Crítica: Opolais llena de interés la Butterfly búlgara en el Teatro de la Ópera Nacional de Sofia
Opolais llena de interés la Butterfly búlgara
Madama Butterfly, de Puccini. K. Opolais, L. Avestiyan, K. Manolov, V. Yanava, E. Pavlov. Orquesta y Coro de la Ópera Nacional de Bulgaria. P. Kartaloff, director de escena. B. Videnoff, director musical. Teatro de la Ópera Nacional, Sofía, 16 de marzo de 2025

Kristine Opolais y Liparit Avestisyan en Madama Butterfly
La Ópera Nacional de Bulgaria, con sede en Sofía, mantiene la encomiable tradición de los teatros de compañía de Europa del Este de mantener una intensa programación llevando a escena cotidianamente títulos de repertorio a un nivel artístico muy digno. Ahora bien, de vez en cuando, puede contar el teatro con estrellas de primer nivel constituyendo una especie de “guinda” del pastel de una producción. Así ocurrió con esta Madama Butterfly que contó con la presencia de una estrella internacional como es Kristine Opolais y un tenor en claro ascenso como es Liparit Avestisyan.
La soprano letona derrochó carisma y técnica en una Cio-Cio San de concepción clásica y gran humanidad. Se preocupó por aligerar el sonido para transmitir la fragilidad y juventud del personaje, pero tuvo que pagar cierto peaje en cuanto a la calidad tímbrica. En ese sentido, destacó más en los pasajes dramáticos y, especialmente, en la última escena.
Por su parte, Lipartit Avestisyan convenció por la facilidad en el agudo con una impecable zona de paso y unas notas altas muy bien colocadas. Con Pinkerton, el tenor parece querer adentrarse en un repertorio más spinto respecto a los papeles más líricos que viene encarnando. Al respecto, debería cuidar más el centro pues a veces abre demasiado la emisión (tal vez buscando un metal dramático que la voz no tiene) afeando la línea de canto.
Kiril Manolov fue un Sharpless humano, de modestos medios vocales, pero bien administrado consiguiendo así un buen perfil del rol. Vesela Yanava fue una Suzuki de marcada escuela eslava lo que no es lo ideal para el rol pues esa emisión oscura y ciertos forti desbocados rompieron el lirismo de un rol que tiene en la delicadeza su principal aliado. Angel Antonov fue un Goro despistado que solo eventualmente se entendió con la orquesta y el director, mientras que Emil Pavlov fue un Yamadori más que convincente.
La orquesta y el coro del teatro conocen bien este repertorio y lo saben interpretar de manera, por decirlo así, “sabrosa”, ofreciendo efectivos rubati frutos del sedimento que da la experiencia y la costumbre. No son pues, unos conjuntos de individualidades sino de equipo. El director musical, Boian Videnoff, no aportó una visión personal destacable ni tampoco supo dar la seguridad que, en ocasiones, los cantantes precisan. Eso sí, abortó con certera mano algunos errores, como una entrada en falso de Sharpless.
La producción de Plamen Kartaloff, dirigida en la reposición Julia Krateva, se pliega a la concepción clásica de la obra. Todos los elementos pedidos en el libreto están y la estética es la clásica idealización orientalista.
El resultado es algo kitsch, aunque a tenor de lo vivido en la apertura de la Scala con la producción de Muscato de La forza del destino, poco se le puede reprochar al director de escena búlgaro. Sí se echó de menos un mejor trabajo en a dirección actoral de los cantantes quienes repitieron movimientos estereotipados y recurrentes. Solo Opolais supo sacar un cierto partido a la libertad que parece que se les dio a los intérpretes en escena, pues ella sí ofreció una buena prestación actoral.
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