Crítica: “L’elisir d’amore” en la Wiener Staatsoper. Donizetti y su elixir para la eterna felicidad
L’elisir d’amore en la Wiener Staatsoper. Donizetti y su elixir para la eterna felicidad
L’elisir d’amore. Nadine Sierra, Xabier Anduaga, Davide Luciano, Bryn Terfel, Hannah-Theres Weigl. Coro y Orquesta de la Wiener Staatsoper. Director de escena: Otto Schenck. Director musical: Francesco Ivan Ciampa. Viena, Wiener Staatsoper, 16 de marzo de 2025.

Xabier Anduaga y Bryn Terfel en L’elisir d’amore
Fotos: Wiener Staatsoper/Michael Poehm
Tras el disparate y el insulto a la inteligencia del Don Carlo de Serebrennikov, la placidez y la felicidad de la ya clásica producción de Otto Schenck que hace algo tan simple y a la vez tan revolucionario como seguir lo que dice el libreto: una aldea en el país de los vascos. Y así es, una pequeña plaza, dos casas a cada lado y al fondo la iglesia con su campanario. Iluminación de tonos cálidos, clara; y vestuario acorde. Eso sí, con mucha sabiduría teatral y con la complicidad de cantantes que son a la vez excelentes actores. Ya lo dijo Verdi: “Torniamo al passato, faremo un progresso”.
Francesco Ivan Ciampa comenzó con excesivos bríos en las primeras escenas del primer acto, forzando las dinámicas hasta el punto de que a Nadine Sierra se la escuchaba con dificultades en los números de conjunto. Y luego tendió a instalarse en tempos demasiados rígidos en materia rítmica. No se le vio especialmente atento a dar entradas a las voces, a las que parecía dejar a su albedrío. Claro que con esa orquesta bien podía poner el automático porque suena de ensueño, con esa cuerda sedosa y esas maderas llenas de color. Ya en el segundo acto todo se fue encajando y funcionando como un reloj.

Nadine Sierra en L’elisir d’amore
Fotos: Wiener Staatsoper/Michael Poehm
Reparto a la antigua, con voces de empaque, brillantes, dueñas de la escena y capaces de meterse al público en el bolsillo con un filado o una messa di voce. Nadine Sierra fue una Adina ideal, deliciosa como la caprichosa y creída rica del pueblo que cree que puede jugar con el corazón de sus pretendientes. Sin ser grande, la voz tiene capacidad de penetración, con un squillo sobresaliente y un color dorado especialmente atractivo. Tiene un leve cascabeleo que la hace más subyugante y sus dotes técnicas son apabullantes, con exhibiciones de fiato y unos filados y trinos como en los mejores tiempos. Para el recuerdo queda su larguísima nota inicial en “Prendi, per me sei libero”.
Su atolondrado enamorado era Xabier Anduaga. La voz se ha asentado en la zona central, ganado en cuerpo pero a la vez tiñéndose de matices más sombreados. Sigue manteniendo el agudo restallante y un fraseo rico en matices y acentos, como en esa media voz con la que remató “Quanto è bella”. Su bella línea de canto fue realmente conmovedora en “Adina, credimi”, pero a “Una furtiva lagrima” le faltaron muchos matices, saber mover la voz, apianar, abrir y cerrar el sonido. Incluso en el “D’amor” final casi se le escapa un gallo al querer atacarlo en piano de forma poco asentada.
Ver y oír a Bryn Terfel como Dulcamara valía ya la pena por sí mismo. La voz ya no es la que era, pero para este papel es más que ideal: es insuperable. Fue insuperable la variedad de colores, de ataques, de inflexiones, a la manera de los grandes bassi buffi de antaño. Se hacía dueño de la escena cada vez que estaba en ella con una soltura actoral impresionante, haciendo sombra tanto a Sierra como a Anduaga en los dúos. Y su manera de articular, de manera clara, en los rápidos pasajes de canto sillabato era para quitarse el sombrero.
Completó el póker de ases Davide Luciano, con una voz campanuda y un desparpajo expresivo para Belcore, que también se movía por la escena como si fuera el salón de su casa. Al final, una inyección de alegría y una eterna sonrisa en las caras de todos los asistentes, que hicieron salir a saludar una y otra vez a los cantantes.
Qué envidia poder ver a Bryn Terfel como Dulcamara