Crítica: La Novena, ¡Visca València! y Kennedy el “Berliner”
La Novena, ¡Visca València! y Kennedy el “Berliner”
CONCIERTO EXTRAORDINARIO DÍA DE LA COMUNITAT VALENCIANA. Programa: Obras de Rodrigo (Fantasía para un gentilhombre, para flauta y orquesta) y Beethoven (Novena sinfonía, “Coral”). Orquesta de Valencia. Coro de la Radio de Baviera (director: Peter Dijkstra). Solistas: Salvador Martínez (flauta), Christina Landshamer (soprano), Carmen Romeu (mezzosoprano), Maximilian Schmitt (tenor), Carles Pachon (bajo) Director: Alexander Liebreich. Lugar: Palau de la Música. Entrada: Alrededor de 1.781 personas (lleno). Fecha: Sábado, 5 de octubre de 2024.
Nunca ha tenido fortuna la Orquesta de Valencia en sus interpretaciones de la Novena de Beethoven, el emblemático fresco sinfónico-coral que, con la mente enfocada directamente al futuro, estrena el 7 de mayo de 1824, sordamente dirigido por él mismo en el Hoftheater de Viena. Bien olvidadas las fallidas versiones de Yaron Traub (2017) y Ramon Tebar (2019), esta nueva oportunidad de la mano de Alexander Liebreich ha sido notoriamente mejor, pero alejada, en cualquier caso, de aquello que convierte un concierto, una interpretación, en algo “inolvidable”, digno de quedar en la memoria sonora del aficionado.
Fue en el marco del Concierto Extraordinario “Día de la Comunitat Valenciana”, ante una atestada Sala Iturbi -las entradas eran gratis-, y coronado -como mandan los cánones- con la interpretación del Himno de la Comunitat, anunciado por Liebreich con palabras balbuceadas en valenciano, que sonaron a aquello del “Ich bin ein Berliner” de Kennedy en 1963, en el Berlín que llamaban “libre”.
Tampoco contribuyó a alcanzar el éxito artístico -de público sí lo fue, y total- el desigual cuarteto de voces solistas. Y ni siquiera el formidable coro que es el de la Radio de Baviera (en el programa no figuraba el nombre de su director artístico, Peter Dijkstra), tuvo el relieve que cabía esperar. Solo el flautista Salvador Martínez, solista de la versión para flauta de la rodriguera Fantasía para un gentilhombre que se escuchó metida con calzador antes de la Novena (por mucho que Liebreich diga y rediga que “Rodrigo y Beethoven forman una combinación perfecta”) alcanzó verdaderamente lo sobresaliente.
Martínez tocó con aplomo de verdadero solista -lo es de la Orquestra de València- y madera de artista curtido y en plenitud. Fue acompañado con idioma y empatía por sus compañeros de orquesta y un Liebreich que siempre, en Rodrigo, Beethoven o lo que se le ponga por delante, destila competencia y saber hacer.
Fue una Novena de tiempos vivos y pulso preciso -¡brava la contribución de Javier Eguillor desde los timbales!-; nunca arrebatada y de lógicas inapelables. Liebreich sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Y templa con maestría el juego de tensiones y claroscuros que entraña la sinfonía, particularmente en el segundo movimiento, “scherzo” que, como anota el compositor, fue “vivace”, aunque corto de vibración y nervio. El director muniqués busca la conciliación entre tradición y nuevas corrientes interpretativas.
Como a la busca del imposible equilibrio entre Furtwängler y Gardiner, entre Böhm y Chailly, con Harnoncourt por medio. Como con Gardiner y Chailly, el “Adagio molto e cantabile” tuvo poco de cantable y menos de adagio: adoleció de efusión, pálpito y de esa tamizada magia emocional que desprende este “sueño de un ser solitario” (Jacques Lasserre).
El titular de la OV preparó y atacó bien el cuarto movimiento, con la universalmente canturreada “Ode an die Freude” (“Oda a la alegría”) de Schiller. La siempre vigente y resplandeciente llamada a la humanidad y a sus mejores sentimientos, fue expresada por Liebreich con énfasis quizá demasiado circunspecto, y tocada con esmero por una Orquestra de València en estado de forma netamente superior al mostrado en las pretéritas versiones bajo los gobiernos de Traub y Tebar, los predecesores de Liebreich. Al ya comentado sustancial cometido de Eguillor desde sus timbales clásicos, se sumaron las acertadas intervenciones de atriles solistas, como las del fagot, o la trompa de María Rubio.
El cuarteto vocal fue el talón de Aquiles de esta templada Novena, y presentaba las curiosidades de que el papel de la mezzo fue desempeñado por una soprano (la valenciana Carmen Romeu), que el tenor (Maximilian Schmitt) fuese el mismo que cantó la misma obra en Les Arts, en junio pasado, con Gaffigan y la OCV, mientras que el barítono -el catalán Carles Pachon– interpreta estos mismos días el papel de Lescaut en la Manon del Palau de Les Arts. ¡Quizá nunca los dos Palaus estuvieron tan cerca!
Ni la soprano Christina Landshamer mostró encontrarse en su mejor momento vocal, ni las vocalidades de Romeu ni del tenor son las ideales para la Novena de Beethoven. En tan curioso cuarteto solista, destacó con diferencia el ocupadísimo Carles Pachon, aunque en las notas más graves faltara peso, redondez, volumen y anchura. Al final todos felices y contentos, entonando -más o menos- a un lado y otro del escenario el estupendo Himno de la Comunitat que compuso José Serrano en 1909 con texto de Maximiliano Thous. Como dijo Liebreich y todos replicaron: “¡Visca València!”
Sin entrar en cuestiones relativas al resultado artístico del concierto, personalmente me pareció fuera de lugar programar una obra de Beethowen, en el concierto extraordinario del Día de la Comunitat Valenciana.
Desde que se inauguró el Palau de la Música de Valencia este concierto estuvo dedicado, de forma íntegra, a compositores de la tierra. Que tenemos muchos, buenos y mejores.
Incluso hubo años donde el concierto se editaba en disco, y gracias a ello podemos disponer de la zarzuela La bien amada, de José Padilla. El autor de El relicario y La violetera era de Almería, pero esta zarzuela se desarrolla en tierras valencianas, y de uno de sus coros se extrajo el pasodoble Valencia, que dio fama internacional a lo que entonces se conocía como “región”, y que es lo que se canta en el himno del maestro Serrano.
También se editó El gato montés, de Manuel Penella, con el sabor que producen las grabaciones en directo.
Por cierto, en El gato montés cantó Guillermo Orozco, el tenor onubense fallecido el 2 de abril último, a la edad de 57 años, siendo esta una de sus escasas prestaciones en el terreno discográfico.