Crítica: Ajustar cuentas; ‘La voz humana’ y ‘La espera’ en el Teatro Real
AJUSTAR CUENTAS
La voz humana de Poulenc, La espera de Schönberg, Silencio de Rossy de Palma y Christof Loy. Reparto: Ermonela Jaho, Malin Byström, Rossy de Palma, Gorka Culebras. Orquesta Titular del Teatro Real. Dirección musical: Jérémie Rhorer. Dirección escénica: Christof Loy
Se sabe que el Apolo fue el teatro más listo del lugar. En aquella idea de la zarzuela por horas de finales del XIX, el teatro se llenaba con distintos públicos, del más familiar al más canalla según la franja horaria. De ahí la famosa sesión golfa, la 4ª del Apolo, ya de madrugada y con temáticas menos inocentes. Algo así era la sensación Silencio, la “exploración poética y teatral” protagonizada entre las dos óperas cortas por Rossy de Palma, sobre textos propios y de muchos otros, desde Brecht hasta Wilde. Esos quince minutos de espectáculo parecían sacados de otra sesión del Apolo, pensada con otro público, otro objetivo y otra trascendencia. El problema no estuvo en el texto ni en la interpretación, sino en el engarce.
Es, La voix humaine (La voz humana), además de un ejercicio de elegancia compositiva por parte de Poulenc, una rendición de cuentas interesante. Son tantos los suicidios sustraídos a la historia de la ópera —disfrazándolos de melifluas “muertes de amor”— que Dido o Isolde tal vez vieran en el papel de Elle algo así como una liberación: aquí no hay subterfugios y ella se suicida largamente delante del público, hablando por teléfono con el hombre que la abandonó y con gente desconocida que se cruza en el hilo de su vida. La partitura está repleta de aristas y acompaña (como la propia escenografía) al delicado anonimarse de la protagonista. El proceso de destrucción de Elle está perfectamente estructurado por el compositor francés y sustentado por la lucidez con la que emplea la voz.
Ermonela Jaho hace suyas las palabras cuchillada de Jean Cocteau y la rabia, el adocenamiento, la súplica o la dignidad se suceden según los momentos, tramando un retrato maravilloso del ser humano: incoherente, ardiente, frágil. Ya lo decían Monteverdi y Badoaro en Ulisse, “Mortal cosa son io, / fattura umana”. Jaho siempre ha sabido regular con inteligencia, usar el fraseo como herramienta dramática por encima de sobreagudos o emisiones brillantes. Aquí, con más volumen del que acostumbra, ha organizado todos sus recursos, incluidos los actorales, para repasar los bordes del retrato que Poulenc y Cocteau solo esbozaban. El vacío loft que presentó Christof Loy como escenografía encajaba con la sensación de batiscafo de un abismo insalvable de la protagonista.
Por su parte Erwartung (La espera) levantaba el vuelo tomando el mismo elemento escénico inicial pero trasladándolo a una estética bien distinta —el loft se llenaba de refinamiento pequeño-burgués— y a una orquestación fastuosa. Aquí brilló más la dirección de Jérémie Rhorer, que encontró en la Orquesta Titular del Teatro Real unos dibujos tímbricos bien tramados y una estratificación de las dinámicas perfectamente planificada. Malin Byström dio un auténtico recital de variedad en el canto, veracidad en la emoción e inteligencia en el racionamiento de los recursos. No son pocas las cantantes que se han desfondando en los primeros diez minutos de la magnífica obra de Schönberg. De enorme belleza el amanecer en el apartamento llevado a cabo con minuciosidad de relojero por Fabrice Kebour, y el momento final con la Mujer y su cuchillo enfrentada a su amante, resuelto con miradas y silencio, como hacía Hitchcock en los asesinatos que rodó en su etapa inglesa. Vaya festín de grandes obras del siglo XX se está dando el Real…
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