Acuarela, oleo y pastel 

Obras de Ortiz, Schumann y Stravinski. Daniel Lozakovich, violín. Alondra de la Parra, dirección musical. Orquesta Nacional de España (OCNE). Auditorio Nacional, Madrid, 21 de marzo de 2025.

La directora Alondra de la Parra

Hablábamos en nuestra crítica anterior de las dotes violinísticas de la joven María Dueñas. Tócanos hoy referirnos a otro instrumentista solo un año mayor, el sueco Daniel Lozakovich. Muchacho tranquilo, sereno, estático.  De entrada nos atrae la calidad del sonido, noble, sustancioso, la limpieza de su fraseo, de reconocible tersura y equilibrio, la naturalidad de la expresión y la hondura de su concepto. Características muy adecuadas para dar forma a una obra problemática e irregular como el Concierto para violín de Schumann creada al final de la vida del compositor en circunstancias que comenta y analiza muy bien en sus notas al programa la musicóloga Inés Mogollón.

Lozakovich se entregó con mucho sentido a la partitura y la expuso de manera diáfana y sentida, con todos sus elementos a la luz; con todas sus limitaciones y desigualdades. Bien arropado por la muelle colaboración de orquesta y directora, que, previamente, habían diseccionado con provecho la partitura de la mexicana Gabriela Ortiz, Téenek-Invenciones de territorio.

Música llena de contrastes en la que lo tradicional (ritmos y acentos aztecas) se alternan. De lo danzable y popular, con estruendosos acordes disonantes, a lo meditativo y hasta sereno, con silencios y evocadoras frases instrumentales y solos de extraña calidez, así el del corno inglés, tocado, como siempre muy bien, por José María Ferrero de la Asunción. Música bien hecha, desigual y en ocasiones en exceso ruidosa.

Siempre gusta y anima ver a Alondra de la Parra, actual titular de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, moverse, ágil, dispuesta, desplegar su rica gestualidad, ver su esbelta figura cimbrearse al son de la música. Brazos largos, que marcan incansables las exigencias rítmicas, sonrisa permanente, entrega calurosa y comunicativa. Una obra como Petrushka de Stravinski, que se ofreció en su versión original de 1911, encaja bien en sus características “directoriales”, en las que predomina una clara concepción del factor rítmico, siempre bien servido a partir de una gestualidad muy activa.

Recordemos lo que decía el compositor acerca de su partitura: “representando a un monigote dotado súbitamente de vida, que excita a la orquesta con unas cascadas diabólicas de arpegios, mientras la orquesta contesta con amenazadoras notas de sus instrumentos de metal”. La actividad en todos los frentes de la orquesta es constante. Se superponen frases, contrapuntos, diseños. Fulgurantes episodios feriales. Todo es esperpéntico y muy bien pintado, de manera muy agresiva, por el compositor.

De la Parra supo modelar los distintos cuadros y darles vida, aunque como suele ser habitual en ella descuidando la transparencia de líneas, olvidando el fino pincel. Colorido más bien grisáceo y claridad textural relativa. Aplausos para los solistas, en especial para el trompetista Manuel Blanco. El cierre, en contra lo previsto, se coronó en forte.

Arturo Reverter