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Por Publicado el: 04/05/2023Categorías: En vivo

Crítica: Midori y la Franz Schubert Filharmonía

Midori, diosa del violín

Orquestra Franz Schubert Filharmonía. Midori (violín). Tomàs Grau (director). Programa: Obras de Chaikovski (Concierto para violín y orquesta), y Brahms (Tercera sinfonía). Lugar: Auditori i Palau de Congressos de Castelló. Entrada: Alrededor de 900 personas. Fecha: Lunes, 1 mayo 2023.

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Midori, Franz Schubert Filharmonía (c) Martí E. Berenguer

Maravilla escuchar a Midori (Osaka, 1971), la niña prodigio de antaño que deslumbró a todos con su virtuosismo infantil allá por los primeros años ochenta, convertida en artista de intensa y apasionada profundidad, con una plenitud alcanzada tras la solera de los años y las cicatrices de contrariedades y sueños rotos. A sus 51 años, la célebre violinista nipona afincada en Filadelfia demostró el lunes en el Auditori de Castelló su condición de diosa del violín con una versión apasionada, incandescente e intensamente romántica y desalmibarada del Concierto de Chaikovski. Seguro que el cáustico crítico Eduard Hanslick -quien tildó el concierto de Chaikovski como “malnacido y maloliente”- se hubiera quedado prendado de haberlo escuchado en Castellón.

Fielmente acompañada por Tomàs Grau y la joven pero bien ensamblada Franz Schubert Filharmonia, Midori extremó sutilezas, explayó melodías, se deleitó hasta el arrobo en la Canzonetta central y se lanzó febril a un final tan extremadamente vivacissimo como controlado. Un Chaikovski de expansivas sonoridades, extravertido pero también íntimo, de cabal plenitud y penetrantes sonoridades, empeñado más en ahondar en bellezas, extremos y sensaciones que en la huera pirotecnia. El público, claro, se volvió loco vitoreando a la pequeña gigante del violín, quien templó tanto entusiasmo con un Bach (fuga de la Sonata en sol menor) de cortar el aliento.

Luego, en la segunda parte, Tomàs Grau (Barcelona, 1979) administró las calidades y cualidades de su Schubert Filharmonia en una Tercera de Brahms lírica y efusiva, cargada de nervio, arrojo y naturalidad. El director barcelonés, artífice de uno de los proyectos sinfónicos privados más exitosos y dinámicos surgidos en España en las últimas décadas, dirige corto de afectación y ancho de entusiasmos y vehemencias, y marca su ley con una frase lapidaria que fija la clave de su personalidad: “Prefiero renunciar a algunos decibelios para primar la dulzura y el balance”. Dulzura y balance hubo, sí, en un Brahms no exento, sin embargo, de arrebato y fogosidad en el brioso allegro inicial; efusivamente cantado en el empastado segundo movimiento; teñido de inconfesables nostalgias en el milagro del Allegretto y de incertidumbres y evocaciones en el Allegro final.

Tras el calmo final, con ese único y último pizzicato de la cuerda sobre el acorde sostenido de los vientos, aplauso y éxito. De la música y de sus intérpretes. La primera de las Marchas eslavas opus 46 de Dvořák fue jubiloso colofón de tan romántica y plena velada, aún prorrogada fuera de escena con una inesperada sesión camerística protagonizada por maestro, concertino (el gran Krzysztof Wisniewski), violonchelo y contrabajo solistas. Hay química en los atriles de la Schubert Filharmonia. Y bien que se nota en el escenario. Justo Romero

Publicada el 2 de mayo en el diario Levante

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