Critica: La Sílfide más espiritual y esbelta
La Sílfide más espiritual y esbelta
LA SÍLFIDE, de Herman Løvenskiold. Ballet en dos actos. Reparto: Alina Nanu (Silfide), Paul Irmatov (James), Irina Burduja (Effie), Gurn Matěj Šust (Gurn), Giovanni Rotolo (Madge), etcétera. Ballet Nacional Checo. Orquesta de la Comunitat Valenciana. Coreografía: Johan Kobborg, basada en la original de August Bournonville. Escenografía: Martin Černý. Vestuario: Barbora Maleninská. Iluminación: Pavel Dautovský. Dirección musical: Piotr Staniszewski. Lugar: Palau de les Arts (Sala Principal). Entrada: Alrededor de 1.400 personas (lleno). Fecha: jueves, 4 enero 2024.
Define la RAE el término “sílfide” como “ser fantástico o espíritu elemental del aire”. También, en la segunda acepción, como “mujer muy delgada y esbelta”. Lo uno y lo otro fue la Sílfide protagonizada por la bailarina moldava Alina Nanu en el Palau de Les Arts, en el ballet homónimo compuesto en Herman Løvenskiold y estrenado en París en 1832. Este ballet, que supone un importante primer paso en el movimiento romántico -piénsese que la Novena de Beethoven se estrenó apenas ocho antes, en 1824-, asombra por su orquestación opulenta, más cercana al genio coloreado de Berlioz que al canónico sinfonismo centroeuropeo. En el foso, de la Sala Principal del Palau de Les Arts, la orquestra de la Comunitat Valenciana hizo lucir sus calidades y registros en una colaboración de cinco estrellas con el Ballet Nacional Checo y su notable elenco.
El debut en Les Arts de la centenaria compañía de danza checa, fundada en 1883 y que rezuma tradición y cultura, se ha producido con una producción clásica y antigua a pesar de haberse estrenado hace apenas unos meses -el pasado mes de mayo-, con la firma del coreógrafo danés Johan Kobborg, quien se ha basada en la coreografía original de August Bournonville. Es un trabajo típico y tópico, que redunda en la evidencia y el estereotipo, ambientado en una Escocia en la que no faltan los kilts, las gaitas, cuernos de ciervo y grises naturalezas. El espacio escénico diseñado por Martin Černý se antoja demasiado previsible, sobre telones pintados animados por detalles tan disímiles como la imaginativa primera partida de la Silfide -por el tiro de la granítica chimenea-, o su última aparición, en un final de teatro de barrio, con Ella colgada de dos cuerdas desplazándose lateralmente por las alturas del escenario.
La dirección musical del polaco Piotr Staniszewski se limitó a encauzar sin más la opulencia sonora de la OCV, sincronizada no siempre con precisión con el movimiento de los bailarines. Brillaron algunos solistas -como violonchelo o flauta-, en una actuación en la que el foso se manifestó como sustancial apoyo, cómplice y complemento de la sustanciada acción escénica. Dos actos muy contrastados y desiguales, en el que el segundo gana por goleada al primero. Aunque esto es una crítica de música y no de danza, imposible omitir y dejar de aplaudir el trabajo de sus protagonistas, particularmente Alina Nanu (Silfide), el ruso Paul Irmatov (James), Irina Burduja (Effie), Gurn Matěj Šust (Gurn) y Giovanni Rotolo, magnífica en esa suerte de personaje, mezcla entre Ulrika (Ballo in maschera) y Azucena (Il Trovatore), que es la hechicera Madge, Éxito sin reservas ante una sala a rebosar. Daba gusto. En la platea solo faltaron sus Majestades los Reyes Magos, demasiado ocupados con sus regalos y cabalgatas. Normal. Justo Romero.
Publicado en el diario Levante el 6 de enero de 2024.
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