Crítica: Lang Lang, juguete roto
CONCIERTO DE LANG LANG Y LA OCV EN LES ARTS
Lang Lang (piano) y Orquestra de la Comunitat Valenciana. Josep Caballé Domenech (director). Programa: Obras de Weber (Obertura de El cazador furtivo), Beethoven (Concierto para piano y orquesta número 2) y Strauss (Don Juan. Muerte y transfiguración). Lugar: Palau de les Arts (Auditori). Entrada: Alrededor de 1.400 personas (lleno). Fecha: Lunes, 25 marzo 2019.
Lastimoso. Quien admiró los inicios prometedores de la carrera del pianista chino Lang Lang (Shenyáng, 1982), y pensó en él como futuro del piano, siente tristeza al ver cómo aquel joven prometedor y deslumbrante, que con once años ganó brillantemente en Alemania el Primer Premio en el Concurso Internacional de Jóvenes Pianistas y con trece ya tocaba fluidamente los 24 estudios de Chopin, es hoy un juguete roto, parodia de sí mismo, que no duda en tocar la bagatela Para Elisa ante públicos ajenos a la cotidianidad de la música clásica con una afectación y un almíbar que produce por igual sonrojo, vergüenza ajena y risa.
Tras una seria lesión en su mano izquierda, cuando trabajaba el Concierto para la mano izquierda de Ravel con Gustavo Dudamel en Los Ángeles, Lang Lang tuvo que abandonar su carrera, lo que le ha llevado a permanecer un par de años alejado de los escenarios. Ahora ha retornado supliendo su virtuosismo de antaño con la ficticia fuerza de la mercadotecnia. Recurso mediático que hizo que el Auditorio del Palau de les Arts se atestara de un público variopinto ilusionado más en ver al hipermercadotecnizado juguete roto que en oírlo. Poco importó que tocara artificiosa y estudiantilmente, perpetrando todas las tonterías y amaneramientos imaginables e inimaginables ante el teclado; o que mientras que una mano tocaba algo sobre el teclado la otra gesticulara de modo ridículo dibujando la música sobre el aire mientras miraba con forzada cara de éxtasis al público, como si quisiera ganarlo más con esa atontada ojeada que con el arte de la música.
Tocó un Segundo de Beethoven que escapa a cualquier crítica rigurosa. Fuera de estilo, empalagoso, dulzón, a trompicones y sobresaltos, con el tempo roto y una cadenza en el primer movimiento absolutamente fuera de lugar y estilo. Ni clásico, ni romántico, ni nada. Toda la sección final del Adagio central fue una lenta elucubración sonora y tímbrica más próxima a Liszt, Debussy o Skriabin que a un Beethoven ausente a lo largo de todo el concierto. Para remate, luego, en la primera propina, en una Para Elisa que cada día está más claro que no es de Beethoven, la tontería aún se multiplicó. Fue, en definitiva, una actuación ciertamente penosa, por mucho que el público se quedara encandiladito: tanto tanto tantísimo que no dudó en dispensar una sonora ovación ya al concluir el primer movimiento del casi irreconocible concierto. Tampoco contribuyó a enderezar el asunto el acompañamiento del maestro barcelonés Josep Caballé Domenech (1973), quien se implicó de verdad con el afectado solista convirtiendo así la sonoridad de la Orquestra de la Comunitat Valenciana en un mero relleno de tan descabezada interpretación.
El resto del programa, de gran exigencia sinfónica, se completó con tres obras que suponen otros tantos compromisos artísticos y técnicos para cualquier orquesta. A pesar de algunas intervenciones en las que se pudo constatar la alta calidad del conjunto comunitario –extraordinaria en verdad las trompas en El cazador furtivo y en todo Strauss, como también el timbalero Gratiniano Murcia en Muerte y transfiguración, o el concertino y el oboe solista en Don Juan, por citar solo algunos verdaderos protagonistas de este concierto para el olvido-, la OCV se escuchó particularmente desajustada bajo la poco refinada y hasta brusca dirección del maestro barcelonés. Tampoco contribuyó a straussianizar la sonoridad la desequilibrada plantilla, con una sección de cuerda (14-12-10-7-6) a todas luces insuficiente para abordar adecuadamente los dos obrones de la segunda parte –Don Juan y Muerte y transfiguración-. El desequilibrio entre cuerdas y vientos era así inevitable. Una pena. Justo Romero
Publicado en el Diario Levante el 28 de marzo.
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