Crítica: Nadine Sierra, en el Gran Teatre del Liceu
Nadine Sierra, en el Gran Teatre del Liceu
Obras de Mozart, Donizetti, Verdi, Puccini, Mascagni, Charpentier, Gounod, Chapí, Nieto, Giménez, Velázquez y Bernstein. Nadine Sierra, soprano. Orquesta del Gran Teatre del Liceu. Pablo Mielgo, dirección musical. Gran Teatre del Liceu de Barcelona, 06/04/2025.

Concierto de Nadine Sierra en el Gran Teatre del Liceu
Lo que tenía que ser un concierto de belcanto a cargo de Nadine Sierra y Pretty Yende, ha acabado siendo un concierto que será recordado durante mucho tiempo para todos los asistentes que casi llenaban el teatro, a cargo de la nueva diva del Liceu, la soprano norteamericana Nadine Sierra, que sin hacer un concierto totalmente redondo ha dejado boquiabiertos a propios y extraños por ser una cantante excepcional en el que quizás sea su mejor momento de esplendor vocal.
Una vez reestructurado el programa previsto, después de la cancelación de la soprano sudafricana, Sierra diseñó lo que me atrevería a decir, lo peor de su actuación, el programa, puesto que cuando parecía que aquello sería excepcional, el concierto ha finalizado antes de las propinas oficiales, con dos piezas más propias para ser cantadas como propinas y no para acabar en tonalidad mayor, como hubiera sido deseable. Lo ofrecido no concordaba para nada con lo que la soprano nos había ofrecido, pero iré despacio intentando explicarme bien antes de que no me caigan encima las siete plagas bíblicas.
Los conciertos operísticos tienen unas fórmulas establecidas para permitir descansar a los cantantes entre piezas, que nos obliga a escuchar piezas sinfónicas, normalmente oberturas operísticas, mil veces escuchadas y salvo que el director sea tan excepcional como la cantante, el interés por escuchar una buena orquesta, como es ahora la Orquesta Sinfónica del Liceu, dirigida poco delicada por un director que se dedica más al efectismo que a acompañar con profesional discreción, hace o mejor dicho, a mi me provoca que mientras escuchaba una versión poco mozartiana de la obertura de Le nozze de Figaro o la sempiterna obertura de La forza del destino.
Por no hablar del intermezzo de Cavalleria rusticana, me dedicara a contar las bombillas fundidas de las lámparas de la sala que podía ver desde mi localidad, siete, que me parecen muchas sin tener en cuenta que me quedaba la otra mitad de la sala para controlar. ¿Tanto cuesta cambiar las bombillas fundidas? La imagen de dejadez del teatro no nos conviene para nada. Por favor, si os hace falta un Bizum, decidme lo que cuesta cambiar las bombillas y ya pasaremos cuentas cuando tenga que renovar el abono de la próxima temporada, pero una función más con las bombillas fundidas, no, es dejadez.
Cuando Nadine Sierra ha pisado el escenario para cantar la deliciosa aria de Susanna, “Deh vieni non tardar”, después de la obertura mencionada, ya he visto que tenía el partido ganado sin bajar del autocar, expresión afortunada de Helenio Herrera, por no decir aquello de que tenía el público del Liceu en el bolsillo antes de empezar a cantar y es que después de Lucia, la Manon y sobre todo, la Violetta de esta temporada, tiene el teatro y a su público de rodillas, todos completamente rendidos.
La interpretación de la aria del cuarto acto de Le nozze no ha estado ni mucho menos lo mejor del concierto, la ha cantado solo bien, pero sin magia, sin aquellos sonidos etéreos y flotantes y aquella genial y contagiosa nostalgia con la que Mozart ungió una de sus mejores arias, que es decir muchísimo, está claro.
Después y sin obertura o pieza orquestal que me hiciera contar deficiencias estéticas, la cosa ha mejorado mucho, con una interpretación brillante y jovial de “Son anch’io la virtú magica …” de la ópera Don Pasquale, donde ya ha mostrado su magistral técnica belcantista, siempre retocada con aportaciones de cosecha propia, que si no se es una “fuori clase” como ella, me hubieran inquietado un poco, pero que con la aparente espontaneidad que las emplea ,todo parece fruto de aquella escuela americana que hace espectáculo de todo lo que toca y cuando se toca bien, el espectáculo es esplendoroso, porque la ópera y el belcanto también es esto, embelesarnos.
Después de La forza del destino, excesiva más que intensa y poco equilibrada entre las diferentes familias, bajo la dirección del madrileño Pablo Mielgo, Nadine Sierra ha ofrecido una auténtica maravilla con la interpretación de “Regnava nel silenzio” de Lucia di Lammermoor: amplitud vocal, control del sonido, afinación, reguladores, coloratura, trinos, un fiato deslumbrante y sobre todo un gusto refinado al decir, al expresar, al hacer sentir lo que canta, no sólo en la colocación de los agudos, que siempre es aquello en qué tantas y tantos se empeñan en exhibir, no, ella no, ella transmite música y palabra de manera sublime y a la vez hace los agudos sin hacer sufrir, con desvergüenza.
