Crítica: La sorpresa de “Orlando”
La sorpresa de “Orlando”
“Orlando” de Haendel. Max Emanuel Cencic, Kathryn Lewe, Delphine Galou, Nuria Rial, John Chest. Francesco Corti: clave y dirección. Il Pomo D’Oro. Auditorio Nacional. Madrid, 26 de enero de 2020.
Dentro de los conciertos de grandes óperas barrocas que algunos domingos por la tarde organiza el CNDM le llegó el turno a “Orlando”, una de las obras escénicas de Haendel más atractivas y, a la vez, más desconocidas, compuesta en 1773 en un periodo problemático para su autor, del que aquí se recuperaría avanzando en su estilo con mayor unidad y mayor peso al recitativo acompañado frente al seco. Luego llegarían “Ariodante” y “Alcina”. Ciento sesenta minutos de música que no se hacen largos a pesar de no existir una escena que a esta ópera le vendría muy bien, dada las posibilidades que encierra el carácter mágico de Zoroastro, capaz de transformar un boque en una cueva.
Lo primero a destacar es el formidable trabajo de la veintena de músicos de Il Pomo D’Oro, una vez más instrumentistas excelentes, que contaron con una dirección de Francesco Corti vibrante, llena de ritmo y matices. Las cosas corrieron irregularmente en el reparto vocal. Lo mejor, la Angélica de Kathryn Lewe, que se reservó durante los ochenta minutos de la primera parte para poner toda la carne en el asador a partir de su aria del acto II “Non potrá dirmi ingrata”, abordada con una gran entrega y expresividad comunicativa de la que no se separó hasta su última nota. Estupendas así mismo “Verdi piante, erbette liete” y “Cosi giusta è questa speme”, unas llenas de agilidades y otras de melódico lirismo. Realmente la partitura debió esta vez llamarse “Angélica” y no “Orlando” y es que las deficiencias de Max Emanuel Cencic en el papel principal acentuaron la diferencia de nivel. El contratenor sólo se lució cuando proyectó en forte los agudos, quedando casi inaudible en los registros medio y bajo. Fue una pena, que tras los potentes acordes de los contrabajos no pudiese expresar toda la rabia de Orlando cuando en su ira amenaza con suicidarse para perseguir a Angélica hasta el infierno. Tampoco estuvo en su mejor tarde Delphine Galou como Medoro, una mezzo a la que le falta el timbre de mezzo. Por contraste muy bien el barítono John Chest como el mago Zoroastro, con auténtico timbre de su cuerda, buena proyección y coloraturas resueltas. Mención especial para Nuria Rial, absolutamente admirable como Dorinda, por la dulzura que encaja perfectamente con el papel y la intachable musicalidad. Lo mejor junto a Kathryn Lewe.
Como siempre en este ciclo del CNDM, lleno absoluto en el Auditorio Nacional con un público que acabó entusiasmado y que gritó “bravo” en muchos momentos. De conciertos así se sale reconfortado. Gonzalo Alonso
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