Crítica: ‘Marina’, compendio de virtudes y defectos
Marina, compendio de virtudes y defectos
Marina de Arrieta. Sabina Puértolas, Ismael Jordi, Juan Jesús Rodríguez, Rubén Amoretti. Dirección de escena: Bárbara Lluch. Escenografía: Daniel Bianco. Vestuario: Clara Peluffo Valentini. Iluminación: Albert Faura. Movimiento escénico: Mercè Grané. Coro del Teatro de la Zarzuela y Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección musical: José Miguel Pérez-Sierra. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 9 de octubre de 2024.
Renace en el Teatro de la Zarzuela una nueva producción de Marina, uno de los títulos con mayor presencia en el coliseo y el que ha protagonizado más estrenos de temporada que ninguna otra obra lírica en los 168 años de historia del teatro. Tanta frecuencia obliga a introducir novedades a los responsables y, como siempre, con sus aciertos y desaciertos.
Bárbara Lluch ha decidido afrontar el desafío de restituir la ópera de 1871 en su integridad. Mª Encina Cortizo y Ramón Sobrino han realizado el trabajo de investigación y edición adhoc para ello. Así, por ejemplo, en el segundo acto se recupera un dúo entre Marina y Roque y una sardana original. También, más tarde, una canción a cargo de Roque acompañado por palmas y golpes en la mesa de la taberna, un poco aflamencada. Loable intento, pero el problema es que Marina es una obra en la que no sucede absolutamente nada en sus actuales dos horas de duración, llena de diálogos incomprensibles a poco que se analicen sus situaciones y eso produce cansancio al espectador.
Entre los aciertos, la belleza del decorado de Daniel Bianco, cuyo layout nos recuerda alguna otra producción en el mismo escenario, bien iluminado por Albert Faura. Menos acierto existe en el vestuario de Clara Peluffo Valentini, con algunos diseños para los marineros en el primer acto que más bien parecen un desfile de moda o las damas de elegantes sombreros sobre la pasarela superior y otro tanto cabe apuntar en la dirección de escena de Bárbara Lluch. Hay momentos incomprensibles como pelea bajo esa pasarela, el canto siempre mirando al público y la parquedad de los movimientos. Obviamente no es fácil dar éste a una partitura sin acción, diríamos que con un malentendido como único libreto.
Algo desconcertante la dirección musical de José Miguel Pérez-Sierra, en general con volumen elevado, con momentos de una notable velocidad y otros de ralentización. El Coro y la Orquesta de la Comunidad de Madrid cumplieron no sin algún fallo de solistas.
Se han cuidado mucho los dos repartos del cuarteto vocal integrado por una soprano lírico-ligera, un tenor lírico, un barítono y un bajo cantante. Sabina Puértolas sale adelante con su personalidad actoral y con algún desliz en la afinación y hay que desearla mucha suerte en los futuros retos belcantistas que se ha impuesto. Ismael Jordi, como Jorge, vuelve a enamorar con esa elegancia canora que supera la relativa falta de esquilo vocal. Juan Jesús Rodríguez muestra de nuevo la contundencia vocal a la que nos tiene acostumbrados como Roque, mientras que Rubén Amoretti desarrolla perfectamente el rol de Pascual.
Lleno hasta la bandera con invitados muy conocidos entre los que, quizá por vez primera, se vio al ministro de cultura en la Zarzuela. Todos pudieron disfrutar más a partir del descanso, cuando Pérez Sierra y los cantantes dieron de si lo mejor de la velada.
El segundo reparto resultó espléndido, muy diferente en características al primero al que quizá incluso superó. Las mayores ovaciones, y fueron muchas para los protagonistas, las cosechó Pietro Spagnoli, toda una revelación en el mundo de la zarzuela. Un barítono lírico que mostró. perfecta dicción en español, técnica segura, agudos seguros, caudal amplio y mucha solvencia escénica, planteando un Roque más humano. Celso Albelo ofreció toda una lección de canto a la usanza de Alfredo Kraus, al que recordó en muchos momentos. Tenor lírico de caudal amplísimo y muy bien proyectado, agudos potentes e impresionantes, voz timbrada. Un placer en el papel. Marina Monzó se mostró segura, apabulló en su competición final con la flauta, llena de coloraturas al estilo de “Lucia”; voz fresca, extensa y de timbre limpio, a lo que acompaña una envidiable presencia escénica. La última de la serie fue una función redonda, algo en lo que también tuvo responsabilidad Pérez Sierra, mucho más suelto y libre que el día del estreno.
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