Critica: Metales a mí (Sinfónica de Madrid)
Metales a mí
Critica de clásica / Auditorio Nacional
Obra de Bruckner. Orquesta Sinfónica de Madrid. Dirección musical: Pablo Heras-Casado. 28 de enero
Es una verdadera lástima que algunas obras transitadas con menos asiduidad por las orquestas sinfónicas hayan quedado engarzadas en el imaginario popular por la banda sonora a la que se parecen. Le pasa a “Mars” de Gustav Holst, condenada a ser la sombra del Imperio Galáctico de Star Wars; le pasa a la “Renana” de Schumann, descarada base de la música de acción del Willow de James Horner; y le pasa a esta Sexta Sinfonía de Bruckner, donde es inevitable trasladarse en su movimiento inicial a aquel amanecer en el desierto de Lawrence de Arabia, dibujado de manera tan similar por Maurice Jarre y que le valió su primer Óscar en 1962. En realidad la sinfonía de Bruckner es reivindicable por otros muchos aspectos menos prosaicos, como su lirismo soterrado, la sólida estructura organizada por bloques armónicos y un sentido climático (de clímax) como pocas antes.
Pablo Heras-Casado encaró la nueva pieza de la integral bruckneriana (originalmente la Novena pero sustituida por la Sexta para evitar poner tantos músicos sobre el escenario) un poco en la misma línea que en ocasiones anteriores del ciclo, con enorme descarga energética y evitando caer en el colorismo con el que muchos enfocan la obra, un colorismo que acaba por restarle ese aroma a rudeza que tan bien expone el compositor austriaco. Heras-Casado buscó la esencia desde el ritmo, cuidado de forma milimétrica y con amplísimo gesto, lo que le permitió construir la compleja tímbrica sin problemas de empaste y recargar las explosiones de lirismo, manteniendo la densidad sonora sin peligro de derrumbe en el resto. Tras un primer movimiento fulgurante, el “Adagio” confirmó el acierto del enfoque, sacando a relucir las virtudes del desarrollo de su forma sonata en una música suspendida, casi detenida, donde se aparece la esencia de todo el desgarro que transmite la sinfonía.
El Scherzo (un poco excesivo, aquí sí) dio paso a la incandescencia del finale, construido en sus dinámicas sin aceleramientos, y situándose tan cerca ya de Mahler y sus obsesivos motivos melódicos. Por supuesto, el protagonismo en la Orquesta Sinfónica de Madrid estuvo en los metales, que disfrutaron de su escritura privilegiada y una respuesta acústica por parte de las trompas que no cayó en el exceso decibélico. En resumen, buenos resultados a nivel general de la orquesta y una sólida lectura, algo meritorio si se suma al hecho de que la orquesta compatibilizó este Bruckner con los ensayos de Siegfried, todo un tour de force… Mario Muñoz Carrasco
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