Crítica: Llegó el momento del órgano con la ONE
ORQUESTA NACIONAL DE ESPAÑA
Llegó el momento del órgano
Obras de Messiaen, Buide y Dukas. Juan de la Rubia, órgano. Orquesta Nacional. Director. Diego Martín-Etxebarría. Auditorio Nacional, Madrid. 16 de febrero de 2020.
Curioso y muy interesante programa el de la Nacional de esta semana –algo que no debió de apreciar el numeroso público ausente-, con dos obras de rara escucha y otra de estreno, esta última fruto de un encargo al compositor santiagués Fernando Buide (1980), un músico ya muy probado, de técnica muy suelta, de variadas concepciones, de un raro olfato para revestir a sus pentagramas de una transparencia ya proverbial y de una pátina reveladora de un buen arte para la instrumentación y orquestación. Siempre late en su producción un aire beatífico, una respiración serena a veces subrayada por un estilizado puntillismo de raíz impresionista, con evidentes claroscuros expresivos –y esto no es contradictorio- de un expresionismo de nueva hora.
Hay que valorar positivamente esta aventura que ha llevado a Buide, de antigua formación como organista, a construir un amplio “Concierto para órgano y orquesta”, pensada justamente para el gran instrumento de Grenzing, “uno de los más fascinantes que conozco”, manifiesta el artista, que explica que la obra “parte de un pequeño tema que nos remite al órgano barroco ibérico”. Ha sabido construir con esos mimbres una suerte de variaciones continuas en las que se produce de manera paulatina una transformación tímbrica de las ideas iniciales. “Una suerte de narrativa fantástica”.
Con un lenguaje llano y claro, no exento de exploraciones y disonancias, la composición sigue un curso confortable a partir de un esotérico comienzo y de las vibraciones de las maderas y las ondulaciones del “tutti”. Un poderoso acorde del órgano nos pone en guardia. No hay espacio aquí para describir las múltiples incidencias y alternativas ya que el tejido es de una riqueza y una variedad muy notables, abundoso en efectos de todo tipo presididos por el buen gusto. Se suceden diálogos, soliloquios del órgano, frases melancólicas y recogidas, pasajeras explosiones. La gran cadencia da oportunidad al solista para explayarse en distintas tesituras del instrumento, con momentos de rara intensidad. Al final todo desemboca en unos compases exquisitos, con nota mantenida en piano de la cuerda aguda y unos pasajes preciosistas del órgano sobre un paisaje lunar.
Juan de la Rubia fue un excelente solista, infalible y meticuloso, de enorme variedad de registros (algo muy lógico al hablar del instrumento), y Diego Martín-Etxeberría, director de amplia formación operística, un adecuado, a veces delicado, colaborador desde el podio, que consiguió arrancar de una buena Nacional muy ricas y trabajadas sonoridades; aunque no alcanzó el mismo nivel en la reproducción del juvenil “Hymne pour grande orchestre” de 1932 de Olivier Messiaen, una composición colorista e irregular, que pareció exenta de ensayos. Sensación que tuvimos también al escuchar la torrencial y turbulenta “Sinfonía en do” de Paul Dukas, llevada por la batuta a machamartillo, con pocos momentos de respiro. Claro que los robustos pentagramas parecen pedirlo. Faltó claridad en muchas ocasiones y la planificación no quedó bien resuelta. Arturo Reverter
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