Crítica: Leticia Moreno y la Orquesta Nacional estrenan el último Concierto para violín de Benet Casablancas
De la mano de Wells
Obras de Casablancas y Bruckner. Leticia Moreno, violín. Director: David Afkham. Orquesta Nacional. Madrid, Auditorio Nacional, 17 de marzo de 2023.
Había evidente interés en conocer el último fruto salido del magín creativo de Benet Casablancas (Sabadell, 1956), uno de los principales compositores españoles de su generación. Su música, firmemente arraigada en la gran tradición modernista, destaca por su gran individualidad, complejidad estructural y extraordinaria riqueza de detalles texturales. “La armonía se ilumina, la paleta tímbrica se diversifica, y en general, los registros expresivos son mucho más contrastados y sensuales que en otros períodos de mi trayectoria”, afirma el creador.
Este “Concierto para violín” es una muestra más de las calidades compositivas del músico. El instrumento solista, como bien dice en sus notas Ramón Puchades, oboe de la Orquesta, “genera el movimiento y es a la vez hilo conductor, soporte y resonancia de un diálogo orquestal que alterna partes solistas y encuentros instrumentales con clímax en los que la orquesta da rienda suelta a su plenitud expresiva”. Casablancas emplea como soporte y fuente de inspiración un relato de H. G. Wells, “The Door in the Wall”, que hace referencia a una misteriosa puerta de un indescriptible jardín encantado. Divide la partitura en tres movimientos, “Allegro capriccioso”, “Notturno. Canto” y “Finale”, con una “Intrada” y un “Epílogo”. En el “Finale” se recurre a una canción popular ucraniana en alusión a la trágica guerra que asola el país.
El violín espejea de principio a fin y lleva la voz cantante en un alarde constante de efectos de todo tipo: dobles cuerdas, ataques fulgurantes, “spicatti”, caracoleos agilísimos, saltos arriba y abajo en un sin parar que va delineando el camino a seguir por una orquesta copiosa con hasta cinco instrumentistas de percusión, una celesta y un piano. El discurso, atonal, en apariencia, ora agitado, ora tranquilo, nos trae a la memoria el “Concierto” de Berg, aunque este se construye de manera más bien dodecafónica.
Casablancas emplea todo tipo de instrumentos con buen tino y levanta un tejido tímbrico especialmente refinado, que titila con mil luces arropando a la solista, que mostró temple, afinación, virtuosismo de altos vuelos, balanceándose elegantemente en todo tipo de figuras, de giros, de ataques fúlgidos, de endiabladas agilidades. Seguimos muy interesados los diálogos con las maderas, las cantilenas en el sobreagudo, los pasajes extáticos, los momentos en los que la violencia se hace notar, los hermosos glisandi, los instantes en los que asoma un flujo aparentemente melódico, las llamadas de los metales. Todo acaba con un chisporroteo del violín protagonista.
Obra difícil defendida valientemente por una muy concentrada Moreno, que tuvo adecuado soporte en la bien trabajada Nacional, atenta a las indicaciones de Afkham, que acometió luego la “Sinfonía n.6” se Anton Bruckner, calificada de “traviesa” y “desvergonzada” por su autor. La versión escuchada nos pareció bien planteada pero insuficientemente trabajada, aunque el inicio prometiera mucho y el tema de canto, una vez remansadas las aguas, fuera adecuadamente expuesto. La línea fue irregular y los “tutti” siempre en exceso agrestes. Muy apresuradas y faltas de pausa y de paulatino crecimiento las codas.
Expresivo el canto de la cuerda al comienzo del “Adagio”. Y amplitud en las frases más cordiales. En general faltó pausa, construcción más clara y matización más elaborada, aunque el “Scherzo” fuera bien ritmado. En el “Finale” nos gustó el lirismo impuesto en ciertos instantes y el trabajo de los chelos, aunque la claridad de las voces fuera muy relativa. Hubo vigor, pero no se supo aplicar una dinámica más sutil y la coda quedó de nuevo emborronada. Arturo Reverter
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