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Por Publicado el: 05/10/2021Categorías: En vivo

Crítica: Madama Butterfly en Sevilla. Mariposa atómica

MADAMA BUTTERFLY (G. PUCCINI)

Mariposa atómica

Puccini: Madama Butterfly. Ermonela Jaho, Jorge de León, Damián del Castillo, Gemma Coma-Alabert, Moisés Marín, José M. Díaz, Pablo López. Primer reparto. Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección de escena: Joan Antón Rechi. Dirección musical: Alain Guingal. Teatro de la Maestranza, Sevilla, 3 de octubre de 2001

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Jorge de León y Ermonela Jaho (c)MAestranza

Con la plenitud de su aforo por fin disponible, el Teatro de la Maestranza abrió su nueva temporada con la cuarta visita en su breve historia de esta “tragedia japonesa”. La producción de Rechi, realizada en su momento a medias entre el Festival de Perelada y la Deutsche Oper am Rhein, funcionó a la perfección en lo tocante a la dirección de actores, muy cuidada y con pleno sentido teatral. Tampoco chirrió el cambio de ambientación cronológica, con un primer acto inmediatamente antes de la bomba atómica sobre Nagasaki y los restantes tras el desastre nuclear. Asimismo, el primer acto se ubica en el consulado americano y no en la casita de la montaña, pero ello no supuso ningún menoscabo para el desarrollo del drama. El uso de una plataforma giratoria fue eficaz, sobre todo en el primer acto, con un momento de gran belleza visual cuando llega Butterfly con sus acompañantes entonando una de las más bellas melodías de la ópera. Iluminación oscura pero no mortecina.

Guingal no consiguió, sobre todo en el primer acto, establecer el necesario equilibrio entre el foso y las voces. Éstas sufrieron los excesos decibélicos y las menos poderosas, como las de Damián de Castillo, tuvieron problemas para hacerse oír. Algo más de control hubo en los dos restantes actos, pero con puntuales subidas de volumen de una orquesta cuyas cuerdas tuvieron momentos flojos en el fugato inicial y durante la lectura de la carta, en el que faltó tersura en el sonido. Fue, en general, una dirección musical de brocha gorda, poco refinada. Quien sí que estuvo fino fue el coro, especialmente las secciones femeninas, que realizaron una llegada de Cio Cio San realmente delicada, empastada y muy regulada y que firmó un coro a bocca chiusa realmente mágico.

Ermonela Jaho, al margen de los problemas con el foso ya mencionados, fue poco a poco metiéndose en el papel, con un primer acto frío y en el que se evidenció que la franja grave de la voz está construida artificialmente, cambia abruptamente de color y corre poco. Los parlatos estuvieron muy cuidados y fueron muy expresivos, pero a su voz, muy entregada en lo expresivo, le falta ese punto de brillo, esa italianità que hace que el sonido corra por toda la sala. Llegó realmente exhausta a la escena final, con la voz justa para acabar. El momento más conmovedor fue ese tremendo pasaje “Che tua madre”, en el que se adentró en los últimos rincones del dolor.

Sustituyendo a ultimísima hora al tenor previsto, Jorge de León hizo un Pinkerton rudo y sin delicadeza alguna. La voz fluía a borbotones, emitida con una técnica problemática que la hace bambolearse y moverse en las fronteras de la afinación. No fue capaz de apianar ni de frasear con delicadeza en el dúo del primer acto y se limitó a lanzar agudos como bombas en todo momento. Damián del Castillo sí que se plegó a los perfiles expresivos de su partitura, con riqueza de inflexiones y regulaciones en la lectura de la carta. Igualmente apropiada fue la voz de Coma-Alabert, densa y bien proyectada y con una actuación muy convincente. Bien Marín como un histriónico Goro y también Díaz y López como Yamadori y Bonzo respectivamente. Andrés Moreno Mengíbar

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Carmen Solís como Madama Butterfly (c) Guillermo Mendo

Una voz para la emoción

Puccini: Madama Butterfly (2º reparto). Carmen Solís, Enrique Ferrer, Gerardo Bullón, Cristina Faus, Moisés Marín, José M. Díaz, Pablo López. Segundo reparto. Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección de escena: Joan Antón Rechi. Dirección musical: Alain Guingal. Teatro de la Maestranza, Sevilla, 7 de octubre de 2001.

Incombustible a lo que unánimemente le ha señalado la crítica, Alain Guingal mantuvo el nivel del volumen de la Sinfónica sevillana en los mismos parámetros elevados de las noches anteriores, con el consiguiente detrimento de la claridad de las voces en los pasajes más dramáticos. Eso sí, la orquesta estuvo aquí más ajustada y con una enorme tersura en las cuerdas, capaz de un empaste sobresaliente y con claridad en las frases instrumentales.

Cantaba en Sevilla por fin en un papel a la par de sus capacidades como cantante una Carmen Solís que se metió en el personaje desde el principio y que supo darle, conforme la tragedia se iba desenvolviendo, una dimensión de emotividad que a veces, como en la despedida de su hijo en la escena final, ponía el corazón en un puño al oyente. La voz fue asentándose poco a poco, dominando el vibrato, para ya en el dúo del primer acto ser capaz de bellos filados. La voz es de enorme belleza y se proyecta sin problemas salvo cuando Guingal le echaba la orquesta encima. Entregada al cien por cien por cien a su personaje, fue la suya una Butterfly dramática, con una vibración de emotividad que recuerda a la mejor escuela italiana. La sala se puso en pie como un resorte cuando salió a saludar en solitario aún visiblemente afectada. Se trata de una cantante claramente desaprovechada por los teatros españoles y que puede defender el repertorio verdiano y pucciniano al mayor nivel internacional.

La primera vez que cantaba en el Maestranza y Enrique Ferrer se llevó también sus buenas ovaciones. Muy suelto escénicamente, comenzó con la voz poco liberada y de emisión trasera, pero una vez calentada en escena, en el dúo con Solís emergió un fraseo enérgico, un color aterciopelado y detalles de delicadeza en las regulaciones. Para Gerardo Bullón no hubo problemas con el foso porque su voz tiene volumen y proyección suficientes, lo que, unido al bello esmalte de su sonido y a su dominio del fraseo (su canto casi conversacional en la lectura de la carta fue excepcional), hicieron de él un Sharples ideal. Por último, Cristina Faus fue una Suzuki con cuerpo y sonoros graves, además de una intérprete muy sensible y emotiva, con una escena final conmovedora.

En resumen, un segundo reparto cien por cien español que bien hubiera merecido los honores de ser el primeroAndrés Moreno Mengíbar

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