Critica: Llorenç Barber, Maestro setentón
Llorenç Barber, Maestro setentón
41 FESTIVAL DE MÚSICA ENSEMS. Homenaje Llorenç Barber, 70 años. Grupo Cosmos XXI.Director:Carlos Galán. Programa:Obras de Llorenç Barber, Barce, Mestres Quadreny y Carlos Galán. Lugar:Palau de la Música (Sala García Navarro). Entrada:Alrededor de 125 personas.Fecha:Viernes, 3 mayo 2019.
Diabolizado y ninguneado por la derecha gobernante en la Comunitat Valenciana durante años, la figura ya señera de Llorenç Barber (Aielo de Malferit, 1948) se impone con fuerza y verdad sobre la minucia localista. Con motivo de sus 70 cumpleaños, el Festival Ensems –que él mismo fundó en 1979- ha tenido el buen criterio de rendirle homenaje. Personalidad única y esencial de la música española del último medio siglo, Barber es “un auténtico rara avis de la cultura sonora española”, como apunta el programa de mano del divertido y hermoso concierto-homenaje celebrado el viernes en el Palau de la Música, en el que junto a algunas obras suyas, también se escucharon otras de su inolvidable maestro y amigo Ramón Barce, de Mestres Quadreny y de Carlos Galán, quien precisamente dirigió el programa al frente y junto al Grupo Cosmos 21.
A sus redondos y ardientes setenta años, Llorenç Barber sigue siendo el genio y figura de siempre. Como cuando, al final del concierto, tras escuchar una cerrada y larga ovación de todos -intérpretes y público-, se lanzó a pronunciar unas palabras tan escuetas como su música minusculista más que minimalista. Las cerró recordando con emoción entrañable a su colega ya ausente Carles Santos, “y claro, ¡a la República!”, enfatizó. Es imposible entender el peso, la figura y la personalidad de este “valenciano atípico” sin adentrarse en su biografía singular y en su entorno complejo. De todo bebe y vive su obra, tan arraigada en Cage, Kagel, Ligeti y su maestro Barce, pero también en el Falla más quieto y melódico –Nana, Canción– y en cuanto se mueve a su alrededor. También de las antiguas músicas españolas, de la organería, del gregoriano, de los cánticos medievales, de sus recuerdos del seminario de València, de sus campanas, de Darmstadt… de sus tres gallinas ponedoras, de su gato y de las habas del huerto del chalet en La Cañada, donde vive desde 2006…
Interesa en Barber, el español –no el otro, tan diferente, el estadounidense Samuel-, la música, pero también y no con menor relevancia su complicidad con el efecto dramático, el movimiento escénico, el silencio, la sorpresa; con la provocación y con lo que rodea “la tierra de nadie que es el arte sonoro”. Todo estuvo presente en este concierto único, desde el susto inicial en el que desde la oscuridad total irrumpen los músicos con un estruendo mientras deambulan como autómatas callejeros por la sala, a la especie de consagración mística parsifaliana que sucede tras tocar nada un cuarteto mudo integrado por flauta, oboe, clarinete y saxo, cuyos integrantes vierten solemnemente la saliva de las entrañas de sus instrumentos en un cáliz, sostenido por una percusionista kundryana que acto seguido lo traslada al mismísimo Barber, sentado en la primera fila del público. El maestro -que fue seminarista durante diez años clave en su formación- se levantó reverentemente y bebió en estado de éxtasis la saliva sagrada, convertida en entraña y esencia de la música muda. Dicho así, parece una tontería, casi una bufonada. Pero visto, sentido y escuchado el silencio, es de un efecto y hondura verdaderamente sobrecogedores. Como tantas y tantas otras invenciones y originalidades de este creador inagotable.
Como el enorme tablero atiborrado de puntas clavadas, que al impactar sobre el teclado del piano provoca y configura un impresionante y politonal acorde que en su evolución al silencio invita a sumergirse en la tamizada pluralidad de armónicos y sonoridades menguantes que se originan. Lástima que el ruido infiltrado de algún motor o foco que se colaba en la sala García Navarro del Palau de la Música y las toses y movimientos del público impidieran la inmersión en el largo diminuendo que conduce al imposible silencio absoluto.
Fue un concierto feliz. Adobado con obras amigas, como Trama y Abgrund, hintergrund, ambas de Ramón Barce; Para Carlos y Piezas músico-visuales del ya nonagenario pero eternamente joven Josep Mestres Quadreny, y de Carlos Galán, quien dirigió, tocó y actuó con eficacia, versatilidad y complicidad tanto su propia música (de la que no faltó Gesto, op 60, Música Matérica XXI, dedicada a Llorenç Barber) como la del resto del programa. El guiño paródico que Barber hace al clasicismo en Demà com abans fue colofón sorprendente de tan hilvanado homenaje al ya setentón Maestro. Felicidades y salud. Justo Romero
Publicado en el diario Levante el dia 5 de mayo de 2019
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