Crítica: Lise Davidsen, riqueza de una voz
Lise Davidsen, la riqueza de una voz
Lise Davidsen, soprano; Leif Ove Andsnes, piano. Canciones y lieder de Grieg, Strauss y Wagner. Teatro Real, Madrid, 8 de enero de 2022.
Por lo que la hemos escuchado en disco y en directo (Schubertiada de Vilabertrán, 2018) y por lo que hemos podido confirmar en esta última cita, Davidsen es una spinto con tendencia a crecer. Está en el camino de convertirse en una intérprete de los papeles operísticos más espinosos y caudalosos de la literatura wagneriana y straussiana. Posee igualdad, tersura, facilidad emisora por derecho, franqueza en el ataque, solidez en los graves, brillo fúlgido en los agudos, volumen y seguridad. Da la impresión de que nada le cuesta trabajo y de que la voz campanea a sus anchas sin apenas molestarse. Corre rápidamente por la sala, tal es su riqueza de armónicos.
Una cantante que en muy poco tiempo ha aprendido a refinar en buena medida su dicción, a cultivar los claroscuros, a matizar y a recrearse sabiamente en las distintas suertes. No ha de correr y ha de administrar su ya relevante y metálico instrumento y su ya más que aceptable arte de canto. El timbre es cálido y cristalino, penetrante, pero no agresivo. Tiene carne, grosor, frescura –la de una joven de 34 años-, vibración, irisado espectro y músculo. En unos años, si nada se tuerce, puede ser la gran Brünnhilde de nuestros días.
Pero de momento debe centrarse en un repertorio de menor exigencia dramática. Lo está haciendo y el recital que ahora comentamos es buena muestra. Empezó con dos ciclos de su paisano Edward Grieg, el “op. 48” (en alemán) y el “op. 67” (“Haugtussa”), de seis y ocho canciones respectivamente, y ahí ya enseñó sus credenciales. Y variedad de registros expresivos. Así, se mostró severa y casi fúnebre en “Dereinst Gedanke mein”, scherzante en “Lauf der Welt”, transida y poética en “Die verschwiegene Nachtigall”, en la que reprodujo con gracia los mordentes, dramática en “Zur Rosenzeit” y exultante en “Ein Traum”, todas de la primera serie.
De la segunda, cantada en noruego y que cuenta la historia triste de una joven pastora, destacamos sobre todo la variedad expresiva, los claroscuros y, en concreto, el cuidado en la matización de la segunda parte de “Mote”, la chisposidad concedida a “Killindangs”, una curiosa “Danza de los cabritos”, la enorme tristeza comunicada a “Vond Dag” o la minuciosidad con la que se expuso “Ved Gjaetle-Bekkena”, donde también se lució Andsnes al dibujar con extrema pulcritud y sentido el espejeante y acuático acompañamiento. Nos vino a la memoria alguno de los lieder de “La bella molinera” de Schubert.
La segunda parte –con cambio de traje por parte de la soprano- se centró en el lied alemán. Los cuatro de Strauss – tres de la “op. 27” y uno de la “op. 39”- fueron bordados con una apabullante exhibición de medios. Los conocidos “Ruhe, meine Seele”, “Cäcilie” (con enorme Si bemol agudo), “Morgen” (muy cálidamente deletreado) y “Befreit”, este con un asombroso crecimiento del piano al forte, nos dejaron con la mejor de las disposiciones para escuchar los “Wesendoncklieder” de Wagner. Cabría pedir en alguno de los casos un cuidado mayor, una delicadeza, una delicuescencia más acusada, pero el resultado fue magnífico por adecuación y propiedad.
El chorro incombustible de la voz de Davidsen nos envolvió, siempre con la detallada, minuciosa y cuidadosa colaboración del pianista. Al final, tres propinas: el característico “Zueignung” de Strauss, majestuoso y rotundo, y otras dos canciones de Grieg. Y no hubo más, que ya fue bastante. Gran triunfo, por supuesto. Arturo Reverter
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