Critica: La coronación de Popea, el amor y los malos
La coronación de Popea, el amor y los malos
LA CORONACIÓN DE POPEA, de Claudio Monteverdi. “Dramma musicale” en un prólogo y tres actos, con libreto de Giovanni Francesco Busenello. Solistas: Jacquelyn Stucker (Poppea), Nicolò Balducci (Nerone), Mariana Sofía (Ottavia/ Virtù), Alberto Miguélez Rouco (Ottone), Alex Rosen (Seneca), Joel Williams (Arnalta/ Nutrice/ Famigliare I/ Damigella), Rosa Dávila ( Fortuna/ Drusilla), Pilar Garrido (Amore/ Valletto). Cappella Mediterranea. Director: Leonardo García Alarcón. Director de escena: Ted Huffman. Escenografía: Johannes Schütz (adaptada por Anna Wörl). Vestuario: Astrid Klein. Iluminación: Bertrand Couderc. Lugar: Palau de les Arts (Teatre Martín i Soler). Entrada: Alrededor de 350 personas. Fecha: Jueves, 11 mayo 2023 (se repite los días 13, 14 y 16 mayo).
Maravilla que en los albores de la ópera, allá por la primera mitad del XVII, Monteverdi y su libretista Giovanni Francesco Busenello firmaran una ópera con un final feliz en el que triunfan los malos. En La coronación de Popea (L’incoronazione di Poppea), el amor (o el deseo adúltero, vaya) triunfan sobre la virtud y la fortuna. En el prólogo de esta ópera maestra, que tanto recuerda al de las tres Nornas del wagneriano El ocaso de los dioses, las diosas del Amor, de la Fortuna y de la Virtud divagan sobre cuál de ellas tiene mayor poder sobre los humanos. Con más razón que una santa, el Amor dice a sus dos colegas: “Yo les digo a las virtudes qué han de hacer, y gobierno las fortunas de los hombres”. No olvidan libretista y compositor la dualidad entre deseo y amor. “¿Me quieres?”, pregunta la seductora Poppea a Nerone. La respuesta del emperador es taxativa: “Te deseo”. La eterna canción.
Todo aflora con brillante claridad en la producción estrenada el jueves en el espacio ideal para estas óperas tempranas que es el Teatre Martín i Soler del Palau de Les Arts, espacio en el que el neoyorquino Ted Huffman, nombre grande de la escena lírica contemporánea, ya dirigió el pasado año en el mismo escenario Trouble in Tahiti de Bernstein, y antes (2019) Les mamelles de Tirésias, de Poulenc. Ahora, de la mano de Monteverdi, ahonda con enorme talento escénico e intenso sentido vital en las tormentas, pasiones, contradicciones que deseo, sexo, lascivia y ambición imponen sobre la virtud y la propia razón.
El montaje, estrenado con enorme éxito en el pasado festival de Aix-en-Provence (2022), ha recalado en València protagonizado por la misma soprano, la estadounidense Jacquelyn Stucker. Un espectáculo ágil y claro, atractivo y tan seductor como la protagonista, sustentado en una ingeniosa dirección de escena enmarcada en una escenografía esencializada en la que, como en La clemenza di Tito, “nada sobra ni nada falta”. Sobresaliente el diseño de Johannes Schütz, tanto como la adaptación de Anna Wörl. La excelencia teatral y el derroche de talento de tan fabuloso montaje se completa con el conveniente vestuario de Astrid Klein y la sutil iluminación de Bertrand Couderc. En definitiva: uno de los más efectivos, agudos y atrevidos trabajos teatrales vistos en el Palau de Les Arts.
Un espectáculo nada escandaloso, intensamente hermoso y sugerente. Con alcohol, desnudos, hombres que se morrean con lujuria y frenesí, e incluso, un trío en toda regla. Cosas de la vida y de los antiguos romanos (¡no solo!). El intenso sentido dramático se realza con la sutil belleza plástica de la escena. Lo sutil y lo grotesco, el amor y la carne, la vida y la muerte -genial la escena de la muerte de Séneca- aparecen conjugados en una escena que no deja títere en pie, en la que fascina la perfecta simbiosis entre música y drama ya en estos momentos primigenios de la ópera.
Musicalmente, en el dilatado reparto vocal, hubo de todo, pero casi todo bueno. Destacaron, desde luego, la en todos los sentidos hermosa Poppea de Jacquelyn Stucker, con un canto y presencia escénica que la hacen intérprete ideal de tan rico personaje. Cuajó una representación redonda, en la que destacó tanto en las escenas en solitario como en los dúos con Nerone, convincentemente encarnado y cantado por el muy joven pero ya brillante y bien encauzado contratenor italiano Nicolò Balducci (1999). Como colofón, ambos culminaron una escena final verdaderamente inolvidable, con una Poppea/Stucker que más que “diosa de la belleza en la Tierra”, merecería ser coronada como diosa de los universos.
Con ellos, el contratenor coruñés Alberto Miguélez Rouco defendió un estilizado y bien encarnado Ottone, mientras que el bajo estadounidense Alex Rosen otorgó dignidad, solvencia y empaque vocal a un Seneca que se va a la tumba suicidado por orden de Nerone, como corresponde a una ópera en la que los malos se van de rositas. La escena de la muerte adquirió rango casi musorgskiano (Borís Godunov). En el abultado elenco, también destacaron la mezzosoprano Mariana Sofía, quien toda vestida de negro dio vida a Ottavia, la cornuda esposa de Nerone que tanto recuerda a la Fricka de Wotan.
En el sobresaliente calibre musical de la representación mucho tuvo que ver el foso, bien atendido por la Cappella Mediterranea, y la concertación efectiva, atenta y sin aspavientos desde el teclado del argentino Leonardo García Alarcón. Gran noche de ópera, de la mejor ópera. ¡Aún quedan tres funciones y hay entradas disponibles! ¡No se la pierda! ¡Para una vez que ganan los malos! Justo Romero.
Publicado en el diario Levante el 12 de mayo de 2023.
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