Crítica: Lisette Oropesa, carne y alma de Manon, en Les Arts de València
Lisette Oropesa, carne y alma de Manon
MANON, de Jules Massenet. Ópera en cinco actos y seis escenas. Libreto de Henri Meilhac y Philippe Gille, basado en la novela Histoire du chevalier des Grieux et de Manon Lescaut, de Antoine-François Prévost. Reparto: Lisette Oropesa (Manon Lescaut), Charles Castronovo (Le Chevalier des Grieux), Carles Pachon (Lescaut), James Creswell (Le Comte Des Grieux), Jorge Rodríguez Norton (Guillot de Morfontaine), etcétera. Dirección de escena: Vincent Huguet. Escenografía: Aurélie Maestre. Vestuario: Clémence Pernoud. Iluminación: Christophe Forey. Coreografía: Jean-François Kessler. Cor de la Generalitat Valenciana (Francesc Perales, director). Dirección musical: James Gaffigan. Lugar: Lugar: Palau de les Arts. Entrada: En torno a 1.000 espectadores. Fecha: Jueves, 3 octubre 2024 (se repite los días 6, 9, 12 y 15 octubre)
Manon en “los locos años veinte”. Art déco. Las Kardashian. “Una de las pocas óperas en la que el hombre es la víctima y el tenor no es celoso”. Más allá de la palabrería, elucubraciones, interpretaciones y reinterpretaciones escénicas, del regreso de la ópera Manon de Massenet al Palau de Les Arts -ya se escuchó en 2010, en tiempos de Helga Schmidt- queda la esencia de una de las grandes óperas del repertorio; es decir, el canto y su base sinfónica.
Fueron precisamente la soprano cubano-estadounidense Lisette Oropesa y la Orquestra de la Comunitat Valenciana los genuinos triunfadores de una función de contrastes y nivel, convertida en inolvidable por el canto y la expresión excepcional de la diva y una orquesta que tocó, cantó y sonó maravillosamente toda la noche bajo el gobierno efectivo de su titular, James Gaffigan.
Desde los primeros momentos, -“Je suis encore tout étourdie”-, la Oropesa dejó enunciados los perfiles expresivos y vocales de un personaje que le va como anillo al dedo. Musical y dramáticamente. A pesar de su poderosa personalidad, y de su condición de figura puntera de la lírica actual, en su interpretación fue solo Manon, la genuina y única. No hizo de Manon: fue la propia Manon la que el jueves, cantó y actuó en la escena inmensa del Palau de Les Arts.
Tal fue su entrega, identificación con el personaje y médula vocal de un papel marcado por figuras legendarias de la ópera, con Victoria de los Ángeles a la cabeza. Oropesa, que debutó el rol en 2019, en el Metropolitan de Nueva York, incorpora su nombre a la nómina selecta de las mejores Manon que fueron y son.
Cantó desde el alma, otorgando sentido y expresión a cada palabra, a cada sílaba, a la evolución de una casi niña de 16 años, caprichosa y Lolita, que tras cinco actos y seis escenas concluye convertida en una heroína del amor y la libertad. Y fue esa transición difícil, desde la ingenuidad y la frivolidad a la pasión que es capaz de aparcar todos los sueños y anhelos de antaño para dejar que el amor imponga su ley en tiempos difíciles y contra cualquier conveniencia, la guía que marcó una noche en la que ella fue absoluta protagonista.
El abismo entre la jovencita caprichosa y la heroína que cierra la historia con esa frase intensa y sencilla que sale de sus labios agónicos: “Et c’est là l’histoire de Manon Lescaut”.
Antes, momentos tan memorables como cuando en el segundo acto entona el aria más célebre “Adieu, notre petite table” con sutileza vocal transparente y cargada de efusión y nostalgias; o el contraste, en el frívolo tercer acto, con un “Je marche sur tous les chemins” redondeado con gracia y sabores dieciochescos en la gavota “Obéissons quand leur voix appelle”, donde retoma las jóvenes alegrías del amor y la juventud…
Como Manon, el arte de Oropesa es voluble y versátil, fresco y joven. Atrevido y decidido. Impregnado de pasado y abierto a la incertidumbre del futuro. Y, como su hermana Charlotte (Werther), sin recovecos ni medias tintas.
