Critica: Una Missa solemnis con notable solemnidad
CON NOTABLE SOLEMNIDAD
23-VIII-2024. Auditorio Kursaal. Missa solemnis, opus 123 de Ludwig van Beethoven. Orfeón Donostiarra. Euskadiko Orkestra / Orquesta de Euskadi. Chen Reiss (soprano), Victoria Kerkacheva (mezzosoprano/contralto), Maximilian Schmitt (tenor), Hanno Müller-Brachmann (bajo/barítono), Jérémie Rhorer (director musical / maestro concertador).
Si bien su estreno, por cierto parcial, tuvo lugar en San Petersburgo el 7 de mayo de 1824, fue en 1830 (casi tres años después de fallecer ‘el Monstruo de Bonn’) cuando se interpretó la versión completa y definitiva. Desde entonces hasta hoy, la arrolladora grandeza de esta construcción musical es indiscutible, tanto para agnósticos como para quienes creen la religión cristiana. El importante musicólogo español Miguel Ángel de las Heras con total acierto escribe que “es de una calidad tal que bastaría por sí sola para asegurar a Beethoven un lugar en la historia de la música”.
Colocada así, en su justo y merecido trono, vamos al tajo sobre cuanto se escuchó (otra cosa es oír) en el Auditorio Kursaal de la Bella Easo. Todos cuantos se concertaron sobre el escenario superan las notas del notable alto, por lo que a quien escribe no le duele prenda alguna en así dejarlo plasmado en esta página del maistersinger Herr Beckmesser.
Cierto es que, en el parecer de los musicólogos, resulta unánime el juicio de dificultad que encierra la Missa Solemnis opus 123 lo cual no fue cortapisa para que, desde la poderosa batuta de Jérémie Rhorer, la lectura de la partitura fuese siempre luminosa, con un inteligente equilibrio de planos sonoros, y muy certera en las exigentes modulaciones que figuran en el papel pautado. Sin esa visión de conjunto la obra se hubiese desbocado sin apenas control.
Para llevar a cabo ese intenso bordado musical el joven director francés contó con una Euskadiko Orkestra bien engrasada, con una entrega luminosa, demostrando durante intensos 85 minutos el alto estado de bondad que encierra esta agrupación musical. Exquisitez de flautas y oboes en el Kyrie. Sensibilidad expresiva de clarinetes y fagotes en el Gloria. Brillantes trombones, contrabajos, trompas y trompetas en el Credo. Se echó en falta la presencia del órgano que está prescrito (tema que tiene encaje de desidia institucional en el Kursaal) para presentar toda la dulzura que Beethoven presenta en el Sanctus / Benedictus. Acertado el juego del mimo en pp hasta el tronante fff impreso por el timbalero en el Agnus Dei.
Sólida la calidad canora de los cuatro solistas, a pesar de que su audición estuvo mermada por cantar entre la orquesta y el coro. Su acreditada carrera artística y su buen hacer fueron un pilar muy importante en el notable éxito de este concierto. La soprano israelí Chen Reiss, que goza del amparo de Zubin Metha, está en posesión de una línea de canto muy bien timbrada, como lo dejó patente en el brillo que imprimió en la frase Pleni sunt coeli et terra del Sanctus La mezzosoprano -más bien en textura de contrato- Victoria Karkacheva (nacida en Volgogrado, Rusia) resultó elegante con su contrapeso tímbrico en los concertantes de las voces solistas.
Hubiese brillado más la voz del tenor alemán Maximilian Schimitt si su colocación hubiese estado a la altura de la mano derecha del director, pues en el lugar ya indicado donde fue ubicado, su Resurrexit tertia die del Credo en tiempo de allegro, se perdió parte de la belleza de este pasaje. El bajo barítono Hanno Müller-Brachmann (Colonia, 1970) está dotado de un cuajo tímbrico de muchas campanillas, como se pudo apreciar -de lejos- en todas sus intervenciones.
En la presente ocasión, ante semejante tour de force, el Orfeón Donostiarra supo sacarse la reciente espina de su irregular Réquiem mozartiano. Su permanente intervención canora en esta tremebunda Missa Solemnis fue realmente de primer orden. Para cantar en el registro agudo conforme ordena Beethoven no es necesaria -a mi juicio- tanta presencia de la cuerda de sopranos, ya que en algunos momentos el sonido de éstas resultó incómodo.
Siendo alta la cualificación y calificación de todo su trabajo fue en el Gloria donde se hizo cumbre absoluta, tal y como se apreció en el Qui tollis peccata mundi, en tiempo larghetto, y en su difícil y poderosa fuga del Amen final. Recibió la mayor ovación de la noche; no por ser de casa, sino por su entrega y elegancia expositiva. Tuvo que bajar de entre los cantantes a recibir los parabienes tronantes del respetable, quien al parecer es su subdirector dado que el titular hace ya años que no se digna en hacerlo.
Hacia tiempo que no me ‘entraba”, como el día pasado en el Kursaal, con la inmensa MISSA SOLEMNIS. Gracias a Quincena Musical por programarla.