Crítica: Nebra, el placer de recuperar bien
VENUS Y ADONIS (NEBRA)
«Venus y Adonis», de José de Nebra. Olalla Alemán (soprano), Eugenia Boix (soprano), María Hinojosa (Soprano), Marta Infante (mezzosoprano), Aurora Peña (soprano) y José Pizarro (tenor). Los Músicos de Su Alteza. Director: Luis Antonio González. Ciclo Universo Barroco (CNDM), Auditorio Nacional, Madrid. 18-XI-2018
No sé si es pecar de optimismo pero los tres cuartos de entrada que presentaba la Sala Sinfónica del Auditorio para una pieza de recuperación de José de Nebra eran impensables hace una década. En ocasiones el desánimo hacia el rescate de repertorio ha venido propiciada por una sucinta falta de interés institucional o lastrada por una confección de repartos con poca visión. Sea como fuere (y a pesar del enorme camino por recorrer), lo ocurrido con este Venus y Adonis debería ser lo cotidiano: música de interés entregada con dignidad y con respuesta modélica por parte del público.
La obra forma parte de un tríptico donde se sitúa como segunda jornada, y ha sido editada y reconstruida en las partes que lo precisaron por Luis Antonio González, que ejerció como director desde el clave. La pieza cuenta con el respeto hacia las convenciones barrocas de otras óperas de mayor calado, y sonoridades hermanas a medio camino entre la sabiduría y la influencia. Hay elementos operísticos vivaldianos en el dibujo de caracteres, retórica musical en los tópicos de la época (esos efectos de eco al acercarse a la muerte) y mucho oficio en la instrumentación de las arias. Aun así sigue sin parecer resuelta la fórmula del melodrama que intercala escenas dramáticas y cómicas. Los cinco minutos que separan el bufo “quiquiriquí ya será clocló” del trágico “Adiós, Venus bella” se antojan un salto imposible para el mejor funambulista.
En el reparto vocal destacaron especialmente Eugenia Boix (Adonis) y Marta Infante (Cibeles). La primera haciendo gala de un elegante fraseo, ausencia de apoyos para los agudos y coloratura desenvuelta. Infante por su parte, en un papel sin tantas oportunidades, destacó por la belleza del timbre natural y la potencia de emisión en un reparto marcado lógicamente por voces más bien pequeñas y propias espacios menos exigentes. El resto del reparto cumplió con garantías. Los Músicos de Su Alteza construyeron un sonido dúctil, limpio y sin apenas tiranteces, con una minuciosa aportación al continuo de Alfonso Sebastián y Josep María Martí.
En la última de las salidas para saludar, González cogió la partitura con vehemencia como acto de reivindicación. Recuerdo un gesto similar hace casi quince años en el Teatro Real, cuando Minkowski dirigió un mágico Trionfo del Tempo e del Disinganno de Handel. Hoy la obra ha multiplicado número de grabaciones y presencia sobre las tablas. Ojalá este gesto repetido sea presagio de idéntica suerte para Venus y Adonis. Mario Muñoz Carrasco
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