Crítica: Martha Argerich, el poder de la edad
Martha Argerich, el poder de la edad
Obras de Bach-Busoni, Weinberg, Bach y Liszt. Martha Argerich, piano. Kremerata Baltica. Auditorio Nacional. Madrid, 26 de noviembre de 2019.
Me contaron que, hace muchos años, una muy joven Martha Argerich ensayaba en Nueva York algo de Liszt. Por casualidad estaba por el edificio Horowitz y, al escucharla en la lejanía, se acercó para oírla mejor y pidió conocerla. Es sólo una anécdota, pero revela el interés que siempre ha tenido la pianista argentina (Buenos Aires, 1941).
Argerich siempre ha sido algo o muy especial, toca poco en solitario y prefiere rodearse de otros artistas, generalmente de menor peso. Esta vez hemos tenido la suerte de poderla disfrutar de ella en toda una segunda parte. Han pasado décadas desde la anécdota y la artista sale al escenario con paso de persona mayor, pero ¡Ay, cuando se sienta delante del piano y empieza los ataques del “Concierto para piano de Liszt, n.1” con un ímpetu que deja perplejo al oyente! Se anunció inicialmente al primero de Chopin, pero posiblemente el de Liszt encajaba mejor con la Kremerata Báltica que le acompañaba y la reducción a orquesta de cuerda realizada por Gilles Colliard, triángulo aparte. Hubo arrebato desde las impresionantes octavas iniciales, poesía en los acordes más líricos junto a la viola y el concertino y permanentemente expresividad. Con anterioridad expuso la “Partita n.2” de Bach con claridad ejemplar y una aproximación que aúna lo germánico y lo italiano, con aliento en parte romántico. Todo se distinguía: la fluidez rítmica, la poesía de la “sarabande”, el impulso enérgico de “Courante”, melodía, contrapunto…. Una actuación de las que te reconcilian con la música de tantos y tantos conciertos vacuos.
En la primera parte la “Chacona en re menor” de Bach en el arreglo de Busoni, con grabaciones inicial y final de piano y violín respectivamente. Sinceramente, mejor el original. También la “Sinfonía de cámara n.4” de Mieczyslaw Weinberg (1919, 1996), compositor que se está poniendo de moda. La amplia partitura tiene unos concentrados e intensos movimientos muy líricos al inicio y final. Escrita en tiempos problemáticos rusos, rezuma miedo melancólico y, en algún momento, un intento de rebelión en el clarinete solista, que rápidamente se apaga como se apagó todo. Partitura con interés, pero también algo reiterativa.
Obviamente la noche fue de Argerich, que no dudó en responder con propinas bachianas. Gonzalo Alonso
Últimos comentarios