Crítica: la ópera “Demon” en el Liceu
DEMON (A. RUBINSTEIN)
Gran Teatre del Liceu de Barcelona. 5 Mayo 2018.
Estas representaciones de la ópera de Anton Rubinstein suponen el estreno de la misma en el teatro, aunque ya se pudo ver en Barcelona (Teatro Novedades) en 1905. Aunque llega con retraso, la ocasión ha merecido la pena.
Anton Rubinstein (1829-1894) es un importante músico en su época, alternando su actividad como pianista con la director de orquesta y compositor. En el campo de la ópera son casi 20 las que escribió, aunque hoy algunas están perdidas y, prácticamente, todas han caído en el olvido.
“Demon” se estrenó en el Mariinsky de San Petersburgo en 1875 y pronto se convirtió en una ópera bien recibida, viajando incluso por Europa, aunque muchas veces en su versión italiana. De hecho, fue la primera ópera en llegar a las 100 representaciones en el Mariinsky. Lamentablemente, la llegada del nuevo siglo hizo que la ópera cayera en el olvido y pocas han sido las ocasiones recientes en se ha podido ver. Entre ellas se puede mencionar la de los años 90 en el Festival de Wexford y más recientemente (2015) la del Bolshoi de Moscú, con la presencia de Hvorotovsky en el personaje protagonista.
Precisamente, quien tenía que haber protagonizado estas representaciones en Barcelona era Dmitry Hvorotvsky, a quien están dedicadas con toda justicia, estas funciones.
La ópera tiene calidad musical, no faltando incluso momentos de lucimientos para los principales personajes de la misma y, por tanto, me parece un acierto su recuperación, en lo que se han puesto de acuerdo nada menos que 4 teatros europeos, que han decidido coproducirla y se puede esperar que las cosas así cambien a mejor en lo que respecta a la popularidad de “Demon”.
La producción se debe al ruso Dmitry Bertman y, como digo más arriba, es una coproducción del Liceu de Barcelona el Helikon de Moscú, la Opera de Nurenmberg y la Ópera de Burdeos. La producción resulta adecuada dentro de una cierta simplicidad, La escenografía es obra de Hartmut Schörghofer y consiste en un gran túnel de madera que va del frente al fondo del escenario, cerrándolo un gran globo, en el que se proyectan imágenes relativas a la ubicación de las distintas escenas. El vestuario es moderno y también obra de Hartmut Schörghofer. Hay que destacar la estupenda iluminación de Thomas C. Hase.
La dirección escénica de Dmitry Bertman resulta adecuada, centrando el drama en la oposición del Demonio y el Ángel, el primero avejentado, con el cabello blanco y vestido de negro y el segundo justo todo lo contrario. Buscando el contraste, el regista ha querido que la parte del Ángel fuera interpretada por un hombre, en este caso un contratenor.
La dirección musical estuvo encomendada al ruso Mikhail Tatarnikov, cuya lectura me ha resultado perfectamente adecuada, dirigiendo con energía y con delicadeza, cuando la ocasión lo requería. Había tenido ocasión en el pasado de verle dirigir en Burdeos y en Viena. Así como en ópera rusa me pareció entonces muy interesante, no me ocurrió lo mismo con sus interpretaciones de óperas de Mozart. Aquí, indudablemente, está en su elemento y así el resultado ha sido muy positivo. Buenas las prestaciones de la Orquesta y del Coro del Liceu.
El protagonista que da título a la ópera no es otro que el Demonio, que fue finalmente interpretado por el bajo-barítono letón Egils Silins, que ofreció una buena actuación tanto escénica como vocal, aunque en este último aspecto se pudo echar en falta algo más de volumen vocal. Se echó en falta a DmitrY Hvorotovky.
Tamara fue interpretada de manera convincente por la soprano lituana Asmik Grigorian, con una voz no demasiado atractiva, pero muy bien emitida, cantando con entrega y con un resultado positivo.
El tenor ruso Igor Morozov dio vida al Príncipe Sinodal, el prometido de Tamara, que muere al final del primer acto. La voz no es extraordinaria, pero lo hizo bien.
Buena impresión la dejada nuevamente por el Príncipe Gudal, el padre de Tamara, interpretado por el bajo ruso Alexander Tsymbalyuk, que volvió a exhibir su voz amplia y pastosa.
Lo hizo bien el contratenor Yuriy Mynenko en la parte del Ángel.
Un tanto modesta la voz de Roman Ialcic como Servidor de Sinodal. Cumplió con corrección la mezzo-soprano Larisa Kostyuk como Preceptora de Tamara. Adecuado también el tenor Antoni Comas como Mensajero.
El Liceu ofrecía una entrada que no llegaría al 70 % de su aforo. El público se mostró cálido con los artistas, siendo los mayores aplausos para Asmik Grigorian.
La ópera comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 34 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 3 minutos. Cinco minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 270 euros, costando las butacas de platea entre 143 y 194 euros. La localidad más barata costaba 51 euros. Fotos: A. Bofill
José M. Irurzun
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