Crítica: La clemenza di Tito, “Sin distracciones ni artilugios”
“Sin distracciones ni artilugios”
Justo Romero
LA CLEMENZA DI TITO. Ópera seria en dos actos, con libreto de Pietro Metastasio adaptado por Caterino Mazzolà. Reparto: Carlo Allemano (Tito), Eva Mei (Vitellia), Margarita Gritskova (Sesto), Karen Gardeazabal (Servilia), Nozomi Kato (Annio), Andrea Pellegrini (Publio). Concepto escénico: Allex Aguilera. Escenografía: Manuel Zuriaga. Iluminación: Antonio Castro. Vestuario: José María Adame. Coro de la Generalitat Valenciana (director: Francesc Perales). Orquestra de la Comunitat Valenciana. Direc¬ción musical: Nimrod David Pfeffer. Lugar: Palau de les Arts (Auditori). Entrada: 1400 localidades. Fecha: Domingo, 24 junio 2018 (se repite el 28 de junio de 2018).
Después de la sobredosis escénica de La condenación de Fausto, el limpio y escueto montaje diseñado por Allex Aguilera y Manuel Zuriaga para el estreno en el Palau de les Arts de La clemenza di Tito de Mozart es un bálsamo estimulante. Una reivindicación del detalle y la mesura, de aquello que decía el gran Walter Felsenstein de que el “movimiento del dedo meñique de un cantante puede tener más fuerza en escena que mil acrobacias y efectos”.
Al talento sin bombo ni platillo de Aguilera y Zuriaga –ambos trabajadores de la casa, del Palau de les Arts- se ha sumado un calibrado reparto vocal con apenas fisuras, y un Cor de la Generalitat Valenciana y Orquestra de la Comunitat que tuvieron el mérito añadido de cantar y de tocar con la calidad que les caracteriza pese a la batuta plana, inexperta e inexpresiva del israelí Nimrod David Pfeffer, al que no le vendría de más un poquito de la pimienta (pfeffer en alemán) de su apellido.
Estrenada en Praga, en septiembre de 1791, La clemenza de Tito es la última ópera de Mozart. Un título serio que parece reñido con la giocosa vena dapontiana de su célebre tríada. Sus dos actos han sido tradicionalmente infravalorados por el público y por los propios programadores. En Valencia se ha podido comprobar, con el estreno de este logrado montaje semiescenificado, que tanto en presencia teatral como en depuración dramática rebasa con mucho frecuentes y costosas producciones vistas en el mismo Palau de les Arts (sin ir más lejos, la vista tres días antes de La condenación de Fausto).
Como elementos escénicos y escenográficos, apenas una pequeña plataforma fija detrás de la orquesta constituida por una ancha escalera que recorre la escena de derecha a izquierda y culmina en un escueto trono. Sobre ella, la plataforma elevada del coro. Y a la izquierda de la orquesta, un voluminoso cubo de madera que podría haber incidido en una sensible mejora de la (mala)acústica del Auditori del Palau de les Arts. Bastaron estos mínimos recursos, combinados con un vestuario sencillo pero de certera caracterización, para establecer una clara narración escénica en la que aparecen perfectamente definidos los perfiles psicológicos y vitales de los seis personajes que la protagonizan.
Entre ellos, brilló por temperamento dramático, personalidad y fuste vocal el Sesto de la mezzosoprano sanpetersburguesa Margarita Gritskova, que se convirtió en la estrella de la gran tarde de ópera. Después de su célebre aria “Parto parto”, es fácil entender la clemencia de Tito, quien, conmovido, acaba perdonando a su fiel amigo (¡y a todos los demás!), tocado en su sensibilidad de emperador y de ser humano por la exhibición de canto, de agilidad vocal, de expresión melódica, de belleza y de sentido teatral que -a lo Berganza- derrochó la Gritskova sobre el portentoso regalo mozartiano.
La veterana soprano italiana Eva Mei (1967) fue una apurada Vitellia, personaje malvado y contradictorio que, como todos los demás, está plagado de enormes exigencias y dificultades vocales. Su registro, antaño de ligera coloratura, es ahora más lírico y mate. Muy al límite ya en las agilidades del registro agudo y con graves con frecuencia sordos, supo atenuar tales limitaciones gracias a su vasta experiencia, a su estudiada presencia escénica y a un saber decir y expresar que es consustancial a su conocida personalidad artística. Salió más que airosa del comprometido “rondó” “Non più Fiori”. ¡El grado de la veteranía!
El personaje protagonista de Tito fue asignado a otro ilustre cantante de los años noventa del siglo pasado: el tenor turinés Carlo Allemano, una voz ahora sin la frescura, el color ni la belleza que requiere el magnánimo emperador. Admirables sin reservas la mezzo japonesa Nozomi Kato (Annio) y la soprano mexicana Karen Gardeazábal (Servilia), ambas ex-alumnas del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo y las dos con crecientes carreras internacionales. Tampoco desmereció el bajo Andrea Pellegrini, actual discípulo del CPPD, como buen y casi militarizado prefecto Publio.
Sería curioso conocer las razones por las que un maestro tan justito y discreto como el joven israelí Nimrod David Pfeffer (1984) se ubica en el podio de la OCV. Nada parece haber heredado de su mentor James Levine, del que fue ayudante cuando éste era todopoderoso jefazo del Metropolitan. Chirriaba ver al maestro marcando ramplonamente, con un gesto casi autómata y preconcebido, que apenas se limitaba a seguir la música que sonaba, en lugar de ser dinamizador de la misma, mientras los profesores de la OCV se impulsaban a sí mismos a base de profesionalidad, pundonor y saber hacer.
Orquestalmente, fue, sin embargo, un estupendo Mozart, pese al nada estupendo maestro. La notoria presencia que Mozart otorga al entonces moderno clarinete (corno di bassetto) fue bien atendida en el foso por Joan Enric Lluna, especialmente en el aria de Sesto y en el rondó de Vitellia.
Nada mejor para describir el agudo y eficaz trabajo escénico de Aguilera y Zuriaga (apoyado en el vestuario de José María Adame y la iluminación precisa y conveniente de Antonio Castro) que las palabras que una espectadora colgó ayer en la red de redes: “Todo el mundo ha comentado lo magnífica que era la puesta en escena: sencilla y eficaz. Sin distracciones ni artilugios innecesarios. Es difícil conseguir tanto con tan poco. ¡Enhorabuena!”. En “todo el mundo” entra también el crítico.
[Crítica publica por el diario LEVANTE, el 26 de junio de 2018]
Últimos comentarios