Critica: Netrebko, Kaufmann y Tézier en el San Carlo de Nápoles con “La Gioconda”
Netrebko, Kaufmann y Tézier en el San Carlo de Nápoles: ‘La Gioconda’
La Gioconda, música de Amilcare Ponchielli, libreto de Tobia Gorrio (Arrigo Boito). Reparto: Anna Netrebko, Jonas Kaufmann, Ludovic Tézier, Eve Maud Hubeaux, Kseniia Nikolaieva, Alexander Köpeczi, Lorenzo Mazzucchelli, Roberto Covatta, Giuseppe Todisco. Orchestra, Coro (director, Fabrizio Cassi) y Balletto (directora, Clotilde Vayer) del Teatro di San Carlo, participación del Coro di Voci Bianche del Teatro di San Carlo (directora, Stefania Rinaldi). Pinchas Steinberg, director musical. Romain Gilbert, director de escena. Etienne Pluss, escenógrafo. Christian Lacroix, vestuario. Teatro di San Carlo, Nápoles. 13 de abril de 2024.
La Gioconda es la ópera más conocida de Ponchielli, poco representada (unas 50 veces en los últimos 10 años) y diría que con razón, ya que más allá de alguna bella aria y del ballet ‘La danza de las horas’, musicalmente no supone un aporte imprescindible al mundo de la ópera.
Está compuesta al estilo de una grand opéra francesa (por eso el tema del ballet) y el libreto es obra de Arrigo Boito (aunque lo presentó con pseudónimo), adaptación del texto ‘Ángelo, tirano de Padua’ de Víctor Hugo.
La trama es muy poco creíble, al estilo de un folletín romántico (como tantas otras óperas, por otra parte): una famosa cantante veneciana novia de un noble genovés (marinero, claro) proscrito en Venecia -que en realidad es amante de la mujer del inquisidor-, y que tiene una madre ciega acusada de brujería por un malvado que la desea y que está a punto de ser ajusticiada pero es salvada por su rival amorosa. La cantante la descubre después con su fallido novio y queda a punto de apuñalarla, pero la acaba perdonando cuando descubre que salvó a su madre.
Como el malvado también había denunciado al genovés, se dispone a ayudarlos a escapar juntos, empezando por salvarla a ella de la ira de su marido, que ha descubierto su traición y a la que quiere envenenar, pero la Gioconda, que casualmente estaba por allí, le pega un cambiazo y sustituye el veneno por una pócima somnífera.
Dormidita a lo Julieta, se la lleva para que se encuentre con el marinero, que para salvar, debe entregarse al malvado. Este, cuando llega a cobrarse su recompensa, no puede, porque la Gioconda se había bebido el veneno de la otra y así, no llega a enterarse de que su madre, que ya antes había confesado que le estaba resultando una pesada carga, había sido estrangulada por el rufián que quería poseerla… uffff, muy fuerte…
Dicho todo esto y abstrayéndose un poco de ello, hay que confesar que la versión que se nos ha presentado en el Teatro Don Carlo de Nápoles ha sido muy cuidada y muy bien realizada, habiéndose disfrutado con ella.
La dirección escénica, a cargo del francés Romain Gilbert, que el año pasado presentó un ‘Parsifal’ en el Liceo demasiado simbólico y sobreactuado, ambientaba ahora muy bien la acción en Venecia en su momento histórico. Muy bien también que no hay mención a los típicos canales pero sí a la laguna como podría ser en la época, con fango que llega a ensuciar a los personajes (notablemente a la Gioconda).
Situó adecuadamente al coro en las diferentes escenas en las que fue necesario, así como al coro infantil. Otro acierto fue apoyarse, sin exceso, en los personajes de la comedia del arte, significativamente el ballet de ‘El baile de las horas’ lo hicieron Arlequín y Colombina.
El escenario, un tanto austero pero bien recreado, fue obra del prolífico ginebrino Etienne Pluss, que se permitió poner fuego real cuando el genovés quema su nave en el escenario. Christian Lacroix llevó a cabo el vestuario, también acertado, lucido en los nobles y más común en el pueblo, combinado con el espíritu de la versión.
Por cierto, que esta es una versión coproducida con el Liceo de Barcelona, así que suponemos que podrá verse allí en un futuro.
En cuanto a los cantantes, en general estuvieron en buen nivel. Se trata de 6 personajes principales, cada uno con su propia aria de lucimiento. Sobre todos, destacó una Anna Netrebko muy creíble y metida en su papel de la Gioconda, con una voz muy bien modulada y manejada con maestría en cada una de sus arias y duetos (especialmente bella el aria, Suicidio!). Además se moviéndose muy bien en el escenario, sin vérsela inquieta o sobreactuada.
No podemos decir lo mismo de Jonas Kaufmann (Enzo, el noble genovés) que no llegó a entrar en su papel. Es verdad que fue de menos a más hasta su aria Cielo e mar, en la que fue muy aplaudido, en mi opinión más por su nombre que por la interpretación en sí, y después volvió a bajar el nivel.
No pasó lo mismo con el barítono francés Ludovic Tézier, que ya nos hizo en Madrid un magnífico ‘Rigoletto’ y que aquí volvió a lucirse como el malvado Barnaba que desea a la Gioconda y que hará todo lo que pueda por alcanzarla. Voz muy potente, manejada a su antojo y muy creíble en su interpretación.
La mezzo Eve Maud Hubeaux fue Alvise, la mujer del inquisidor que escapa con Enzo. La suizo-francesa estuvo bien, sin destacar y en algún momento sin saber muy bien colocarse.
Nos gustó más la mezzo ucraniana Kseniia Nikolaieva, que dio vida a la ciega, la madre de la Gioconda. Hermosa voz y bien en su papel, porque aunque también se perdía en el escenario alguna vez, al menos tenía la excusa de su falta de visión.
El último papel principal fue para el bajo rumano-húngaro Alexander Köpeczi, que representó muy acertadamente el rol del inquisidor Alvise y que nos quiso conmover cuando convencía a su mujer para que tomara el veneno para salvar su honor. El mes de mayo podremos verlo en un ‘Tannhäuser’ en Múnich.
Quiero mencionar una anécdota sobre personajes no principales, que los teatros no cuidan tanto y provocan escenas raras: Lorenzo Mazzuchelli interpreta en el primer acto a un secundario que se empeña en quemar a la ciega, aparece en el segundo acto como piloto que ayudará a la pareja a escapar y aún otra vez en el cuarto casi como íntimo de la Gioconda a cuya madre quería ajusticiar. No es importante y podemos imaginarlo, pero resulta chocante ver la misma persona en esos papeles secundarios pero incoherentes: ¿será tan difícil para una casa de ópera situar a cantantes distintos, si no contratados exprofeso, sacados como solistas del coro?
Con todo, el gran triunfador de la noche fue el director principal de la Orquesta Filarmónica de Budapest, invitado aquí, el israelí Pinches Steinberg, que manejó la orquesta a su antojo, marcando perfectamente los tiempos y haciendo que los músicos se lucieran en obertura e interludios. Muy aplaudidos director y orquesta, con merecimiento.
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