Crítica: La forza del destino, clamor escalígero por la Netrebko
La forza del destino, clamor escalígero por la Netrebko
La forza del destino. Ópera en cuatro actos, con música de Giuseppe Verdi y libreto en italiano de Francesco Maria Piave y Antonio Ghislanzoni, basado en la obra teatral Don Álvaro o la fuerza del sino, de Ángel de Saavedra, duque de Rivas, con una escena adaptada de El campamento de Wallenstein, de Friedrich Schiller.. Reparto: Luciano Ganci (Don Álvaro), Anna Netrebko (Leonora), Ludovic Tézier (Don Carlo de Vargas), Alexánder Vinogradov (Padre Guardiano), Vasilisa Berzhanskaya (Preziosilla), Fabrizio Beggi (Marqués de Calatrava), Marco Filippo Romano (Fra Melitone), etcétera. Dirección de escena: Leo Muscato. Escenografía: Federica Parolini. Vestuario: Silvia Aymonino. Iluminación: Alessandro Verazzi. Coro y orquesta titular de la Scala de Milán. Dirección musical: Riccardo Chailly. Lugar: Milán, Teatro alla Scala. Entrada: 2.030 espectadores (lleno). Fecha: 16 diciembre 2024.
Volvió La forza del destino, la ópera de las supersticiones, a la Scala de Milán. En esta ocasión para inaugurar la temporada. Y lo ha hecho con unas funciones en las que el sobresaliente nivel musical ha desentonado con la simpleza naíf y hasta kitsch de una apuesta escénica que es la nada. Sin rumbo y de una ramplonería impropia de una catedral operística de tanto abolengo verdiano como la Scala de Milán.
Bonitas imágenes, cuidado vestuario, sobresaliente iluminación y hasta una correcta dirección de escena no bastan para otorgar sentido a la nada. Y la nada, y no otra cosa, es lo que es el vacío conceptual de la interpretación sin fondo que hace el director de escena italiano Leo Muscato (Martina Franca, 1973) en este teatralmente fiasco escalígero.
La producción, en su ayuno conceptual, sirve igual para un roto que para un descosido, para una Verbena de la Paloma que para un Parsifal. Cartón piedra, arbolitos, nieve a borbotones y mucho humo, en plan final de El ocaso de los dioses, pero sin Walhalla. Todo sobre una manida plataforma giratoria, que sí, da agilidad a los numerosos cambios de escena de La forza, pero limita el espacio escénico y su continuo girar acaba cansando a la musarañas.
Imagino que también a los pobres cantantes, que tienen que estar siempre caminando para no perder, en este tiovivo operístico, su ubicación en escena. En fin, un montaje que se puede ver en teatros de provincia, en Italia, España o cualquier otro lugar, pero absolutamente impropio de Milán y su emblemático teatro lírico.
Musicalmente, destacó todo o casi todo. Comenzando por una Anna Netrebko que el lunes estuvo gloriosa, a la altura del Teatro y de sus mejores Leonoras, en cuya nómina de cinco estrellas figuran nombres como Maria Caniglia (1943), Renata Tebaldi (1955), Antonietta Stella (1957), Leyla Gencer (1965), Montserrat Caballé (1978) o Maria Guleghina, quien protagonizó en 2000 la última Forza vista en la capital lombarda, firmada entonces por Riccardo Muti y el director de escena argentino Hugo de Ana.
Es decir, ha tenido que pasar casi un cuarto de siglo de aquella opulenta producción para que título tan emblemático retorne a la Scala. Y lo ha hecho con la dirección vigorosa, clara y algo distante de un Riccardo Chailly (1953) que parece sentirse fuera de todo, como si ya pasara del mundo, de sus éxitos y fracasos. Más allá del bien y del mal.
El maestro milanés pone -como siempre- la carne en el asador, pero desde una distancia que entibia fulgores y sortilegios. Ningún otro reproche cabe a su dirección estilizada y calculada, cargada de tensión y sentido teatral, de experiencia y sabidurías verdianas; atenta a las voces y precisa con un foso que, salvo puntuales desajustes -particularmente en la obertura-, sonó con la sobresaliente calidad que cabe esperar de una orquesta tan abanderada del repertorio verdiano.
Alguna vez dijo nuestra Teresa Berganza que “a Carmen hay que cantarla con el clítoris”. Vino esta expresión tan fuerte y tan berganciana a la mente del crítico al concluir Netrebko el aria “Madre, pietosa Vergine” del segundo acto, en un pianísimo entonado desde la entraña del alma de una de artista máxima, dueña de una voz, unos medios e inteligencia musical quizá sin parangón en la escena contemporánea.
La Netrebko estuvo en el rango de sus ilustrísimas predecesoras, tan divina como la Divina y soberbia como la Superba. Inolvidable en verdad desde el comienzo, con un matizadísimo “Me pellegrina ed orfana”, hasta el final, con un “Pace, pace mio Dio!” de nudo en la garganta que resonará eternamente en la Scala junto con las mejores.
También quedará en los anales el dueto con el Padre Guardiano del segundo acto, cantado junto al otro gran triunfador de la noche, el bajo moscovita Alexánder Vinogradov, quien cargó de consistencia vocal y sentido verdiano un personaje de tantas aristas y referencias. Su voz, proyectada poderosamente hasta la última butaca de la inmensa y abarrotada sala, se mostró fresca, natural y lozana.
Tanto como su fraseo y sentido dramático, que delinearon una interpretación que, como la de la Netrebko con Leonora, hay que ubicar entre las máximas referencias de este personaje vecino al Amfortas wagneriano. Para los anales queda “Il santo nome di dio”, precedido por un solo de violín ad hoc con la excelencia vocal que llegaba desde la escena. Con este Padre Guardiano, Vinogradov ha abrazo su nombre a los de Siepi, Ghiaurov, Raimondi y pocos más.
El tenor Luciano Ganci -que sustituyó a Jonas Kaufmann, que canceló quizá por eso de la superstición de La forza– comenzó tibio, con una voz estrecha que poco realce confirió a su primera gran intervención, en el dúo con Leonora del primer acto. Fue un comienzo inesperado de una actuación creciente que a medida que transcurrió la función fue ganando cuerpo, volumen y carnosidad, alejándose de los tintes “tenorinos” y adentrándose en un modo más genuinamente verdiano, que alcanzó su punto culminante en el tercer acto, con el aria “Della natal sua terra” y el dúo “Solenne in quest’ora”, con el Don Carlo de Vargas.
Defendido por otra estrella de este estreno de campanillas, el barítono francés Ludovic Tézier, quien sin ser un barítono de raigambre y densidad verdianas, cargó el personaje con un canto refinado pleno de intención y detalles. Impecable pero no más la Preziosilla de la rusa Vasilisa Berzhanskaya, como Fabrizio Beggi en el escueto papel del infortunado Marqués de Calatrava. Muy aplaudido por su voz pero sobre tu por su chispa el simpaticón Fra Melitón del barítono bufo Marco Filippo Romano.
No puede concluir esta crítica sin remarcar la gran actuación del Coro titular de la Scala. Éxito total en los saludos. La platea, que aplaudió con fervor unánime cada intervención de la Netrebko, alcanzó el clamor en los aplausos finales. Los de la escena, tuvieron la prudencia y sentido común de ni aparecer en los saludos. Quizá fue lo mejor que hicieron en toda la noche.
Últimos comentarios