Crítica: Nelsons es muy buen trompetista
Concierto de Año Nuevo
“Como director, Nelsons es muy buen trompetista”
Con una audiencia potencial de mil millones de personas y tras ocho décadas de existencia, el Concierto de Año Nuevo de Viena sigue suscitando las más variopintas y hasta enconadas opiniones. La presencia en la actual edición del letón Andris Nelsons (1978) sobre el codiciado podio de la Filarmónica de Viena en la cita musical más mediática no ha servido para generar unánime aceptación. La memoria idealizada y lógica de tiempos pasados –Carlos Kleiber, Herbert von Karajan, Lorin Maazel, Zubin Mehta, etc. etc.- pesa tanto como la falta de familiaridad del gran público con los nuevos valores de la batuta, como es el hoy más que consagrado Andris Nelsons, que a sus 41 años titulariza dos orquestones como la Gewandhaus de Leipzig y la Sinfónica de Boston.
“Qué aburrimiento de concierto”, escribe la poco melómana hermana del crítico por guatsap. De similar parecer es el juicio de un conocido director de orquesta formado en Viena, y por ello muy próximo a la tradición de los valses y del repertorio de esta cita anual tan popular como arraigada en las viejas músicas del viejo imperio Austro-húngaro: “¡Qué forzado se le ve a Andris Nelsons! Vasto, queriendo ser artista. Adiós al pasado. ¡Carlos Kleiber! ¡Eso si era dirigir valses!”. El veterano director-amigo remata su comentario con un dardo definitivo, en alusión a la pieza en la que Nelsons –que fue trompetista profesional antes de director de orquesta- sacó la trompeta para tocar como solista mientras dirigía: “Como director, es muy buen trompetista”.
No ayudó a Nelsons su aspecto físico y su gesto indefinido, a veces incluso amorfo. Grueso y cada día más parecido a una mezcla entre el viejo Brahms y el orondo director finlandés Leif Segerstam. Sin embargo, y a pesar de juicios tan negativos, el director letón se volcó en mimar y revivir el pentagrama en óptimas condiciones, para lo que contó con el cómplice y perfecto apoyo de una Filarmónica de Viena que en este campo –y también en otros- no tiene rival. Impregnado del ambiente y de los atriles virtuosos y cercanos que tenía ante sí, hizo valer su condición de artista y sólido maestro para jugar con los tempi, respirar con los ritmos y acentos, y, sobre todo, divertir y hasta en ocasiones casi acariciar con el gesto las livianas partituras. Subrayó así los detalles más lúdicos y festivos, y se abstuvo de cualquier licencia de cara a la galería. Su honestidad artística, sin recovecos ni fisuras, recuerda a su inolvidable paisano y paladín, el recientemente fallecido Mariss Jansons.
Desde los primeros momentos, ya en la obertura de Los vagabundos, de Carl Michael Ziehrer, dejó bien asentado que la música y ninguna otra cosa iba a ser la clave y seña de identidad de su paso por el Concierto de Año Nuevo. Se presentó en la ostentosa y floreada Sala Dorada del Musikverein sin frac y con un programa sin apenas concesiones, que incluía nada menos que nueve obras inéditas, entre ellas compases de Beethoven, compositor que desembarcaba en el Concierto de Año Nuevo por primera vez con motivo de la conmemoración del 250 aniversario de su nacimiento.
Nelsons, que recientemente ha grabado un sobresaliente ciclo integral de la sinfonías de Beethoven precisamente con la Filarmónica de Viena, se recreó con gracia y pulso en siete contradanzas del Sordo de Bonn, durante las cuales la muy musical Radiodifusión Austriaca (ORF) emitió un cuidadosamente realizado reportaje, aunque demasiado escorado hacia la condición vienesa del compositor alemán. Bastante pegado a la partitura –como casi todos los directores del Este Europeo- y sin la magia ni la elegancia de algunas de las grandes figuras que han desfilado por el Concierto de Año Nuevo, Nelsons cuajó un muy notable concierto, previsiblemente con bastante más chispa, gracia y picardía que el que dirigirá –se anunció ayer mismo- Riccardo Muti dentro de un año.
Nelsons hizo brillar con fuerza la festiva obertura de la opereta Caballería ligera, de Von Suppé (estupendo solo de clarinete de Matthias Schorn) y el Vals Dínamos de Johan Strauss, cuyo mayor mérito es haber inspirado al gran Richard Strauss su soberbio “Ohne mich” del final del segundo acto de El caballero de la rosa. Hizo el obligado numerito de turno tocando la trompeta junto a los filarmónicos vieneses y cargó de brío el Galope del Postillón, de Josef Hellmesberger y de encanto la polca-mazurca Flor de escarcha, de Eduard Strauss.
Fue una velada in crescendo muy finamente hilvanada, animada con las grabaciones en diferido del Ballet de la Ópera de Viena (con coreografía del español José Carlos Martínez), y que, como siempre, reservó para el final la traca por todos esperada. Tras la consabida, previsible y coreada felicitación de Año Nuevo en boca del maestro de turno (“La Filarmónica de Viena y yo, les deseamos ¡feliz año nuevo!”, dijo Nelsons y se sumaron los instrumentistas), llegó el inevitable y almibarado Danubio Azul (con su programada interrupción nada más comenzar y vuelta a empezar) y la Marcha Radetzky, en la que Nelsons dio la espalda a la orquesta para concentrarse en marcar y llevar a buen puerto las palmaditas del público. Los espectadores, entre los que – como siempre- abundaban rostros orientales y gentes con cara de tener más euros y yenes que problemas, más felices que una perdiz con tanto palmeo, como si ellos mismos fuesen profesores de la Filarmónica de Viena. ¡Cosas de la vida! Justo Romero
OYE JUSTO!!! OMITISTE A DANIEL BARENBOIM, QUE DIRIGIENDO LA DE AÑO NUEVO 2015, LE PUSO UN HUMOR TÍPICAMENTE ARGENTINO A ESE CONCIERTO… HASTA LLEGÓ A DAR “RIENDAS LIBRES” QUEDANDO DE BRAZOS CRUZADOS, TOTAL LOS VIENESES SABEN DE SOBRA QUÉ HACER… ADEMÁS ADORNADO POR JOVENCÍSIMOS BAILARINES, VERDADERAMENTE ANGELITOS.
CLARO QUE NO ES FÁCIL SER ORIGINAL Y AMENO, AL REITERADO CONCIERTO DE VALSES, POLCAS Y Y ALGUNA OBERTURA…EN AQUEL ENTONCES, BARENBOIM METIÓ UNA IMÁGEN CIRCENSE PARA SUPERAR EL TEDIO.