Fue ella la reina y señora de un reparto correcto, pero nada más. El entregado tenor estadounidense Charles Castronovo -que no es precisamente Alfredo Kraus- fue un Des Grieux más discreto que “caballero”. Enfrascado en repertorios distantes (Don Carlo, Don José, Cavaradossi, Pinkerton…), cantó con voz abrupta que es cualquier cosa menos bella, y expresión alejada del refinamiento de un personaje aún ensombrecido por el poderío expresivo y musical de la diva cubano-estadounidense.
Su gran recitativo y aria del tercer acto “Ah! Fuyez douce image” pasó casi inadvertido, con más pena que gloria: no fue un “suplicio”, pero distó de dar credibilidad al hombre que, frustrado, está a punto de tomar los hábitos en la mismísima iglesia de San Sulpicio. Ni que decir tiene que los cuatro dúos entre Des Grieux y Manon (“Tois vous oui… c´est moi!”, y particularmente el de la gran escena final, en el patético “Ah! Des Grieux!,.. O Manon!”) quedaron descompensados y minimizados por el abismo entre el tenor y la soprano.
Inadvertido quedó el correcto Lescaut del catalán Carles Pachon, que, pese al esmerado fraseo, no logró convencer ni persuadir a nadie en el aria “A quoi bon l’économie”. James Creswell fue inapelable y velado Conde Des Grieux, mientras que el tenor Jorge Rodríguez Norton cantó, lució y representó un Guillot de Morfontaine cargado de énfasis teatral.
El Cor de la Generalitat Valenciana hizo brillar el llamativo vestuario años veinte con tanta fortuna como su destacado cometido en esta ópera no banalmente considerada por Jesús Iglesias, el director artístico de la casa, como “fascinante, intensa y compleja; uno de los grandes títulos del romanticismo francés”.
James Gaffigan -que ya dirigió esta misma producción en la Ópera de París, en febrero de 2022, precisamente con Ailyn Pérez, la misma soprano que la protagonizó en Les Arts en 2010- cuajó una de sus mejores noches en Les Arts con una dirección que, sin ser “mágica”, si se metió en la carne y la piel de unos personajes y de una ópera que, además de “fascinante e intensa”, está cargada de colores, matices y ese montón de fragancias y sutilezas que tanto distingue a la mejor música francesa, y en particular la de Massenet.
Dejó cantar las voces y las arropó con un tejido sinfónico opulento, preciso y maleable, sin jamás alcanzar a taparlas, algo particularmente meritorio en una acústica tan brillante y sonora como la de la Sala Principal de Les Arts.
La producción, procedente de la Ópera de París, ambienta la acción en el París de los años veinte. Con el fondo de la estética de la época y la figura de la vedette Joséphine Baker como fondo inspirador de una escena y un concepto vistoso y ameno, de grandes dimensiones -como corresponde a escenarios tan enormes como los de las óperas de París y València-, que enmarcan una escena bien movida, con cuadros tan vistosos como el comienzo del tercer acto, que incluso propició el aplauso -por cierto, nada espontáneo- de un sector del público, a la manera hortera del Metropolitan de las Bohèmes y Turandots de Zeffirelli.
Tonterías aparte, el montaje destila vistosidad, sentido dramático y claridad conceptual. Las impertinentes músicas añadidas no alcanzan a enturbiar la acción. Tampoco los oportunos números coreográficos y escenas de ballet, en las que hasta la Oropesa -sin ser Alicia Alonso- se involucra con brillantez y desparpajo. Lisette Oropesa, carne y alma de Manon.
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Publicada el 5 de octubre en el diario LEVANTE
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