Crítica: Mitsuko Uchida, dama imperial del piano
MITSUKO UCHIDA Y LA MAHLER CHAMBER ORCHESTRA
Dama imperial del piano
Mitsuko Uchida (piano y dirección). Programa: Obras de Mozart (Conciertos para piano y orquesta números 13 y 22), y Jörg Widmann (Cuarteto de cuerdas número 2, “Cuarteto de corales”, versión del compositor para orquesta). Lugar: Auditori del Palau de les Arts. Entrada: Alrededor de 1400 personas (prácticamente lleno). Fecha: 15 enero 2020.
Mitsuko Uchida (1948), la gran dama del piano japonés, es a sus 71 años también una gran princesa del piano universal y –desde 2009- hasta “Dama Comandante de la Orden del Imperio Británico”. Heredera de una legendaria tradición de virtuosas que se expande desde reinas como Clara Schumann, Teresa Carreño, Tatiana Nicolayeva o Alicia de Larrocha, y ya en la contemporaneidad hasta el pianismo fulgurante de Yuja Wang, la Uchida ha regresado a Valencia acompañada de la Mahler Chamber Orchestra para regalar al ciclo del Palau de la Música su Mozart feliz, fresco, preciosista y bien regodeado en los lentos movimientos centrales. Sobre los atriles, los poco tocados conciertos para piano y orquesta números 13 y 22. Dos composiciones maestras que atesoran pasajes de un futurismo que parece antecesor de la escueta miniatura de Schönberg (la segunda de las Seis pequeñas piezas opus 19) con que la dama imperial respondió al final del concierto al entusiasmo unánime del público que abarrotó el Auditori del Palau de les Arts para disfrutar de su arte directo y natural.
Disfruta, contagia y hace disfrutar con su modo de tocar, cristalino, sin artificio, basado en un impecable dominio técnico que nunca es exhibición o tapadera de carencias expresivas. Además de tocar fantásticamente, con esa frescura, sencillez y calidad virtuosa que distingue su casi espontáneo Mozart, la Uchida hizo como que dirigió la Mahler Chamber Orchestra desde el propio teclado. Pero más que dirigir, manoteó y dibujó toscamente la música tal como haría cualquier aficionado en el salón de su casa.
Contrasta la calidad y delicada depuración de lo que hace sobre el teclado con ese modo naïf y reiterativo con que tan gatunamente agita los brazos, como si manoseara la música con sus zarpazos al aire. Por fortuna, los profesores de la Mahler Chamber Orchestra son instrumentistas bien rodados, cargados de talento y sensibilidad, capaces de sacar adelante de modo sobresaliente la desnuda escritura orquestal mozartiana a pesar de no contar ante ellos con ninguna batuta o cosa que se le parezca.
Los profesores (¡y profesoras!) de la MCO sonaron tan maravillosamente bien como siempre, liderados desde el primer atril por su estupendo concertino, Alexi Kenney, quien suplió con maestría la ausencia de un director, y logró que la mal llamada Mahler Chamber Orquestra -las palabras “cámara” y “Mahler” chirrían ante un compositor cuyo catálogo apenas comprende un inacabado y juvenil cuarteto de cuerdas en la menor- sonara tan estupendamente como siempre. Remarcable es la importante presencia en su nómina de profesores españoles y particularmente de la Comunitat Valenciana, con nombres tan destacados como el clarinetista de Benifairó de la Valldigna Vicente Alberola, el fagotista de Benaguasil Higinio Arrue o el trompa de Beneixama Javier Molina Parra.
Entre Mozart y Mozart, la MCO se adentró en la contemporaneidad para interpretar en solitario la versión orquestal que el compositor y clarinetista alemán Jörg Widman (1973) ha preparado de su Segundo cuarteto de cuerdas, “Cuarteto de corales”. Música reminiscente que suena a heredera de las viejas vanguardias darmstadtianas, pero que, sin embargo, se percibe nueva y fresca, con sus envolventes, sagaces y quietas texturas sonoras, a las que contribuye la oportuna ubicación de algunos instrumentistas –flauta, oboe, fagot- en diferentes y alejados lugares de la sala. Conmueve la amorosa evocación reconocida –como cuenta Joaquín Guzmán en las notas al programa, escritas a lo Cela, sin un solo punto y aparte- por el propio compositor de Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz, que compuso Haydn para la Catedral de Cádiz. Y conmovió también la impecable y emotiva versión que ofrecieron los músicos mahlerianos, en una página de extrema exigencia técnica y expresiva. Excepcional el fagot de Higinio Arrue en su fundamental cometido, como también la flauta y oboe solistas. Tan tan excepcionales que casi también merecen ser damas (y damos) comandantes de cualquier imperio, de cualquier ínsula Barataria. Justo Romero
Publicada el 17 de enero en el diario LEVANTE
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