color del volumen musical requerido. En el acto II el descuadre entre el coro y orquesta resultó evidente. La Orquesta Sinfónica de Bilbao se dejó llevar por la batuta, por lo que su trabajo estuvo carente de viveza y color. Los coros, junio y senior, hicieron un trabajo discreto.
En el terreno del canto lírico hubo de todo, menos notas de suspensos. Debutaba en la ABAO el joven tenor vergarés Aitor Garitano, dotado de una voz lírica bien timbrada y mejor proyectada cumpliendo bien con su corto personaje de Parpignol. Todo un gran profesional es el bajo/barítono bilbaíno Fernando Latorre, tanto por su dotes canoras como dramáticas, haciendo galanura en sus dispares personajes del casero Benoît y el viejo verde Alcindoro; merece personajes de mayor peso. Magnífico trabajo el del barítono vizcaíno José Manuel Díaz, quien en el personaje del músico Schaunard (a quien Puccini le otorga escaso relieve de lucimiento individual) ofreció una voz rotunda, de peso, de largo alcance y dotada de un canto legato apoyado es buen técnica del manejo de un cuidado fiato.
El bajo onubense David Lagares volvió a mostrar su solvencia como el filósofo Colline mediante su uniforme voz pesante, muy rica en el registro alto y sus innatas dotes dramáticas que le acreditan como un cantante de solvencia. Es posible que no tuviera su noche el barítono catalán Manel Esteve ya que su pintor Marcello careció de brillo, con un color mortecino y corta proyección, situación que se evidenció en sus concertantes con su enamorada Musetta. Es incuestionable la gran voz que encierra la garganta del tenor lagunero Celso Albelo con una dilatada y hermosa carreta internacional en los personajes donizettianos o bellinianos; tal vez -solo tal vez- su encaje en otros terrenos canoros (ha hecho en Bilbao su debut en España con el personaje del poeta Rodolfo) le esté costando mayor empeño sobre todo en el registro grave y en el central; por otro lado, la batuta no le proporcionó el necesario apoyo para que pudiera encontrar la comodidad necesaria.
Dejó escrito el romano Marco Tulio Cicerón que “a la mujer se le respeta, se le quiere, se le cuida, se le ama, se le protege, pero jamás de juega con ella” y ese complejo pensamiento es el que desarrolla Puccini con sus personajes femeninos. En este caso con Mimí y Musetta, que fueron muy bien asumidas por la donostiarra Miren Urbieta-Vega y por la valenciana Marina Monzó, respectivamente, desarrollando sus roles en un elevando grado de bondad. Urbieta-Vega es poseedora de un registro muy sólido, poderoso, en el que se aprecia su dominio en la técnica de las notas de paso, tanto hacia arriba como hacia abajo. Si hubiera tenido la correcta dirección de escena para su personaje, sus facciones faciales y su desarrollo escénico corporal, dada su estructura física, hubieren dado un resultado más lustroso a la rotundidad de su canto. De cualquier modo un trabajo actoral, con el maestro correspondiente, fuera de los escenarios, le vendría de maravilla.
Marina Monzó, por parte, fue un ejemplo de fuerza y de expresividad escénica, con una voz muy cuajada en un tesitura de soprano lírica, bien proyectada y de correcta dicción. Su Musetta dejó una magnifica impronta, supliendo con su personalidad las facetas que no se le otorgaron por quien manejó la escena. Fue el personaje más pucciniano, en concepción psicológica, de todo el elenco.
En recientes fechas se ha presentado, sobre el papel que todo lo resiste, una hermosa temporada de ópera 2024/2025 proyectada por ABAO. Quedamos a la espera.
Últimos comentarios