Para acabar la primera parte y sin solución de continuidad, ha cantado “E strano…sempre libera…” de La traviata. Haciendo tan poco tiempo que lo había cantado, me parecía una improvisación poco acertada de la reestructuración del programa y yo en su lugar quizás me habría estimado más un Bellini u otro Verdi apropiado a su vocalidad, pero os tengo que decir que una vez ha empezado el recitativo me he olvidado del prejuicio y he disfrutado tanto o más que el mes de enero cuando ya nos enloqueció y es que el estado vocal de la soprano es exultante y la artista es mayúscula. El éxito logrado al finalizar la primera parte ha sido apoteósico.
En la segunda y después de respirar el entusiasmo que se vivía en los pasillos del teatro, el decorado ha cambiado, empezando por el “Vissi de arte” de Tosca, una ópera que no le conviene nada y que no se tendría que plantear de momento y durante unos cuántos años, de ninguna de las maneras; ahora bien, el aria lo ha cantado de manera excelente.
Después del intermezzo de la Cavalleria rusticana de Mascagni, mejorable, cuando menos, Sierra ha cantado la bellísima “Depuis le jour” de la Louise de Charpantier, una ópera que a pesar de ser muy representada al Liceu de principios del siglo XX, se dejó de programar y habría que recuperar. Interpretación correcta, no memorable, con detalles, sí, pero sin deslumbrar.
A continuación, sí, ha cantado el vals de Juliette “Je veux vivre” de Charles Gounod y ha vuelto aquel esplendor que todo lo abraza y contagia. Sierra es una gran Juliette, la Juliette del momento diría yo, como ha demostrado ya en muchos teatros. Haría bien el Liceu en programarla con ella de protagonista en las inminentes temporadas y además, que no sea por pedir, que el Roméo sea Benjamin Bernheim.
El maestro Mielgo se ha lucido, ahora sí, con la dirección del preludio de El tambor de Granaderos de Ruperto Chapí donde la orquesta ha sonado espléndida y brillante, para luego llegar a la cumbre de la segunda parte con la interpretación de “Me llaman la primorosa” de la zarzuela de Gerónimo Giménez, El barbero de Sevilla. Estilo, gracia, picardía, interpretación desenvuelta, no exenta de ciertos toques inquietantes “alla Netrebko” y prodigiosa técnica, que lleva al público al entusiasmo espontáneo y liberador. Bravísima!

La soprano Nadine Sierra
Lo que siguió en el programa, además de ser un error total, ha sido para mí una bajada de tensión repentina.
Sierra ha interpretado Bésame mucho la popular canción de Consuelo Velázquez, donde sin el micro que ha utilizado más tarde, la voz quedaba ahogada a partir del registro central, teniendo que cambiar las octavas de manera arbitraria para que la voz traspasara la barrera orquestal.
Tampoco me ha parecido acertado dejar para última pieza oficial del concierto I Feel pretty del West Side Story de Bernstein, que interpretará ella con Juan Diego Flórez bajo la dirección de Dudamel el mes de julio para cerrar la temporada liceísta (versión de concierto). La pieza no es lo más lucido del genial compositor, y me habría parecido mucho más adecuado si se hubiera atrevido con “Glitter and Be Gay” de Candide, pero todos sabíamos que tanto esplendor no podía acabar de aquella manera tan descafeinada, a pesar que el público ya hacía mucho rato que estaba desatado y si nos hubiera cantado “The fadrine goes to the fountain” seguramente que también hubiera enloquecido.
En plena locura colectiva ha ofrecido como primera propina una deliciosa interpretación del “Caro nome” de la ópera Rigoletto de Verdi. Ternura y exquisitez técnica y vocal a raudales, en una versión preciosa.
La segunda propina y micrófono en mano, ha sido para presentarnos un medley de canciones que le gustan mucho a ella, es decir, aquello que cuando lo vemos en los conciertos desde Norteamérica nos cae la baba porque nadie como ellos saben cantarlo y que obviamente se ha tenido que ayudar con amplificación para no caer en los resultados lamentables de la canción de la Velázquez.
El medley estaba formado por cinco incunables:
“As time goes by” el celebérrima tema de Herman Hupfeld que se popularizó en el film de Michael Curtiz, Casablanca.
“Moon river” de Henry Mancini para “Breakfast at Tiffanys”
“Edelweis” del musical de Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II “The Sound of music”.
“The Way We Were”, canción de Marvin Hamlisch para la película del mismo nombre para lucimiento de la Streisand.
“Over the rainbow” tema de Harold Arlen que la Garland inmortalizó en la película “The Wizard of Oz”.
Si una es bonita, la siguiente todavía lo es más y aquí ya poco importaba nada, ella disfruta y nos hacía disfrutar a nosotros, sin complejos, en un fin de fiesta espectacular que todavía ha tenido una tercera propina, ahora sí un bis, porque ha repetido el “Sempre Libera” de La traviata, con un empuje, unas ganas y un agradecimiento desbordado que entusiasma, como si no hubiera cantado nada antes. Deslumbrante Sierra, es una cantante de antes.
Un prodigio de concierto porque ella es un prodigio de cantante que me ha hecho olvidar incluso que en la sala del Liceu, como mínimo hay 7 bombillas fundidas.
Obviamente Sierra está en estado de gracia vocal pero vaya resistencia la que tiene. ¿ Habrá alguien cantado Sempre libera dos veces en una misma noche?