Crítica: OCNE con Xian Zhang, lo primordial, lo fantasioso y lo fervoroso
ORQUESTA Y CORO NACIONALES DE ESPAÑA (X. ZHANG)
Lo primordial, lo fantásttico y lo fervoroso
Obras de Nokuthula Ngwenyama, Schumann y Bruckner. Nicolas Alstaedt, chelo; Valentina Farcas, soprano, Wiebke Lehmkuhl, mezzo, Maximilian Schmidt, tenor, José Antonio López, barítono. Orquesta y Coro Nacional (OCNE). Directora: Xian Zhang. Auditorio Nacional, 26 de noviembre de 2021.
Total novedad para nosotros la obra de la norteamericana Ngwenyana, “Primal Message”, una suerte de fantasía que rememora el lanzamiento al espacio desde la localidad costarricense de Arecibio de datos sobre el sistema solar y la especie humana. Un “mensaje primordial”. Un mensaje de buena voluntad. La misma que trata de encerrar entre corcheas la compositora, que maneja relaciones primarias y texturas sencillas, que fluyen a través de una línea melódica comprensible y mansa. Es, se dice, una especie de celebración, que tuvo aquí, en una versión ampliada, con percusión incluida, una adecuada respuesta. En un principio era un quinteto de cuerda.
Es la tercera vez, creemos, que aparece la OCNE con Xian Zhang, primero con la Misa Glagolítica de Janácek y más tarde con El Mesías de Haendel. Es una mujer menuda y ágil. Marca con gran claridad, con gesto de amplio trazado, que nace de unos brazos cortos, como su estatura. La música fluye con aparente naturalidad de sus manos, que saben resolver dinámicas, aunar ataques, calibrar ritmos y gobernar con autoridad. Se notó todo ello en la respuesta de los conjuntos Nacionales.
El Coro cantó unido, bien empastado, agresivo en ocasiones, en el proceloso discurrir del fervoroso “Te Deum” de Bruckner, de acentos un tanto altisonantes y casi bárbaros, con un remanso casi delicado en el “Miserere”. Es una partitura soberbia, concentrada, tumultuosa, aunque salpicada de chispazos líricos y de instantes tensamente meditativos que fueron bien calibrados por la batuta. Los cuatro solistas actuaron con buen encaje y equilibrio. El tenor, Schmidt, que apechuga con el cometido más espinoso y exigente atacó, con presteza y un timbre de ciertas resonancias nasales, el difícil “Te ergo quaesumus”, que presenta curiosos saltos interválicos.
El final, con el tema principal del segundo movimiento de la “Séptima Sinfonía” del autor coronó una sesión de buena y bien encauzada música, que había tenido su momento de mayor belleza lírica en el “Concierto para violonchelo” de Schumann, una partitura llena de sorpresas, enjuta pero no por ello menos apasionada, que se desarrolla sin interrupción con una extraordinaria libertad, sin someterse a ninguna atadura. Fue impecable y sensible solista Nicolas Alstaedt, que mostró un sonido lleno y cálido, oscuro y bien regulado. Controla dinámicas, solo aparentemente caprichosas, ataca fulmíneamente, frasea con intensidad y exhibe un dominio técnico de primer orden.
Nos ofreció, bien apoyado por batuta y orquesta, una versión llena de detalles de buen gusto, pero muy personal en su delineación. Al final, y ante los aplausos, nos anunció un primer bis: el “Adagio” de la “Sonata nº 10” de Jean-Baptiste Barrière, que tocó con la colaboración del primer chelo de la ONE, Ángel Luis Quintana. El segundo bis nos pareció la “Sarabanda” de la “Primera Suite” de Bach. Arturo Reverter
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